El pasado 25 de Noviembre, a las 8 de la mañana, nuestro querido Don Manuel Rivero empezaba a vivir para siempre en el Cielo. Tras 78 años de vida terrenal, dejaba una estela de 51 años de sacerdocio pleno.
Nacido en Los Caideros de Gáldar, en una familia modesta pero muy cristiana, compuesta por los padres y doce hermanos, donde Don Manuel era el primogénito; desde muy niño conoció los rigores de la escasez económica y tuvo que trabajar, lo que le impidió acudir a la escuela. Según palabras del mismo Don Manuel, "eramos tan pobres que no teníamos ni un surco donde plantar una col".
Nunca olvidaré aquellas visitas a la Casa Parroquial de Fontanales, donde me recibía sin su sempiterna sotana; vestido con pantalón negro y camisa blanca sin palas, lucía con orgullo encima de sus hombros el Escapulario del Carmen. Y es que Don Manuel era hombre recio, que no dudaba en subirse a un andamio para arreglar la vieja ermita de San Bartolomé, no ocultaba su piedad sencilla -infantil si se antoja- pero profunda y sincera.
En aquella casita, Don Manuel se afanaba por moler los granos de café en un viejo molinillo para luego, de mil amores, preparar la merienda y amenizar así la charla. Vivía en la perfecta austeridad y recogimiento, sin televisión ni ordenador, sólo estaba pendiente de las noticias más generales, si bien tenía una amplia visión de la situación mundial.
Un retrato del Caudillo Franco, al que profesaba sincero afecto y gratitud, ocupaba lugar preferente en su salón; Don Manuel no ocultaba sus simpatías políticas, si bien nunca tuvo otra bandera más que la de la genuina Catolicidad. Por eso, no era de extrañar su admiración por el pensamiento contra-revolucionario del Prof. Plinio Correa de Oliveira, Fundador de TFP, organización católica de la que el buen sacerdote siempre fue colaborador y divulgador.
Don Manuel Rivero siempre tenía los últimos boletines de la TFP-Covadonga;
luego los compartía con fieles y amigos concienciados de la necesidad de la Contra-Revolución
Devotísimo de Jesús Sacramentado, promovía de palabra y obra el culto y la dignidad para con el Santísimo Sacramento, en especial, a la hora de celebrar la Santa Misa, que rezaba como si fuera la primera y última. Cómo olvidar su eterno consejo: "Juanillo, querido, tú nunca dejes de amar mucho la Santa Misa..."
Quizás, una de las notas que marcaron su existencia, fue la confianza ciega en la Providencia de Dios; confianza que rubricaba con el sello de la obediencia, aunque muchas de las cosas que le mandasen no fuesen de su agrado, como cuando con casi la edad de jubilación, fue removido de su amada Parroquia de San Bartolomé de Fontanales. Los motivos nunca quedaron claros, no pocos criticaron la actuación del obispo Cases y muchos entendieron que Don Manuel era removido injustamente. Él nunca protestó ni se quejó por semejante atropello, pero era evidente que no se tuvo en cuenta ni su edad, ni su delicada salud, ni el gran servicio que prestó a la Diócesis en el Tribunal Eclesiástico. Aquél capítulo causó una grave brecha en Don Manuel. A partir de ahí, su estado anímico y físico sólo empeorarían día a día. Curiosamente, el joven que le sustituyó al frente de la Parroquia, abandonó al poco tiempo el ministerio sacerdotal... Dios escribe derecho en renglones torcidos.
Desde su cama, que fue el último Altar donde celebró su particular sacrificio, seguro tuvo lucidez para entonar con la voz del alma, aquél canto con el que tantas veces comenzara la Santa Misa:
"Vayamos jubilosos al Altar de Dios.
Al sagrado altar nos guíen su Verdad y su Justicia,
a ofrecer el Sacrificio que le da gloria infinita.
Al Dios Santo celebremos que nos llena de alegría,
y subamos hasta el Monte donde Dios se sacrifica.
Ofrezcamos todos juntos esta Víctima Divina,
que se inmola por nosotros para darnos luz y vida."
Descanse en paz, Don Manuel. Su amigo, su hijo, su "Juanito, querido", no lo olvidará.
No deje de interceder por mí, se lo ruego. Hasta el Cielo, Don Manuel.
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