domingo, 4 de noviembre de 2012

LAS SAGRADAS RELIQUIAS




   Desde hace siglos, la  Santa Iglesia Católica, ha custodiado con piadoso celo, la memoria de aquellos cristianos que sobresalieron en su amor por Dios y en la caridad para con los hombres. Y porque destacaron en medio del resto de los creyentes por  sus virtudes, practicando la fe, la esperanza y la caridad en un grado heroico, la Iglesia, los reconoce como “santos“ y nos los presentan como ejemplos a seguir en su entrega plena a Dios.

    El anhelo por conservar el testimonio y las enseñanzas de estos bienaventurados, llega hasta el punto de proteger y tener en gran estima, sus cuerpos y los objetos que usaron en la vida terrena; precisamente de ahí procede el termino reliquia, que significa “lo que queda”, “lo que resta”.

   Preservar y venerar los restos de los santos, no deja de ser un acto de amor hacia aquellas bienaventuradas almas, que ahora gozan de la visión de Dios en el Cielo. Eso sí: tengamos siempre presente, que un buen católico, sólo venera las reliquias por tratarse de los restos de un santo. Por ello, las reliquias reciben un culto de dulía (propio de los santos), en ningún caso de latría o adoración (reservado sólo a Dios); como muy bien explicaba San Jerónimo: "No adoramos las reliquias, porque tememos cometer el error de inclinarnos ante la creatura antes que a su Creador, pero sí veneramos las reliquias de los mártires en orden a adorar a Aquél por quien fueron martirizados".


    La tradición de venerar las reliquias de los santos, lo encontramos consignado por los primeros seguidores de Nuestro Señor Jesucristo, tal y como nos refieren algunos de los anales de los mártires:

    -“Tomamos sus huesos, que eran más valiosos que las piedras preciosas y más refinados que el oro y los depositamos en un lugar adecuado. Y allí nos reunimos siempre que podemos; el Señor nos dará celebrar con gozo y alegría el aniversario de su martirio" ("El Martirio de San Policarpo", 150 después de Cristo).

    -“Solamente las partes más duras se sus reliquias se dejaron y estas las enviamos a Antioquia envueltas en lino, como un inestimable tesoro dejado a la Santa Iglesia, como cuenta de la gracia que ha sido en este mártir" (El Martirio de San Ignacio", 108DC).

   De hecho, aquellos primeros cristianos, se reunían a menudo en las catacumbas, que además de ser refugios subterráneos, se convirtieron en cementerios; allí, celebraban el Santo Sacrificio de la Misa sobre la tumba de los mártires, vilmente ejecutados por el Imperio Romano por profesar su fe y evangelizar a los paganos. Más tarde, se levantarían en su honor magníficos templos, a los cuales acudirían miles de peregrinos para implorar favores y pedir perdón de sus pecados.


   Con toda seguridad, esta idea de usar como altar la sepultura de los Mártires, partía del texto del Apocalipsis: "Vi debajo del altar las almas de los que habían sido inmolados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que habían dado" (Ap.6, 9). El hecho de celebrar la Santa Misa sobre el sepulcro de los mártires, suponía unir el Sacrificio de Cristo, su entrega en la Cruz, con el sacrificio de aquéllos santos, que entregaron su vida por Él, dándose así una unión mística entre Nuestro Señor Jesucristo y los Mártires.

   La Iglesia Católica, siguiendo la Sagrada Escritura y la Tradición, reconoce tres grupos de reliquias:

    - Las de primera clase: tomadas del cuerpo del santo (hueso, carne, pelo…), como los huesos del profeta Eliseo, que hicieron resucitar a un muerto (II Reyes, 13, 21).
    - Las de segunda clase: objetos que usaron en vida (rosario, libros, indumentaria…), como la capa de Nuestro Señor, que como antes citamos, con sólo tocarla la hemorroísa, quedó curada.
    - Las de tercera clase: cualquier objeto tocado a una reliquia de primera clase o a la tumba del santo (normalmente pequeños trozos de tela). Ejemplo de ello, -como ya vimos antes- eran los paños que tocaban al cuerpo del apóstol San Pablo.

   Las reliquias de primera clase se dividen a su vez en tres tipos:

      - Reliquias insignes: cuerpos enteros o una parte completa de él (cráneo, una mano, una pierna, un brazo), como también algún órgano incorrupto (como la lengua de San Antonio de Padua, el cerebro de Santa Margarita de Alacoque, el corazón de Santa Teresa, etc).
      - Reliquias notables: partes importantes del cuerpo pero sin constituir un miembro entero (la cabeza del fémur, una vértebra, etc)
      - Reliquias mínimas: astillas de huesos o pequeños trozos de carne.


   La Iglesia manda guardar las reliquias -sobre todo las de primera clase- en “relicarios“, que tienen consideración de vasos sagrados; a lo largo de la historia, los relicarios han dado lugar a verdaderas obras de arte de la orfebrería. Pueden tener diferentes formas, dependiendo del tamaño de la reliquia que conserven; en los casos de cuerpos enteros, se emplea un cofre-relicario llamado capsa, mientras que si es una parte del cuerpo, el cofre es algo más pequeño y recibe el nombre de capsella. Las reliquias mínimas se guardan en una teca.


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   “Muchas son las desgracias de los justos; pero de todas ellas los libera el Señor; el Señor guarda cada uno de sus huesos, ni uno de ellos será quebrado.”


ORACIÓN

   Tú, Señor, que obras maravillas por las reliquias de tus Santos, aumenta en nosotros la fe en la resurrección y haznos un día participar de la gloria inmortal, cuya prenda veneramos en sus osamentas.

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