domingo, 2 de abril de 2017

EL INTEGRISMO CATÓLICO: OASIS EN MEDIO DE LA APOSTASÍA


     Hoy reinan el ecumenismo, la libertad religiosa, la colegialidad, doctrinas éstas que la Iglesia de ayer, la Iglesia ‘integrista’ condenó en diferentes oportunidades.
     En nuestros días, la Iglesia sufre una crisis espantosa, puede decirse que la peor de su historia dos veces milenaria.
     Nosotros, al igual que los católicos tradicionalistas, y contándonos entre ellos, señalamos al Concilio Vaticano II como desencadenante de la misma; y afirmamos que el Concilio contradice la enseñanza infalible y tradicional del Magisterio de la Iglesia, particularmente en las tres doctrinas que hemos señalado.


      Las posiciones constantes de la Iglesia que, en materia de fe, conforman la Integridad, no son propias de uno o nosotros, sino es igual de integrista que nosotros, y no puede dejar de serlo porque recibió el cometido, no de modificar la revelación divina (y todavía menos de inventar una nueva), sino de custodiarla  y explicarla fielmente. Al respecto nos enseña León XIII :

   «el mismo juicio que el Apóstol Santiago profiere sobre los delitos en el campo moral se ha de aplicar a los errores de pensamiento en materia de fe: ‹Porque quien observe toda la Ley, pero quebranta un sólo precepto, viene a ser reo de todos»

   Con mucha razón debe decirse eso de los errores de pensamiento. En efecto «[...] quien no asiente, aunque sea, aunque sea un sólo punto, a las verdades reveladas por Dios, Verdad suma y motivo propio de la fe». (Satis Cognitum).

      Examínese por ello cada quien si no ha embebido sin darse cuenta, no de modernismo, sino de aquél “espíritu modernista” contra el cual pone en guardia Benedicto XV, porque quien «se contagia de él, rechaza al instante con nausea todo lo que sabe a antiguo»

   «De ahí que queramos -prosigue el Papa- que permanezca intacta la conocida ley antigua: ‹No modifiquéis nada; contentaos con la tradición› (San Esteban I ); ley que mientras por una parte ha de observarse inviolablemente en las cosas de la fe, por otra debe servir también en todo lo que está sujeto a mudanza, de suerte que también en esto valga en general la regla ‹No cosas nuevas [sino las mismas], pero de modo nuevo» (Ad Beatissimi Apostolorum Principis).

EL PAPA NO PUEDE CAMBIAR LA DOCTRINA

      De ahí que estemos seguros de no equivocarnos si nos atenemos fielmente a lo que la Iglesia propone para que lo creamos, sea con su magisterio extraordinario infalible, ya con su magisterio constante ordinario, tan infalible como el primero. En cambio, temeríamos muchísimo disgustar a Dios y no ser ya discípulos de la Verdad si no nos plegáramos a «obedecer a los hombres antes que a Dios» (Act. 4, 19) en el triunfo actual del “espíritu privado” y, por ende, de las opiniones humanas. En efecto, ni siquiera al sucesor de Pedro se le ha dado el poder de mudar “una sola iota o un sólo ápice” de lo que Cristo reveló, y que la Iglesia durante dos mil años ha propuesto con su magisterio infalible para ser creído, porque «a los sucesores de Pedro de les prometió el Espíritu Santo no para que por su revelación enseñaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, custodiaran santamente y expusieran con fidelidad la transmitida por medio de los Apóstoles, o sea, el depósito de la fe» (Vaticano I, Denzinger 1836).




NECESIDAD DE CONVERSIÓN, VERDADERO ECUMENISMO

      Los panfletos que distribuyen a los fieles en las iglesias católicas, invitan a rezar «por los hebreos y los musulmanes, quienes creen en el Dios único que se reveló a Moisés, para que puedan participar del conocimiento pleno de Jesucristo, revelador del Padre».

      Así se insinúa en los católicos la falsa convicción de que a la judería y a la morisma tan sólo les falta el conocimiento “pleno” de Jesús, y que tienen alguno, bien que parcial. Pero ¿acaso es conocer parcialmente a “Jesucristo, revelador del Padre”, y no más bien negarlo, el decir, como hacen los moros, que Él no es el Hijo de Dios, consustancial al Padre, sino nada más que un profeta (inferior a Mahoma, por añadidura)? ¿Y se puede decir que los judíos, quienes siguen rechazando a Nuestro Señor Jesucristo como Mesías e Hijo de Dios, tienen de Él un conocimiento no “pleno” aún? En otras palabras: ¿debemos rezar para que moros y judíos lleguen al “conocimiento pleno” de Nuestro Señor Jesucristo o más bien para que se conviertan a Él?

      Así lo ha hecho siempre nuestra Santa Madre Iglesia, poniendo por obra sencillamente la palabra de Dios: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quisiere revelárselo» (Mt. 11, 27), y «Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre» (I. Jn. 2, 23). En efecto, precisamente porque Jesucristo es el “Revelador del Padre”, quien no lo acepta tiene por eso mismo una idea falsa e inadecuada de Dios. Esta es la postura de los propios judíos luego de su rechazo a Jesucristo y en tanto persisten en el mismo.








PERVIERTEN LA NOCIÓN ETERNA DE LA VERDAD

      Que judíos y musulmanes crean “en el Dios único que se reveló a Moisés” no es doctrina católica: se trata de un embuste propalado a principios del siglo XX por el célebre apóstata Jacinto Loyson, ex dominico, más tarde carmelita descalzo, y a la postre, aseglarado (v. Enciclopedia Cattolica, voz Loyson), y difundida hoy de nuevo por sus hermanos modernistas, quienes «pervierten la noción eterna de la verdad» (San Pío X, Pascendi) también cuando quieren hacernos creer que el error no es error , sino tan sólo una verdad menos “plena”. 

      Con este sofismo (en buena lógica, decir “Jesús es Dios” y “Jesús no es Dios” no son en manera alguna una verdad “plena” y otra “menos plena”, sino que son una verdad y una falsedad, esto es, dos contrarios que se excluyen recíprocamente); con este sofismo, decíamos, se pretende hoy hacer entrar toda clase de impiedades, errores y hasta inmoralidades en el sagrado recinto de la verdad revelada, para que al desplome de la distinción entre la verdad y el error le siga fatalmente el derrumbe de la distinción entre el bien y el mal.




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