viernes, 9 de agosto de 2013

ALIMENTAR EL SAGRARIO CON NUESTRO AMOR



En 1902, un joven cura, Don Manuel González, fue enviado a dar una misión en Palomares del Río, en la Provincia de Sevilla, España. Fue este pueblo donde Dios le marcó con la gracia que determinaría su vida sacerdotal. Él mismo nos describe esta experiencia:

"Fuime derecho al sagrario... y ¡qué sagrario, Dios mío! ¡Qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no salir corriendo para mi casa! Pero, no huí. Allí de rodillas ante aquel montón de harapos y suciedades, mi fe veía, a través de aquella puertecilla apolillada, 
a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno, que me miraba... que me decía mucho y me pedía más, una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio... 
La mirada de Jesucristo en esos sagrarios es una mirada que se clava en el alma
 y no se olvida nunca. Vino a ser para mí como punto de partida para ver, 
entender y sentir todo mi ministerio sacerdotal:

Ser cura de un pueblo que no quisiera a Jesucristo, para quererlo yo por todo el pueblo, emplear mi sacerdocio y cuidar a Jesucristo en las necesidades que su vida de Sagrario le ha creado, alimentarlo con mi amor, calentarlo con mi presencia, entretenerlo con mi conversación, defenderlo contra el abandono y la ingratitud, proporcionar desahogos a su Corazón, servirle de pies para llevarlo a donde lo desean, de manos para dar limosna, de boca para hablar de Él
 y consolar por Él y gritar a favor de El cuando se empeñen en no oírlo… 
hasta que lo oigan y lo sigan… ¡Qué hermoso sacerdocio».


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