sábado, 11 de octubre de 2025

MARÍA NUESTRA SEÑORA y MADRE, Santa Madre de Dios


"Ella adoró a Aquel 
quien había engendrado"

Oficio de la Purificación



                    La mente humana jamás podrá comprender plenamente todo lo que encierra el título de «Madre de Dios». Es el título con el que los Fieles se dirigen a María, y la Iglesia lo ha sancionado con su autoridad infalible (1). Todas las bellezas de la naturaleza, todas las riquezas de la gracia, todos los esplendores de la gloria palidecen ante la majestuosa grandeza de un título como este. Pues, por el hecho mismo de haber concebido al Verbo hecho carne, María ha quedado unida a Dios por los mismos lazos que unen a una madre con su verdadero hijo.

                    Así como, por tanto, la dignidad de la naturaleza humana en Jesucristo se eleva inconmensurablemente por encima de todo lo creado, en razón de la unión hipostática con el Verbo Divino, así también la dignidad de María pertenece a un orden superior, por Su posición como Madre de Dios. Este título es precisamente la fuente y la medida de todos esos dones de naturaleza, Gracia y Gloria, con los que el Señor se complació en enriquecerla. «La Santa Madre de Dios ha sido elevada por encima de los Coros de Ángeles en el Reino Celestial».

                    Admira, oh alma mía, tan grande milagro del Poder del Altísimo, y ya que se ha dignado llamarte al servicio de tan gran Reina, dale gracias y promete a tu Soberano eterna fidelidad.

                    El título de Madre de Dios, con que la Iglesia Católica honra a María, no es sólo fuente de incomparable grandeza en Ella, sino también un potente medio para fundamentarnos firmemente en la posesión de la Verdadera Fe y llevarnos a un conocimiento más perfecto de los atributos divinos.

                    De hecho, el primer paso para reconocer a Jesucristo como Salvador del mundo, es la creencia en la Maternidad Divina: por el contrario, quien se niega a reconocer a María como verdadera Madre de Dios, ha naufragado por ese mismo hecho en la Fe.

                    Además, la Sabiduría Divina resplandece con mayor claridad por el hecho de que Dios se dignó elegir a María como Madre de Su Hijo. De todas las obras de Dios, la Encarnación es la más digna de la diestra del Altísimo; pero ¿cómo puedo admirar suficientemente los designios de Tu sabiduría, oh Dios mío, ya que has querido oponer a la obra de destrucción y muerte, iniciada en el pecado de Eva y completada en el de Adán, una obra de reparación, iniciada en la obediencia de María y consumada en el sacrificio de Jesús?.

                    ¡Cuánta Gloria le corresponde a la Bondad de Dios por la Divina Maternidad!. Pues, al predestinar a María para ser Madre del Verbo, Dios también decretó dárnosla como Madre nuestra. Quiso que Ella, en unión con Su Hijo, realizara la obra de nuestra Redención y que, al regenerarnos a la vida de la gracia, se convirtiera en nuestra Madre en el orden espiritual.

                    ¡Oh, la profundidad de las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios!. ¡Cuán incomprensibles son Sus juicios y cuán insondables Sus caminos!

                    La Divina Maternidad es, sin duda, el punto de partida de la obra de nuestra Salvación. Por lo tanto, es deber de todo Cristiano proclamar con valentía esta verdad. Al creer que María es la Madre de Dios, creemos también que el Verbo se hizo carne. Pero para que esta Fe no sea estéril, debe ir acompañada de un sincero culto, tanto interno como externo; un culto consistente en actos de homenaje, veneración y amor hacia esta criatura incomparable, unida a nosotros por tantos títulos.

                    El alma fiel no puede, pues, hacer nada mejor que seguir el ejemplo que nos da la Iglesia, que no se cansa de proclamar esta Verdad al Universo entero, ya sea mediante la erección de templos en honor de María, mediante el establecimiento de hermandades consagradas a Ella, mediante la aprobación de Órdenes Religiosas dedicadas a Su servicio, o mediante la institución de prácticas de piedad en Su honor.

                    Sí, María es verdaderamente digna de ser saludada con las palabras que antaño dirigió el líder judío Ozías a Judit: “Bendita seas tú, oh hija, por el Señor Dios Altísimo, más que todas las mujeres de la tierra”.

                    La devoción a Nuestra Señora Santísima está tan íntimamente ligada a todo el Depósito de la Divina Revelación, que no es posible negar las prerrogativas de esta gloriosa Virgen, sin ofender alguna Verdad de la Fe Católica.

                    San Cirilo, el gran Obispo de Alejandría, fue el glorioso defensor de la Divina Maternidad y, en consecuencia, del Sagrado Depósito de la Revelación Cristiana. Sus excelsas virtudes se proclaman no sólo en testimonios privados, sino también en las solemnes Actas de los dos Concilios Generales de Éfeso y Calcedonia. Ansioso por promover la devoción a nuestra Santísima Señora e impulsado por el celo por la salvación de las almas, San Cirilo no tenía otra preocupación que preservar a su rebaño de las lamentables herejías sobre la Divina Maternidad de Nuestra Santísima Señora, que en aquel entonces invadían algunas iglesias orientales.

                    Cirilo, tan versado en las ciencias sagradas como ejercitado en todas las virtudes, fue enviado por el Papa San Celestino para presidir el Concilio de Éfeso. En esta gran asamblea se condenó la herejía de Nestorio y se proclamó el dogma de la Divina Maternidad de Nuestra Señora. En esta ocasión, San Cirilo derramó su corazón en una ferviente oración en honor a la Madre de Dios en presencia de todos los Obispos reunidos para la ocasión. Esta oración es uno de los himnos de alabanza más bellos que jamás se hayan compuesto en honor a la gloriosa Reina del Cielo (2).

                    Pero no pasó mucho tiempo antes de que el santo Obispo tuviera que sufrir por este hecho, lo que le atrajo el odio implacable de los herejes, de quienes tuvo mucho que sufrir. Terminaron por expulsarlo de su diócesis. Sin embargo, esto no le impidió seguir defendiendo el augusto Dogma de la Divina Maternidad de María, de palabra y por escrito. Estaba más que feliz de sufrir por esta Verdad; pero Nuestra Señora no tardó en recompensar a Su fiel siervo con abundantes gracias celestiales. Finalmente, por Su intercesión, se le permitió regresar a su sede, donde fue recibido con gran alegría por su pueblo. Murió santamente el 28 de Enero del año 444, pasando su alma de la tierra al Cielo para alabar por toda la Eternidad a la gloriosa Madre de Dios, a quien tanto había honrado durante su vida.


Extraído de "La más bella flor del Paraíso" 
escrito por el Cardenal Alexis-Henri-Marie Lépicier, 
de la Orden de los Siervos de María


NOTAS 

                    1) "Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema." Papa San Clementino I, Concilio de Éfeso, año 431.

            El Dogma de la Maternidad Divina se refiere a que la Virgen María es verdadera Madre de Dios. Fue solemnemente definido por el Concilio de Éfeso. Tiempo después, fue proclamado por otros Concilios universales, el de Calcedonia y los de Constantinopla.

                    2) De la Homilía de San Cirilo de Alejandría en el Concilio de Éfeso: 

            "Salve, María, Madre de Dios, veneradísimo Tesoro de todo el Orbe, antorcha inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta Doctrina, Templo indestructible, habitáculo de Aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, Virgen y Madre por quien se nos ha dado el llamado en los Evangelios 'Bendito el que viene en nombre del Señor'.

            Salve, Tú que encerraste en Tu Seno virginal al que Es inmenso e inabarcable. Tú, por quien la Santísima Trinidad es adorada y glorificada. Tú, por quien la Cruz preciosa es celebrada y adorada en todo el mundo. Tú, por quien exulta el Cielo, se alegran los Ángeles y Arcángeles, huyen los demonios, por quien el Diablo tentador fue arrojado del Cielo, y la criatura, caída por el pecado, es elevada al Cielo...

            ¿Quién de entre los hombres será capaz de alabar como se merece a María, digna de toda alabanza?. Es Virgen y Madre: ¡qué maravilla!. Este milagro me llena de estupor. ¿Quién oyó jamás decir que al constructor de un templo se le prohíba entrar en él?. ¿Quién podrá tachar de ignominia a quien toma a Su propia esclava por Madre?.

            Nosotros hemos de adorar y respetar la unión del Verbo con la carne, hemos de tener temor de Dios y dar culto a la Santa Trinidad, hemos de celebrar con nuestros himnos a María, la siempre Virgen, Templo Santo de Dios, y a Su Hijo, el Esposo de la Iglesia, Nuestro Señor Jesucristo. A Él la Gloria por los siglos de los siglos. Amén".



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.