«Oigo en mi corazón: “Buscad mi Rostro”.
Tu Rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu rostro».
(Salmo 27, 8–9)
El Martes anterior al Miércoles de Ceniza celebramos la Fiesta Litúrgica de la Santa Faz, instituida por el Venerable Pío XII; además fue precedida de una Novena con la intención de reparar los ultrajes y las blasfemias que recibe el Santo Rostro de Nuestro.
En aquellos días previos a la Santa Cuaresma, dimos a conocer las Revelaciones que recibió la religiosa carmelita Sor María de San Pedro acerca de la Devoción a la Santa Faz de Nuestro Señor, testigo que retomó otra carmelita, Santa Teresita de Liseux y desde entonces, la devoción a la Santa Faz es depositada y enriquecida en la Orden del Carmen.
Pero la Divina Providencia quiso también bendecir con este amor por Su Santa Faz a otra humilde religiosa, de una pequeña comunidad recién fundada en Italia: Sor María Pierina de Micheli; nacida Milán el 11 de Septiembre de 1890, desde muy niña fue una verdadera contemplativa, por lo que Nuestro Señor le reveló muchos de los padecimientos que sufre ante la frialdad e impenitencia de los pecadores...
Para elevar el alma estos días previos a la Semana Santa, qué mejor manera que aunar nuestros sufrimientos cotidianos con los de Cristo, entregado con un beso traidor... y así continuemos juntando los desprecios que recibimos, con las bofetadas que le dieron los burlones soldados... pisemos nuestro orgullo y ojalá lloremos desconsolados, porque ante nuestras quejas banales, no soportamos ver el Divino Rostro de Cristo, ensangrentado por el reguero de sangre que la certera corona de espinas le provoca al desgarrar Sus benditas sienes... así lo entendió y lo vivió Sor María Pierina, quien se convertiría, oculta a los ojos de la humanidad, en el silencio de una vida discreta, en Confidente de Su Santa Faz.
Te invito a leer con atención y amor este sencillo relato entre Nuestro Señor y Su confidente Sor María Pierina, tomado del "Diario" de la religiosa, con fecha del 5 de Septiembre de 1942:
Anoche en la Capilla le dije a Jesús: Jesús quiero ser tu gloria y tu alegría. Y Jesús me respondió.
“Ven. Te necesito. Hoy he buscado el gozo en tantos corazones y me fue negado”.
Dime Jesús: ¿Qué debo hacer para suplir los rechazos que tuviste? Jesús, envuelto en ternura, me respondió.
“¿Quieres gozar las dulzuras de la unión conmigo o sentir la pena de Mi Corazón por los pecados de los hombres?”.
Lo que Tú quieras, Jesús. Y mi alma instantáneamente participó del dolor de su corazón, dolor imposible de traducir en palabras. Jamás, como en ese instante, comprendí qué cosa era el pecado… Oh, Jesús! Que no te ofenda yo jamás… repara por mí, por los otros, como quieras… Tómamelo todo!
Cuando volví en mí, se había cumplido el tiempo y me dispuse a retirarme. Entonces Jesús me dijo:
“¡Quédate un poco más conmigo! ¡Ya me dejas solo…!”.
Al responderle yo que había pasado el tiempo que me indicara mi director espiritual, su Rostro se iluminó.
“He aquí Mi gloria!” -me dijo- “¡La obediencia!”
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