domingo, 15 de septiembre de 2024

NUESTRA SEÑORA DE LOS SIETE DOLORES

 

               Cuando María se ofreció a Dios completamente, junto a Su Hijo en el Templo, ya participaba con Él de la dolorosa expiación a favor del género humano. Es, por tanto cierto, que Ella participó en las mismas profundidades de Su Alma con sus más amargos sufrimientos y con sus tormentos. Finalmente fue ante los ojos de María que se consumó el Divino Sacrificio, para el cual había dado a luz y criado a la Víctima.


( Papa León XIII, Encíclica Jucunda semper, 8 de Septiembre de 1894 )






               Ella estuvo en el Calvario por divina disposición. En comunión con Su Hijo doliente y agonizante, soportó el dolor y casi la muerte, abdicó Sus derechos de Madre sobre Su Hijo para conseguir la salvación de los hombres y para apaciguar la Ira Divina, y en cuanto de Ella dependía, inmoló a Su Hijo... Ella redimió al género humano con Cristo y bajo Cristo.


( Papa Benedicto XV, Carta Apostólica Inter Sodalicia, 22 de Mayo de 1918 )


               Así pues, todos cuantos estamos unidos con Cristo y los que, como dice el Apóstol, somos miembros de Su Cuerpo, partícipes de Su Carne y de sus Huesos, hemos salido del Vientre de María, como partes del cuerpo que permanece unido a la cabeza. De donde, de un modo ciertamente espiritual y místico, también nosotros nos llamamos Hijos de María y ella es la Madre de todos nosotros. Madre en espíritu… pero evidentemente Madre de los miembros de Cristo que somos nosotros. En efecto, si la Bienaventurada Virgen es al mismo tiempo Madre de Dios y de los hombres ¿quién es capaz de dudar de que Ella procurará con todas Sus fuerzas que Cristo, Cabeza del Cuerpo de la Iglesia, infunda en nosotros, Sus miembros, todos Sus dones, y en primer lugar que le conozcamos y que vivamos por Él?.

               A todo esto hay que añadir, en alabanzas de la Santísima Madre de Dios, no solamente el haber proporcionado, al Dios Unigénito que iba a nacer con miembros humanos, la materia de Su Carne con la que se lograría una Hostia admirable para la salvación de los hombres; sino también el papel de custodiar y alimentar esa Hostia e incluso, en el momento oportuno, colocarla ante el Ara. De ahí que nunca son separables el tenor de la Vida y de los trabajos de la Madre y del Hijo, de manera que igualmente recaen en uno y otro las palabras del Profeta: mi vida transcurrió en dolor y entre gemidos mis años. 

                 Efectivamente cuando llegó la última hora del Hijo, estaba en pie junto a la Cruz de Jesús, Su Madre, no limitándose a contemplar el cruel espectáculo, sino gozándose de que Su Unigénito se inmolara para la salvación del género humano, y tanto se compadeció que, si hubiera sido posible, Ella misma habría soportado gustosísima todos los tormentos que padeció Su Hijo.

               Y por esta comunión de Voluntad y de Dolores entre María y Cristo, Ella mereció convertirse con toda dignidad en Reparadora del orbe perdido, y por tanto en Dispensadora de todos los bienes que Jesús nos ganó con Su Muerte y con Su Sangre.

               Cierto que no queremos negar que la erogación de estos bienes corresponde por exclusivo y propio derecho a Cristo; puesto que se nos han originado a partir de Su Muerte y Él por su propio poder es el Mediador entre Dios y los hombres. Sin embargo, por esa comunión, de la que ya hemos hablado, de Dolores y Bienes de la Madre con el Hijo, se le ha concedido a la Virgen Augusta ser poderosísima Mediadora y Conciliadora de todo el orbe de la tierra ante Su Hijo Unigénito.

               Así pues, la fuente es Cristo y de Su plenitud todos hemos recibido; por quien el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo nutren… va obrando su crecimiento en orden a su conformación en la Caridad. A su vez María, como señala San Bernardo, es el Acueducto; o también el cuello, a través del cual el cuerpo se une con la cabeza y la cabeza envía al cuerpo la fuerza y las ideas. Pues Ella es el cuello de nuestra Cabeza, a través del cual se transmiten a su cuerpo místico todos los dones espirituales..."


( Papa San Pío X, Carta Encíclica Ad diem illud laetissimum, 2 de Febrero de 1904 )





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de Nuestra Señora




sábado, 14 de septiembre de 2024

LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ


"Nos autem praedicamus Christum crucifixum, 
iudaeis quidem scandalum, gentibus autem stultitiam"

   



              El Rey de Persia, Cosroe, declara la guerra al Imperio Romano de Oriente ( Imperio Bizantino con sede en Constantinopla ) en el año 604. El Senado de la ciudad nombra Emperador a Heraclio, que de entrada busca la paz con los enemigos. Así, el general Ramiozán, de las huestes del rey persa, se apodera de la Ciudad Santa, Jerusalén, comete el sacrilegio de destruir el Santo Sepulcro y roba impunemente el trozo de la Verdadera Cruz de Nuestro Señor que Santa Elena había guardado en un relicario de plata.


              De los testimonios de aquél sacrílego acto de tomar Jerusalén, se dice que "De los prisioneros cristianos que quedaron en poder de los vencedores, unos fueron entregados al furor de los judíos, que los sacrificaron cruelmente, y otros fueron conducidos a Persia en unión del botín y de la Santa Reliquia. Entre los prisioneros se halaba el Patriarca de Jerusalén, Zacarías."

              La noticia conmociona a la Cristiandad, que rápidamente crea un ejército -a modo de Cruzada- para liberar a los hermanos cautivos, al Patriarca y sobre todo, la Sagrada Reliquia de la Cruz de Nuestro Señor. El valiente y creyente ejército se adentró en Persia, tomando las ciudades de Gauzak (donde los persas tenían un templo dedicado al sol ), Derkeveh, Urma, Saro...

             El mismo Emperador Heraclio cruza las filas de sus tropas crucifijo en mano, prometiendo a los soldados la victoria sobre los enemigos de Dios y de la Iglesia Católica; promesa que Dios tuvo a bien cumplir, ya que la derrota persa fue completa. Incluso los aliados del rey persa asesinaron a éste, que se negaba a negociar la paz, y pusieron a su hijo en su lugar, el cual capituló y devolvió las ciudades tomadas antes de la guerra, así como liberó a los cristianos cautivos y devolvió la Sagrada Reliquia de la Cruz.


             Cuando el Emperador Heraclio regresó a Constantinopla con la Santa Cruz, la ciudad la recibió con un júbilo sin parangón. De esa alegría sin par que llenó el alma de miles y miles de cristianos que adoraron la Preciosa Reliquia, quedó establecida la celebración de la Exaltación de la Santa Cruz.


              A pesar de lo mucho que había costado recuperarla, Heraclio quiso devolverla a Jerusalén y lo quiso hacer él mismo. Así, otra vez en la Ciudad Santa, decidió cargarla personalmente hasta el Monte Calvario y claro está, para ceremonia tan importante, quiso lucir sus mejores galas. Sin embargo, cuando se disponía a ascender camino del monte donde Nuestro Señor fue crucificado, sus pies quedaron inmóviles, siéndole imposible dar un paso. 




El mayor fragmento de la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo se venera en 
el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, Cantabria (España). Las medidas del 
Leño Santo son de 63, 5 cm. el palo vertical, 39,3 cm. el travesaño y 3,8 cm. de grosor 



              El Patriarca, le recordó entonces que Cristo había subido al Calvario pobre, con apenas unos harapos y escarnecido por sus enemigos. El Emperador entendió y sin vacilar, se desprendió de sus galas y su corona, cargó de nuevo con la Santa Cruz y esta vez sí pudo ascender hasta llegar al lugar bendito de la Redención, donde el Patriarca de Jerusalén impartió la bendición la Sagrada Reliquia de la Cruz.

               Con el tiempo, la Santa Cruz sería dividida para poder así ser repartida por todo el orbe católico; algunas veces en pequeñas astillas (reliquias mínimas); en otras ocasiones los trozos serían más grandes, para ir colocados en bellos relicarios o en la cruz pectoral de algún piadoso Obispo. Por último, existen reliquias notables, de tamaño considerable, algunas se veneran en Roma pero la reliquia insigne, el trozo más grande de la Santa Cruz de Nuestro Señor se venera en España, en Cantabria.

               Fue Santo Toribio de Astorga, un importante Obispo, el que estando en Jerusalén custodiando las reliquias de Jesucristo, obtuvo permiso del Papa de la época para trasladar el brazo izquierdo de la Cruz de Cristo hasta Astorga. Esta reliquia así como sus restos, una vez muerto, eran de enorme valor para la cristiandad. Es por ello que todo se trasladó hasta Liébana ante el inminente avance de la invasión de los musulmanes, donde en la actualidad se sigue venerando por parte de los fieles que allí acuden en peregrinación.




Detalles del Santo Lignum Crucis de Liébana








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jueves, 12 de septiembre de 2024

EL DULCE Y SANTO NOMBRE DE MARÍA

  

"Oh María, llena de gracia, 
haced que vuestro Nombre 
sea la respiración de mi alma! 

No me cansaré jamás de acudir 
a Vos, repitiendo constantemente: 
¡María! ¡María! 

Qué inefable consuelo, qué dulcedumbre, 
qué ternura experimenta mi alma! 
Oh María!, amable María, 
cuando pronuncio vuestro Nombre, 
doy gracias a Dios por haberos 
dado para mi felicidad 
Nombre tan dulce y amable..."

San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia



              La primera celebración litúrgica del Nombre de María tuvo lugar en España, en 1513, en la ciudad de Cuenca (España), después de que el Papa León X, concediera a la Catedral de la ciudad dedicar una Capilla con ese título. 

               Debido a la promulgación del Misal de San Pío V en 1570, se hizo necesaria una nueva petición. Por esta razón, el Canónigo Juan del Pozo Palomino, pidió y obtuvo del Papa Sixto V, el 17 de Enero de 1587, poder seguir celebrando dicha Fiesta del Dulce Nombre de María en la Catedral, como Fiesta de la Octava de la Natividad de María y en 1588, logró que se le concediera a toda la Diócesis de Cuenca.

               Pero el fervor mariano de los españoles y en particular, del fraile trinitario Beato Simón de Rojas,  obtuvo de Roma el 31 de Mayo de 1622, el permiso para celebrar el Dulce Nombre de María en todas las casas y capillas de la Orden de los Trinitarios de Castilla, así como en la Diócesis de Toledo. 

               Meses más tarde, el 5 de Enero de 1623, su  Católica Majestad el Rey Felipe IV logró la extensión de la Fiesta a todas las provincias españolas, de tal modo que pudiesen rezar el Oficio del Dulce Nombre de María, todos los Sábados (menos en Cuaresma y Adviento).

               En 1671, el Papa Clemente X autorizó la celebración del Dulce Nombre de María en todos los dominios españoles

               En 1683, el Papa Inocencio XI formó una gran coalición cristiana con el Emperador Leopoldo I, el Rey Juan III Sobieki de Polonia y tropas húngaras para repeler a los mahometanos que amenazaban con invadir Europa. Los ejércitos cristianos conseguirán vencer a los turcos a las puertas de Viena en 1683 y reconquistar Budapest tres años más tarde, con lo que Hungría se verá libre de la presión turca. Como recuerdo por la victoria en Viena, el Papa Inocencio XI proclamó la Festividad del Dulce Nombre de María el 12 de Septiembre de ese mismo año, extendiendo su celebración a toda la Iglesia Universal.



               Muy dulce es para sus devotos, durante la vida, el Santísimo Nombre de María, por las gracias supremas que les obtiene... Pero más consolador les resultará en la hora de la muerte, por la suave y santa muerte que les otorgará. 

               El Padre Sergio Caputo, jesuita, exhortaba a todos los que asistieran a un moribundo, que pronunciasen con frecuencia el Nombre de María, dando como razón que este Nombre de vida y esperanza, sólo con pronunciarlo en la hora de la muerte, basta para dispersar a los enemigos y para confortar al enfermo en todas sus angustias. 

               De modo parecido, San Camilo de Lelis, recomendaba muy encarecidamente a sus religiosos que ayudasen a los moribundos con frecuencia a invocar los Nombres de Jesús y de María como él mismo siempre lo había practicado; y mucho mejor lo practicó consigo mismo en la hora de la muerte, como se refiere en su biografía; repetía con tanta dulzura los Nombres, tan amados por él, de Jesús y de María, que inflamaba en amor a todos los que le escuchaban. 

               Y finalmente, con los ojos fijos en aquellas adoradas imágenes, con los brazos en cruz, pronunciando por última vez los dulcísimos Nombres de Jesús y de María, expiró el Santo con una paz celestial. Y es que esta breve oración, la de invocar los Nombres de Jesús y de María, dice Tomás de Kempis, cuanto es fácil retenerla en la memoria, es agradable para meditar y fuerte para proteger al que la utiliza, contra todos los enemigos de su salvación.

               ¡Dichoso –decía San Buenaventura– el que ama Tu Dulce Nombre, oh Madre de Dios! Es tan glorioso y admirable Tu Nombre, que todos los que se acuerdan de invocarlo en la hora de la muerte, no temen los asaltos de todo el infierno.

               Quién tuviera la dicha de morir como murió Fray Fulgencio de Ascoli, capuchino, que expiró cantando: “Oh María, oh María, la criatura más hermosa; quiero ir al Cielo en Tu compañía”. O como murió el Beato Enrique, cisterciense, del que cuentan los anales de su Orden que murió pronunciando el Dulcísimo Nombre de María. 


San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia



domingo, 8 de septiembre de 2024

ANIVERSARIO DE LA PROFESIÓN DE SANTA TERESITA DE LISIEUX



               "En la mañana del 8 de Septiembre, me sentí inundada por un río de paz. Y en medio de esa paz, "que supera todo sentimiento", emití los Santos Votos... Mi unión con Jesús no se consumó entre rayos y relámpagos -es decir, entre gracias extraordinarias-, sino al soplo de un ligero céfiro parecido al que oyó en la montaña nuestro Padre San Elías... ¡Cuántas gracias pedí aquel día...! Me sentía verdaderamente reina, así que me aproveché de mi título para liberar a los cautivos y alcanzar favores del Rey para Sus súbditos ingratos. En una palabra, quería liberar a todas las Almas del Purgatorio y convertir a los pecadores...

               Pedí mucho por mi madre, por mis hermanas queridas..., por toda la familia, pero sobre todo por mi papaíto, tan probado y tan santo. Me ofrecí a Jesús para que se hiciese en mí con toda perfección Su Voluntad, sin que las criaturas fuesen nunca obstáculo para ello...

               Pasó por fin ese hermoso día, como pasan los más tristes, pues hasta los días más radiantes tienen un mañana. Y deposité sin tristeza mi corona a los pies de la Santísima Virgen. Estaba segura de que el tiempo no me quitaría mi felicidad..."


Santa Teresita de Lisieux, "Historia de un alma"




LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

 

               La Celebración de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María surgió en la Iglesia alrededor del siglo VII, siendo establecida por el Papa San Sergio I (687-701).

               Un escrito apócrifo del siglo II, conocido con el nombre de Proto-evangelio de Santiago, nos ha transmitido los nombres de los padres de Nuestra Señora, San Joaquín y Santa Ana, que la Iglesia añadió en el Calendario Litúrgico. 

               La Tradición sitúa el lugar del Nacimiento de la Virgen María en Galilea o, con mayor probabilidad, en la Ciudad Santa de Jerusalén, donde se han encontrado las ruinas de una basílica bizantina del siglo V, edificada sobre la llamada "Casa de Santa Ana", muy cerca de la piscina Probática. Tal vez por esa piadosa Tradición la Liturgia Católica pone en labios de Madre de Dios aquellas palabras "me establecí en Sión. En la ciudad amada me dio descanso, y en Jerusalén está Mi potestad" (Libro del Eclesiástico, cap. 24, vers. 15).




               El Nacimiento de la Madre de Dios que hoy recordamos, marcó el inicio de la Plenitud de los Tiempos, cuando las Promesas de Dios hechas a través de los Profetas del Antiguo Testamento comenzaron a cumplirse según estaba escrito. 

               Así, la Natividad de María Virgen es un suceso especialmente trascendental para los Cristianos, porque la Madre del Hijo de Dios, por esa unión de intereses salvíficos, se convierte en Medianera entre los hombres y Dios mismo, Sagrario viviente que le portó en el seno y lo dio a luz sin mácula en Su virginidad. María nació predestinada por el Altísimo a ser Madre, oficio divino que le fue confirmado por Su mismo Hijo en el momento del Calvario, cuando en la persona del discípulo adolescente, nos legó a María Virgen con aquél "Ahí tienes a Tu Madre" (Evangelio de San Juan, cap. 19, vers. 34)



MARÍA 
LA OBRA MÁS GRANDIOSA Y DIGNA


               "Es cierto que el alma de María es la más bella que ha creado Dios después de la del Verbo Encarnado; ésta fue la obra más grandiosa y de por sí la más digna que realizó el Omnipotente en la tierra. “Una obra que sólo es superada por el mismo Dios”, dice San Pedro Damiano. La Gracia de Dios no se dio a María con medida como a los demás Santos, sino “como el rocío que humedece la tierra” (Salmo 71, vers. 6). Fue el Alma de María como lana que absorbió dichosa la gran lluvia de la Gracia sin perder ni una gota. “La Virgen –dice San Basilio– absorbió toda la gracia del Espíritu Santo”. Es decir, como explica San Buenaventura, poseyendo en plenitud todo lo que los demás Santos poseen en parte. San Vicente Ferrer, hablando de la Santidad de María antes de su nacimiento, dice que esa santidad sobrepasó la de todos los Ángeles y Santos juntos.

               Es el común sentir, que la Santa Niña, al recibir la gracia santificante en el seno de Su madre Santa Ana, recibió al mismo tiempo, la gracia de la Ciencia Infusa, que es una luz divina correspondiente a toda la gracia de que fue enriquecida. Así que bien podemos creer que desde el primer instante en que Su Alma se unió a Su Cuerpo, Ella quedó iluminada con todas las luces de la Divina Sabiduría con que conoció la Verdad Eterna, la belleza de la virtud, y sobre todo, la Infinita Bondad de Su Dios y cuánto merecía ser amado de todos, pero especialmente por Ella por razón de los especialísimos privilegios con que el Señor la había dotado, distinguiéndola sobre todas las criaturas, preservándola de la mancha del pecado original, dándole gracias tan inmensas, y destinándola para Madre del Verbo y Reina del Universo..."


San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia


HOY ES EL DÍA INDICADO
PARA RENOVAR NUESTRO VOTO DE 
ESCLAVITUD MARIANA


               En su Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen María, San Luis Grignión de Montfort enseña que "Antes del Bautismo pertenecíamos al demonio como esclavos suyos. El Bautismo nos ha convertido en verdaderos esclavos de Jesucristo".

               Así es, y si no, basta recordar el reclamo del Apóstol San Pablo "¿Acaso no sabéis que no os pertenecéis?" (1 Cor. 6, 19). Y San Luis añade: "Somos totalmente suyos, como sus miembros y esclavos, comprados con el precio infinito de toda su Sangre".

               Teniendo en cuenta esto, el incansable misionero, San Luis Grignión, explica la diferencia entre el servidor asalariado y el esclavo: "Por la esclavitud, en cambio, uno depende de otro enteramente, por toda la vida y debe servir al amo sin pretender salario ni recompensa alguna, como si fuera uno de sus animales sobre los que tiene derecho de vida y muerte".

               Por naturaleza, todos los seres son esclavos de Dios. Los demonios y los condenados también lo son por constreñimiento, y los justos y santos, por libre voluntad.

               Este tipo de esclavitud, enseña el Santo enamorado de la Virgen, es "la más perfecta y la más gloriosa para Dios, que escruta el corazón, nos lo pide para sí y se llama Dios del corazón o de la voluntad amorosa", porque por esta esclavitud el alma "opta por Dios y por su servicio, sin que importe todo lo demás, aunque no estuviese obligado a ello por naturaleza".

               Al final de su obra, San Luis aconseja algunas "prácticas interiores que tienen gran eficacia santificadora para aquellos a quienes el Espíritu Santo llama a una elevada perfección". Éstas consisten en hacer todas las acciones "por María, con María, en María y para María, a fin de obrar más perfectamente por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo y para Jesucristo". 


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jueves, 5 de septiembre de 2024

EL SACERDOCIO, DIGNIDAD POR ENCIMA DE LOS ÁNGELES

   

...si su sublime dignidad los eleva por encima
de los Ángeles, no por ello son hombres 
menos débiles y frágiles… 


Santa Teresita de Lisieux



              El Jueves es el día tradicionalmente dedicado a recordar a los Sagrados Ministros de Dios; día elegido por Nuestro Señor Jesucristo el Jueves Santo, cuando instituyó el Sacerdocio, y con él y por él, la Sagrada Eucaristía, renovación incruenta del Sacrificio del Calvario, que se renueva por todo el orbe cada día, sin cesar. 

              Práctica particularmente laudable es la de los Primeros Jueves de Mes, en el que se hacen especiales ejercicios de piedad para pedir por los Sacerdotes y Religiosos, así como por las vocaciones, para que el Señor envíe operarios a Su mies y extiendan Su Reino en el mundo entero.

              El Sacerdote ordenado tiene un carácter indeleble, que lo hace ontológicamente Hombre-Sacerdote: su ministerio implica una forma y estado de vida y no un ejercicio transitorio. No se puede ser, como hoy en día se pretende, una suerte de “Sacerdote a tiempo parcial”, un simple funcionario de lo sagrado sujeto a nómina y a horarios. El Sacerdote lo es las veinticuatro horas de cada día de su existencia, aunque no se encuentre ejerciendo su Sacerdocio. Y seguirá siendo Sacerdote por toda la eternidad, ya sea que se salve o que tenga la desgracia de condenarse.

              Sin los Sacerdotes estaríamos desamparados espiritualmente. No tendríamos la Misa ni los Sacramentos, es decir que no dispondríamos de los medios ordinarios para salvarnos. La Vida Católica no podría desarrollarse normalmente sin ellos. Allí donde han faltado o faltan por diversas circunstancias (por falta de clero, por persecución, por abandono) los Fieles sufren y languidecen espiritualmente, aunque ciertamente, Dios no abandona a Sus hijos. Por eso es tan importante rezar por las vocaciones y por la santificación y perseverancia del Clero: para que haya muchos Sacerdotes que santifiquen al Pueblo de Dios y lleven las almas al Cielo. La Santidad no es indispensable para que el Sacerdote Católico ejerza eficazmente su Ministerio: nuestra salvación no depende de la bondad o maldad de los Sacerdotes, que no son sino los instrumentos a través de los cuales Jesucristo actúa; ya darán cuenta a Dios de su vida personal. Pero qué duda cabe que un Sacerdote santo edifica, consuela y llama a la Santidad.

               El quinto Precepto General de la Santa Madre Iglesia manda “contribuir al sostenimiento de la Iglesia de Dios” (antiguamente se decía “pagar los diezmos y las primicias”, que viene a ser lo mismo). Quiere decir que los Fieles tienen el deber de mantener el Culto Católico y a sus Ministros, que es por quienes nos viene la gracia. Es natural, pues como dice San Pablo: “tiene el operario derecho a su salario” y los Sacerdotes son los operarios de la Viña del Señor. También dice el Apóstol de las Gentes que “quien sirve el Altar que viva del Altar”, por lo cual los Sacerdotes, que son los Ministros del Altar tienen el derecho a vivir de él, del cual, por cierto, nos beneficiamos todos.

               Ahora bien, contribuir al sostenimiento de la Iglesia se hace de dos maneras: material y espiritualmente. Se contribuye materialmente aportando dinero, bienes y trabajo en la medida de las posibilidades reales de cada quien. Debemos considerar siempre si en conciencia hacemos todo lo que podemos. Muchas veces no somos generosos con la Iglesia mientras somos capaces de gastarnos dinerales en caprichos, vicios o cosas superfluas. Tengamos siempre en cuenta que, como pasa con nosotros, los sacerdotes no viven del aire y que tienen necesidad de nuestra asistencia material. A cambio ellos nos dan los medios de salvación. Realmente, salimos ganando siempre porque los fieles les damos bienes perecederos, mientras ellos nos dan la posibilidad de ganar el bien duradero de la vida eterna.

               Pero también espiritualmente podemos sostener a la Iglesia y a sus Ministros: encargando Misas, ofreciendo nuestras oraciones y difundiendo propaganda a favor de las vocaciones. En esta categoría de limosna, entra la práctica de los PRIMEROS JUEVES DE MES, en los cuales invertimos una pequeña parte de nuestro tiempo para orar por los Sacerdotes, Religiosos, vocaciones y misiones, es decir, para mantener vivo el organismo de nuestra Religión Católica. 

               Acostumbrémonos a santificar los Jueves Sacerdotales, ofreciendo en ellos nuestras preces y nuestros pensamientos, el rezo meditado del Santo Rosario... Es la mejor manera de preparar el Primer Viernes, consagrado al Corazón Divino según el cual queremos que sean nuestros Sacerdotes. 



miércoles, 4 de septiembre de 2024

BENDITA SEA TU HUMILDAD



               Cuando el Señor, en Su infinita Misericordia, promulgó el decreto de nuestra Redención, no sólo escogió en el tiempo todas las circunstancias que debían preceder, acompañar y seguir a su ejecución, sino que también determinó con toda precisión el oficio y orden de todos los que debían tomar parte en tan portentoso Misterio.



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               De aquí se sigue que, como María debió de estar comprendida inmediatamente después de Jesús en el el decreto de la Encarnación del Verbo y predestinada a ser augustísima Reina y Madre del Hijo de Dios, a la predestinación de la Virgen María debió seguir también inmediatamente la de San José, porque para ocultar al mundo este Misterio hasta que se realizara, así como para poner a salvo el Honor de la Madre y el buen Nombre del Hijo, era preciso que María fuera desposada con el varón más justo y humilde de la casa de David, y por eso no se concibe la predestinación de la Virgen Santísima sin contemplar a Su lado a Su castísimo Esposo, el Glorioso Patriarca San José.

               ...deduce el insigne Padre Morales que, así como el Nombre de Jesús es el primero que ab aeterno se escribió en el Libro de los Predestinados, como la cabeza de todos ellos, y el segundo el Dulcísimo Nombre de María, como Madre de Jesús, así en su proporción relativa, debió de ocupar el tercer lugar el Suavísimo Nombre de San José, como Esposo de María y fiel Guardián y sostén de Jesucristo.

               San Bernardo escribe que San José, y sólo San José, con preferencia a los más santos y distinguidos personajes del Antiguo y Nuevo Testamento, fue constituido por Dios en la tierra como coadjutor o cooperador fidelísimo del gran Consejo, esto es, de la Encarnación del Verbo increado. San Bernardino de Siena encomia al Glorioso Patriarca por haber sido elegido por el Eterno, con generosa providencia, guarda y defensor de sus principales tesoros, Jesús y María. 

               He aquí el origen y vena inagotable de las grandezas de San José: su predestinación eterna a ser cooperador del Misterio más grande que adoraron los siglos.


"Vida de San José
por el Padre Francisco de Paula García, SI




martes, 3 de septiembre de 2024

110 ANIVERSARIO DE SAN PÍO X


Los autores del error se ocultan 
en el propio seno de la Iglesia, 
por así decir, en las propias 
venas y entrañas de Ella...

Papa San Pío X, "Pascendi Dominici Gregis",
8 de Septiembre de 1907





INFANCIA Y SACERDOCIO

               Giuseppe Melchiorre Sarto, quien luego sería el Papa Pío X nació el 2 de Junio de 1835 en Riese, provincia de Treviso, en Venecia. Sus padres fueron Giovanni Battista Sarto y Margarita Sanson. Su padre fue cartero y murió en 1852, pero su madre vivió para ver a su hijo llegar a Cardenal. Luego de terminar sus estudios elementales, recibió clases privadas de Latín por parte del Arcipreste de su pueblo, Don Tito Fusarini, después de lo cual estudió durante cuatro años en Castelfranco Veneto, caminando de ida y vuelta diariamente.

               En 1850 recibió la tonsura de manos del Obispo de Treviso y obtuvo una beca de la Diócesis de Treviso para estudiar en el Seminario de Padua, donde terminó sus estudios filosóficos, teológicos y de los Clásicos con honores. Fue ordenado Sacerdote en 1858, y durante nueve años fue Capellán de Tómbolo, teniendo que asumir muchas de las funciones del Párroco, puesto que éste ya era anciano e inválido. Buscó perfeccionar su conocimiento de la Teología a través de un estudio asiduo de Santo Tomás y el Derecho Canónico; al mismo tiempo estableció una escuela nocturna para la educación de los adultos, y siendo él mismo un ferviente predicador, constantemente era invitado a ejercer este ministerio en otros pueblos.

OBISPO DE MANTUA 

               En 1867 fue nombrado Arcipreste de Salzano, un importante municipio de la Diócesis de Treviso, en donde restauró la iglesia y ayudó a la ampliación y mantenimiento del hospital con sus propios medios, en congruencia con su habitual generosidad hacia los pobres; especialmente se distinguió por su abnegación durante una epidemia de cólera que afectó a la región. Mostró una gran solicitud por la instrucción religiosa de los adultos. En 1875 creó un reglamento para la catedral de Treviso; ocupó varios cargos, entre ellos, el de director espiritual y rector del seminario, examinador del clero y vicario general; más aún, hizo posible que los estudiantes de escuelas públicas recibieran instrucción religiosa. En 1878, a la muerte del Obispo Zanelli, fue elegido Vicario Capitular. El 10 de Noviembre de 1884 fue nombrado Obispo de Mantua, en ese entonces una sede muy problemática, y fue consagrado el 20 de Noviembre de ese mismo año.

               Su principal preocupación en su nuevo cargo fue la formación del clero en el Seminario, donde, por varios años, enseñó Teología Dogmática y, durante un año, Teología Moral. Deseaba seguir el método y la teología de Santo Tomás, y a muchos de los estudiantes más pobres les regaló copias de la “Summa Theologica”; a la vez, cultivó el Canto Gregoriano en compañía de los seminaristas. La administración temporal de la sede le impuso grandes sacrificios. En 1887 celebró un sínodo diocesano. Mediante su asistencia en el confesonario, dio ejemplo de celo pastoral.

PATRIARCA DE VENECIA

             En el Consistorio Secreto celebrado en Junio de 1893, León XIII lo creó Cardenal, con el título de San Bernardo de las Termas; y en el Consistorio Público, tres días más tarde, fue preconizado Patriarca de Venecia, conservando mientras tanto el título de Administrador Apostólico de Mantua. El Cardenal Sarto fue obligado a esperar dieciocho meses, antes de tomar posesión de su nueva Diócesis, debido a que el gobierno italiano se negaba a otorgar el exequatur, reclamando que el derecho de nominación había sido ejercido por el Emperador de Austria. Este asunto fue tratado con amargura en periódicos y panfletos; el Gobierno, a manera de represalia, rehusó extender el exequatur a los otros obispos que fueron nombrados durante este tiempo, por lo que el número de sedes vacantes creció a treinta.

               Finalmente, el Ministro Crispi, habiendo regresado al poder, y la Santa Sede, habiendo elevado la misión de Eritrea a la categoría de Prefectura Apostólica en atención a los Capuchinos Italianos, motivaron al Gobierno a retractarse de su posición original. Esta oposición no fue causada por ninguna objeción contra la persona de Sarto. En Venecia el Cardenal encontró un estado de cosas mucho mejor que el que había hallado en Mantua.



Estampa devocional de San Pío X, ideada para ser impresa a doble cara


               También allí puso gran atención en el Seminario, donde logró establecer la facultad de derecho canónico. En 1898 celebró el sínodo diocesano. Promovió el uso del Canto Gregoriano y fue gran benefactor del gran compositor Lorenzo Perosi; favoreció el trabajo social, especialmente los bancos en las Parroquias rurales; se dio cuenta de los peligros que entrañaban ciertas doctrinas y conductas de algunos Cristiano-Demócratas y se opuso enérgicamente a ellas. El Congreso Eucarístico Internacional de 1897, en el Centenario de San Gerardo Sagredo (1900), la Bendición de la primera piedra del nuevo campanario de San Marcos y la Capilla conmemorativa en el Monte Grappa (1901) fueron eventos que dejaron una profunda impresión en él y en su gente.

LA CRUZ DEL PONTIFICADO

               A la muerte del Papa León XIII, los Cardenales se reunieron en Cónclave y, después de varias votaciones, Giuseppe Sarto fue elegido el 4 de Agosto, al obtener 55 de 60 votos posibles. Su coronación tuvo lugar el siguiente Domingo, 9 de Agosto de 1903.

              Sus esfuerzos se dirigieron a promover la Piedad entre los fieles, y a fomentar la recepción frecuente de la Sagrada Comunión, y, si era posible, hacerla diariamente, dispensando a los enfermos de la obligación de ayunar para poder recibir la Sagrada Comunión dos veces al mes, o incluso más. Finalmente, mediante el Decreto “Quam Singulari” (15 de Agosto de 1910), recomendó que la Primera Comunión en los niños no se demorara demasiado tiempo después de que alcanzaran la edad de la discreción.

               El 22 de Noviembre de 1903, promulgó un Motu Proprio sobre música sacra en las iglesias, y, al mismo tiempo, ordenó que el auténtico Canto Gregoriano se utilizara en todas partes, mientras dispuso que los libros de cantos se imprimieran con el tipo de fuente del Vaticano bajo la supervisión de una comisión especial. En la Encíclica “Acerbo nimis” (15 de Abril de 1905), planteó la necesidad de que la instrucción catequética no se limitara a los niños, sino que también fuera dirigida hacia los adultos, dando para ello reglas detalladas, especialmente en lo referente a escuelas adecuadas para la impartición de la instrucción religiosa a los estudiantes de escuelas públicas, y aun de Universidades. Promovió la publicación de un nuevo Catecismo para la Diócesis de Roma.

               Pero por sobre todas las cosas, la principal preocupación del Papa era la pureza de la Fe Católica. Por esta razón, en 1907, publicó el Decreto “Lamentabili”, en el que sesenta y cinco proposiciones modernistas fueron condenadas. La mayor parte de estas se referían a las Sagradas Escrituras, su inspiración y la Doctrina de Jesús y los Apóstoles, mientras otras se relacionaban con el Dogma, los Sacramentos, la Primacía del Obispo de Roma. Inmediatamente después de eso, el 8 de Septiembre de 1907, apareció la famosa Encíclica “Pascendi”, que exponía y condenaba el sistema filosófico del Modernismo.

              Una necesidad sentida durante mucho fue la de codificar la Ley Canónica, y con la intención de llevarla a cabo, el 19 de Marzo de 1904, Pío X creó una congregación especial de Cardenales; así las más eminentes autoridades en derecho canónico de todo el mundo, colaboraron en la formación del nuevo Código, que sería terminado en el Pontificado de su sucesor, Benedicto XV. En 1910 promulgó el Motu Proprio "Sacrorum Antistitum", conocido como "Juramento Antimodernista", que debía ser pronunciado por cualquiera que quisiera conservar o acceder a un oficio eclesiástico, incluida la docencia en teología.

MUERTE Y CANONIZACIÓN 

               Profundamente afectado por el estallido de la Gran Guerra -que el había intentado por todos los medios evitar-, y debilitado por una crisis bronquial, su corazón cedió tras rápida enfermedad cuando contaba 79 años.

               Cuando el Padre Pío de Pietrelcina se enteró de la muerte de Pío X, empezó a llorar como un niño diciendo: “Esta guerra se ha llevado a la víctima más inocente, más pura y más santa: el Papa”, pues corrían rumores que el Santo Padre había ofrecido su vida para salvar a sus hijos del flagelo de la Guerra Mundial.



Estampa devocional con oración a María Inmaculada compuesta por San Pío X



               El 29 de Mayo de 1954, el Papa Pío X era elevado a la Gloria de los Altares por otro Papa de nombre Pío y dotado del mismo espíritu antimodernista. Ese día, Pío XII recordaría la eterna condena al Modernismo: “Cualquier teoría, como el Modernismo, que separa la Fe y la Ciencia, en su fuente y en su objeto, oponiéndose una a la otra, produce en estas dos áreas vitales de un cisma, que es tan perniciosa que un poco es más que la muerte”. (…) Con mirada vigilante Pío X observó la llegada de esta calamidad espiritual del mundo moderno, esta amarga desilusión que afectaba sobre todo a las clases cultas. Se dio cuenta de cómo una fe tan evidente, es decir, una fe no fundada sobre la revelación de Dios, sino que estén arraigadas en un terreno puramente humano, atraería a muchos al ateísmo. Así mismo, reconoció el destino fatal de una ciencia, que contrario a la naturaleza y en la limitación voluntaria, interceptó el camino a la verdad absoluta y el Bien, dejando al hombre, privado de Dios y se enfrentan a la oscuridad invisible en la que se encuentra en todo ser vestirte, sólo la actitud de la angustia o la arrogancia”.