"Habiendo recibido la Santa Comunión, estaba pensando cómo ofrecer una cosa más especial a Jesús, cómo mostrarle mi amor y darle mayor gusto; y le he dicho: "Queridísimo Jesús mío, Te ofrezco mi corazón para Tu satisfacción y Tu eterna alabanza, y Te ofrezco todo mi ser, hasta las mínimas partículas de mi cuerpo, como otros tantos muros que pongo delante de Ti, para impedir toda ofensa que Te hagan, aceptando todas sobre mí, si fuera posible y como a Ti Te guste, hasta el día del Juicio; y ya que quiero que mi ofrecimiento sea completo y Te satisfaga por todos, quiero que todas las penas que tenga que soportar, recibiendo yo las ofensas que Te hagan, Te compensen por toda la Gloria que habrían debido darte los Santos que están en el Cielo cuando estaban en la tierra, la que Te debían dar las Almas del Purgatorio y la Gloria que Te deben todos los hombres pasados, presentes y futuros; Te las ofrezco por todos en general y por cada uno en particular".
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