miércoles, 11 de abril de 2018

VIDA DE SAN JOSÉ (VII) SAN JOSÉ EN EL TALLER DE NAZARETH


          La Piedad Católica ha dedicado tradicionalmente el día MIÉRCOLES a rezar mediante la intercesión del GLORIOSO SAN JOSÉ. Por eso, todos los miércoles que sea posible -si no hay otra conmemoración más importante- procuraremos compartir breves extractos del libro "VIDA DE SAN JOSÉ", del Padre Francisco de Paula García, de la Compañía de Jesús.

           Procuremos no perder nuestras raíces cristianas, las mismas que un día hicieron grande nuestra Patria,  y continuemos al tiempo con aquéllas sencillas pero didácticas devociones de nuestros mayores; sólo abrazando con fuerza y sin respetos humanos la Fe de siempre, podremos seguir siendo fieles a la genuina Doctrina de Nuestro Señor Jesucristo.






          Bien podemos representar a San José en su modesto taller de Nazaret trabajando con incansable laboriosidad para sustentar a Jesús y a María, las dos prendas amadas de su corazón. Y no es maravilla que así trabajara, porque a un lado contemplaba a su celestial esposa, enemiga del ocio, siempre ocupada, ya en el coser, ya en el asear la casa y preparar la comida, sin que perdiera un momento la más alta contemplación; al otro lado veía a Jesús ejerciendo bajo su magisterio el aprendizaje acepillando, aserrando o desbastando la madera con la mayor humildad y diligencia. ¿A quién que tenga una chispita de fe no dejará absorto y endiosado cuadro tan divino y encantador?

          Y ¿es posible que San José, penetrado como estaba de la divinidad de su aprendiz, no apareciera a la vista de todos suspendido y arrobado? Así debiera, sin duda, acontecer si miramos a lo que pasa comúnmente con los demás santos. Mas como, a imitación de María, vivía José fuera de esta esfera común de santidad, y como el afán de ganar el sustento para la familia y su vivo deseo de procurarles algún desahogo en su pobreza igualaban en él su admiración profunda por lo que tenía ante los ojos, exteriormente trataba de parecerse a los demás oficiales, pero allá en sus adentros esmaltaba y embellecía todas sus obras con la más elevada contemplación.

          ¡Qué cúmulo de merecimientos acaudalaría en medio de sus ordinarias faenas!. ¡Que consuelos inundarían su alma en sus diarias ocupaciones! Porque si para cualquier alma fiel fuera cosa dulce y en extremo consoladora ver por unos momentos aquel divino Sol en quien desean mirar los Ángeles, ¿qué gozo y alegría tan del Cielo bañaría el corazón de San José en trabajar todos los días con Jesús, y en escuchar todos los días Sus divinos razonamientos? Cebo son con que se alimenta el placer del alma santa , el amor y el conocimiento de Cristo. Y ¿quién, fuera de la Virgen Santísima, igualó en este conocimiento y amor al Santo Patriarca José, que amaba a Jesús con amor ilustradísimo, y tenía de Él tan gran conocimiento intelectual y afectuoso? Por donde , aunque veía Jesús afanado en su ayuda, trabajando en su taller como simple artesano, miraba en Él, no sólo aquella hermosura exterior, embellecida con los sudores con que enamoraba los castos corazones de sus padres, más también los esplendores de la divinidad que en Él moraba y trascendía a los ojos de la Fe.



(Continuará)



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