El 29 de junio, después de varias apariciones de este Corazón, que se le presentaba siempre como incendiado, el Divino Maestro se mostró a ella con un delicioso resplandor. «En la Santa Misa, poco antes de la Elevación —escribe Sor Josefa— ¡mis ojos, estos pobres ojos, han visto a mi amado Jesús... al único deseo de mi alma... a mi Dios y Señor! He visto cómo me tenía dentro de su Corazón, en medio de aquella gran hoguera... Sonreía... Así estaba anonadada en presencia de tanta luz y tanta hermosura, cuando me ha dicho estas palabras con una voz dulcísima, al mismo tiempo que muy grave: Así como Yo me inmolo víctima de amor, quiero que tú también seas víctima; el amor nada rehúsa». El Corazón de Jesús se le había abierto pare no volverse a cerrar.
Y ahora es preciso ya seguir el surco de gracias que va abriéndose cada vez más ancho y más profundo en esta alma, hasta el día en que Nuestro Señor, habiendo terminado su Obra, esconderá para siempre en su Corazón al instrumento formado por El.
Ante todo se constituye en su Maestro interior, encargándose El mismo de su formación religiosa. El la instruye, la dirige, la reprende, la perdona y la sostiene. Sus visitas se suceden, sin que Josefa la prevea. La espera en su empleo, va a encontrarla en su trabajo, o viene a enseñarle a orar.
Se le presenta cuando menos lo piensa y se oculta cuando más lo desea. Pasa delante de ella como un relámpago, para advertirla de un descuido en el amor y la detiene a sus plantas para explicarle sus deseos. Le trae su Cruz o su Corona; la reclina sobre su Corazón con divina condescendencia y le recuerda con el poder de su Majestad su dominio sobre ella. Los pormenores de la vida religiosa, las vicisitudes de la vida espiritual, así como sus secretos más profundos son esclarecidos a su hora, por la divina enseñanza.
Continuamente insiste el Maestro en el fundamento del amor generoso, con sus consecuencias prácticas, de obediencia, fidelidad, olvido de sí, confianza y valeroso abandono. La Santa Regla es el camino seguro por donde la conduce, la obediencia al baluarte que le exige, su Corazón Sagrado el horizonte que le abre. De estos divinos encuentros están sembrados días enteros de la vida de Josefa en ciertas épocas; otras veces son menos frecuentes. y, en ocasiones, la ausencia del Amigo Divino se deja sentir largos meses.
Nunca se le permiten goces inútiles en medio de estos favores celestiales; su objeto es siempre conforme a la fe. Josefa aprende así la perfección a que su vocación la obliga, y se afianza más y más en el don de sí misma a la Voluntad de Dios. La Santísima Virgen no tarda en ocupar, al lado de su Divino Hijo, el lugar que le corresponde. «Cuando Jesús fija los ojos en un alma —le dirá Ella cierto día— Yo pongo en ella el Corazón.»
También se presenta a su hija: «¡Tan hermosa... tan Madre!»... que Josefa no encontrará palabras con que poderse expresar. Cumple la Virgen Santísima la misión discreta de compasiva ternura y de fuerte bondad que tan perfectamente le corresponde. Deja a Jesús en el primer plano de esta misteriosa educación y sólo interviene cuando se trata de tranquilizar o de fortalecer a su hija, que duda o que teme. La advierte, la levanta, la inicia en los caminos de su Hijo y la prepara a su venida.
Cuando Josefa vacila la vuelve, como de la mano, a la senda de la Voluntad de Dios. Le enseña a reparar sus caídas y a guardarse de las asechanzas del enemigo. En fin, está a su lado asistiéndola en los peligrosos combates con que la acomete el demonio y la defiende poderosa «como un ejército formado en orden de batalla».
(Extraído de "UN LLAMAMIENTO AL AMOR")
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