Yo encuentro en vuestro Santo Evangelio, Jesús mío, que un día mientras estabais visiblemente en este mundo, yendo a pie de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, para llevar a las gentes la divina palabra de vuestro Padre, cansado y fatigado por el trabajo del camino, os sentasteis junto a la fuente, llamada fuente de Jacob; se encontraba allí una pobre mujer que había venido a sacar agua; vos aprovechasteis la ocasión para catequizarla. Entre las muchas santas instrucciones que le disteis, le dijisteis que teníais agua viva para dar, con esta propiedad que quienes bebían de ella, nunca más tendrían sed, es decir, no tendrían más sed de las aguas envenenadas que da el mundo a los que le siguen.
También encuentro en otro lugar del mismo Evangelio, que por vuestra infinita bondad para con los hombres, y encendido vuestro Corazón en deseo infinito de darles a todos de esta agua viva, estabais un día en el templo de Jerusalen en medio de una gran multitud, y gritasteis en alta voz diciendo: Si alguno tiene sed, que venga a Mí, y que beba (Jn. 7,37). Eso que hicisteis en esa ocasión, Señor mío, lo hacéis aún todos los días.
Yo os veo, no ya junto a la fuente de Jacob, sino en medio de esta divina fuente de que se trata aquí, y os oigo gritar sin cesar: Si alguno tiene sed, que venga a Mí, y que beba. Venid a mí todos los que estáis cargados, fatigados y sedientos en el camino de este mundo, lleno de trabajos y de miserias: Venid a mí aquí, es decir, a la fuente, no de Jacob, sino del Corazón de mi Dignísima Madre, donde me encontraréis; pues he establecido aquí mi morada para siempre.
Yo hice esta Bella Fuente, y con mucho más amor para con mis hijos, que la que había hecho al principio del mundo para los hijos de Adán. la hice para vosotros; la he llenado de una infinidad de bienes para vosotros; estoy -en ella para vosotros; allí estoy para descubriros y distribuiros los tesoros inmensos que he ocultado en ella; estoy allí para refrigeraros, fortificaros y daros nueva vida con las aguas vivas de que rebosa; allí estoy para alimentaros con la leche y la miel y para embriagaros con el vino que de ella destilan.
¡Venid, pues, a mí' Hace mucho tiempo, Salvador mío, que clamáis así!; pero son pocas las personas que abren los oídos a vuestra voz. Si el mundo no escucha al Maestro, tampoco escuchará al servidor. No importa, permitidme gritar con Vos, a fin de que el servidor imite al Maestro. ¡Oh!, quien me diera una voz bastante fuerte para ser escuchado...
San Juan Eudes
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