sábado, 20 de agosto de 2022

SAN BERNARDO DE CLARAVAL

 

              San Bernardo (Bernardo Fontaine) nace aproximadamente en 1090 en el Castillo de Fontaine-lès-Dijon, (Borgoña). Hijo de un Caballero que formaba parte del círculo del Duque de Borgoña, Bernardo nació perteneciendo al estamento nobiliario, al igual que su progenitor, aunque no a sus rangos más altos.

             Era el tercer hijo de los siete que tuvo el matrimonio. Ambos padres, aunque se cuenta que especialmente su madre, pronto advirtieron las extraordinarias cualidades intelectuales de su hijo y, por ese motivo, decidieron eximirlo de continuar la tradición familiar del oficio de las armas y hacer que se encaminara hacia una vida de estudio. Por ello, ingresó en la escuela de canónigos regulares de Châtillon-sur-Seine.





              En el año 1112 o 1113 ingresaría formalmente en la Orden del Císter, fundada bajo la Regla de San Benito, acompañado de varios de sus hermanos y otras personas que siguen su fervoroso ejemplo.

              Tan sólo dos años después de su ingreso en la Orden, en 1115, se fundan dos monasterios bajo los auspicios del Císter. Su fuerte personalidad llevó al Abad Esteban a encargarle la fundación del Monasterio de Claraval (Clairvaux). 

              A partir del año 1119, el Císter inicia su expansión por Francia y otras áreas del continente europeo. A lo largo de su vida veremos como Bernardo combina armónicamente su faceta mística y la participación en la vida pública de la Iglesia, pues, pese a su deseo de llevar una vida de retiro espiritual, constantemente será reclamado como mediador, y su consejo se tornará imprescindible gracias a su sólida y esmerada formación teológica, además de ser el Predicador principal de la Segunda Cruzada.

              Uno de sus monjes, llegaría a ser Papa y reinó con el el nombre de Honorio III. Aprovechando su amistad con San Bernardo, le solicitó al Santo que escribiese un tratado con las obligaciones de los Papas; el Santo Abad escribió varios libros al respecto llamados "De consideratione", obra que fue consultada con posterioridad por muchos Pontífices.

             Murió en su Abadía el 20 de Agosto de 1153, cuando contaba 63 años de edad. Fue canonizado en 1174 por el Papa Alejandro III y proclamado Doctor de la Iglesia por Pío VIII en 1830. Se le llamó el Doctor Melífluo por la dulzura con que llenaba los corazones con sus prédicas.

            El amor que San Bernardo sentía por María Nuestra Señora quedó plasmado en aquellos versos que ya forman parte de la Piedad Tradicional "oh Clemente, oh Piadosa, oh Dulce Virgen María..." además de componer el conocido "Memorare", la súplica de los Esclavos de María.




¡Oh! tú, quien quiera que seas, 
que te sientes lejos de tierra firme, 
arrastrado por las olas de este mundo, 
en medio de las borrascas y tempestades, 
si no quieres zozobrar, 
no quites los ojos de la luz de esta estrella.

Si el viento de las tentaciones se levanta,
si el escollo de las tribulaciones se interpone en tu camino,
mira la estrella, invoca a María.

Si eres balanceado por las agitaciones del orgullo,
de la ambición, de la murmuración, de la envidia,
mira la estrella, invoca a María.

Si la cólera, la avaricia, los deseos impuros
sacuden la frágil embarcación de tu alma,
levanta los ojos hacia María.

Si perturbado por el recuerdo 
de la enormidad de tus crímenes, 
confuso ante las torpezas de tu conciencia,
aterrorizado por el miedo del Juicio,
comienzas a dejarte arrastrar por el torbellino de tristeza,
a despeñarte en el abismo de la desesperación, 
piensa en María.

Si se levantan las tempestades de tus pasiones,
mira a la Estrella, invoca a María.

Si la sensualidad de tus sentidos 
quiere hundir la barca de tu espíritu, 
levanta los ojos de la Fe, mira a la Estrella, 
invoca a María.




Si el recuerdo de tus muchos pecados 
quiere lanzarte al abismo de la desesperación, 
lánzale una mirada 
a la Estrella del Cielo y rézale a la Madre de Dios.

Siguiéndola, no te perderás en el camino. 
Invocándola no te desesperarás.
Y guiado por Ella llegarás al Puerto Celestial.

Que Su Nombre nunca se aparte de tus labios, 
jamás abandone tu corazón; y para alcanzar el socorro 
de Su intercesión, no descuides los ejemplos de Su Vida.
Siguiéndola, no te extraviarás, rezándole, no desesperarás,
pensando en Ella, evitarás todo error.

Si Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, 
nada tendrás que temer; 
si Ella te conduce, no te cansarás; 
si Ella te es favorable, alcanzarás el fin.

Y así verificarás, por tu propia experiencia,
con cuánta razón fue dicho:
“Y el nombre de la Virgen era María”



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