viernes, 15 de agosto de 2025

LA GLORIOSA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA a los Cielos en cuerpo y alma




                    Llegamos al coronamiento de los privilegios de Nuestra Señora la Virgen María: Su Gloriosa Asunción en cuerpo y alma al Cielo y Su Coronación en él como Reina y Señora de cielos y tierra. La Asunción de María en cuerpo y alma al cielo es un dogma de nuestra Fe Católica, expresamente definido «ex cathedra» por el Papa Pío XII. (1)

¿Murió realmente la Virgen María?

                    El Papa Pío XII rehusó intencionadamente pronunciarse, al menos en la fórmula dogmática, sobre la muerte o no muerte de la Virgen María, sobre si fue asunta al Cielo después de morir y resucitar, o si fue trasladada en cuerpo y alma al Cielo sin pasar por el trance de la muerte como todos los demás mortales (e incluso como el mismo Cristo). Ahora bien: ¿cuál de las dos posibilidades es la verdadera?. Los argumentos que se aducen en favor de una u otra no son tan decisivos como para llevar a una certeza absoluta sobre cualquiera de las dos. Sin embargo, la opinión que sostiene con firmeza la Asunción Gloriosa de María después de su muerte y resurrección, no solamente reúne los sufragios de la inmensa mayoría de los mariólogos, sino que nos parece objetivamente mucho más probable que la que defiende la Asunción sin la muerte previa de la Virgen.

                    En la misma Bula «Munificentissimus Deus», de Pío XII, se leen estas palabras, cuya importancia excepcional a nadie puede ocultarse: «Los Fieles, siguiendo las enseñanzas y guía de sus pastores, aprendieron también de la Sagrada Escritura que la Virgen María, durante Su peregrinación terrena, llevó una vida llena de ocupaciones, angustias y dolores, y que se verificó lo que el santo anciano Simeón había predicho: que una agudísima espada le traspasaría el corazón a los pies de la cruz de Su Divino Hijo, Nuestro Redentor. Igualmente no encontraron dificultad en admitir que María hubiese muerto del mismo modo que Su Unigénito. Pero esto no les impidió creer y profesar abier­tamente que Su sagrado cuerpo no estuvo sujeto a la corrupción del sepulcro y que no fue reducido a putrefacción y cenizas el augusto Tabernáculo del Verbo Divino».

                    Desde la más remota antigüedad, la liturgia oficial de la Iglesia recogió la doctrina de la muerte de María. Las oraciones «Veneranda nobis...» (2) y «Subveniat, Domine» son claro y piadoso ejemplo de que la Iglesia reconocía que la Virgen María realmente murió.

                    Es cierto que María no contrajo el pecado original, pero tuvo el débito del mismo. Recibió, por tanto, la naturaleza caída de Adán, si bien con los privilegios ya conocidos. Ahora bien, la naturaleza caída de Adán estaba sujeta a la muerte. Luego para decir que María no murió habría que demostrar la existencia de ese privilegio especial para Ella, lo que no consta en ninguna parte.

                    Si Nuestra Señora dio al Redentor carne pasible y mortal, debió tenerla también Ella. Si nos corredimió con Su Hijo, debió participar de Sus Dolores y de Su Muerte. La muerte de la Virgen María tiene sentido corredentor, como complemento natural y lógico de Su compasión al pie de la Cruz. Sin Su muerte real faltaría algo al perfecto paralelismo entre el Redentor y la Corredentora.

                    Cristo murió, ¿y María sería superior a Él al menos en este aspecto relativo a la muerte corporal?. Aun suponiendo- como quieren algunos mariólogos- que la Virgen María tenía derecho a no morir (en virtud, sobre todo, de Su Inmaculada Concepción, que la preservó de la culpa y, por tanto, también de la pena correlativa, que es la muerte), sin duda alguna hubiera María Nuestra Señora renunciado de hecho a ese privilegio para parecerse en todo— hasta en la muerte y resurrección— a Su Divino Hijo Jesús. 

                    María debió morir para enseñarnos a bien morir y dulcificar con Su ejemplo los terrores de la muerte. La recibió con calma, con serenidad, aún más, con gozo, mostrándonos que no tiene nada de terrible para aquel que vivió piadosamente y mereciéndonos la gracia de recibirla con santas disposiciones.




                    «María murió sin dolor, porque vivió sin placer; sin temor, porque vivió sin pecado; sin sentimiento, porque vivió sin apego terrenal. Su muerte fue semejante al declinar de una hermosa tarde, fue como un sueño dulce y apacible; era menos el fin de una vida que la aurora de una existencia mejor. Para designarla la Iglesia encontró una palabra encantadora: la llama sueño (o dormición) de la Virgen» (3)

                    "Ella es -exclama San Bernardo- la que pudo decir con verdad: “He sido herida del amor”, porque la flecha del Amor de Cristo la transverberó de tal modo que en Su Corazón virginal cada átomo se incendió en un fuego soberano.

                    San Francisco de Sales decía: "Es imposible imaginar que esta verdadera Madre natural del Hijo de Dios haya muerto de otra muerte; muerte la más noble de todas y debida a la más noble vida que hubo jamás entre las criaturas; muerte que los Ángeles mismos desearían gustar, si fuesen capaces de morir."



NOTAS

            1) «Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para Gloria de Dios Omnipotente, que otorgó a la Virgen María Su peculiar benevolencia; para Honor de Su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la Gloria de la misma Augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la Autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la Nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser Dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de Su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la Gloria Celestial». Bula «Munificentissimus Deus», del Papa Pío XII, 1 de Noviembre de 1950.

            2) «Veneranda nobis, Domine, Huius diei festivitas opem conferat salutarem; in qua Sancta Dei Genetrix mortem subiit temporalem; nec tamen nexibus deprimi potuit quae Filium Tuum Dominum nostrum de se genuit incarnatum». («Ayúdenos con Su intercesión saludable, ¡oh Señor!, la veneranda festividad de este día, en el cual, aunque la Santa Madre de Dios pagó su tributo a la muerte, no pudo, sin embargo, ser humillada por su corrupción aquella que en Su seno encarnó a Tu Hijo, Señor nuestro).

            3) Louis Garriguet, experto mariólogo y Rector del Seminario de Aviñón.



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