Santa Teresita del Niño Jesús, como buena carmelita, fue muy devota de San José desde su infancia; su amor por el Patriarca sólo era superado por el que sentía por la Virgen Santísima. Cuando siendo adolescente inicia con su padre la peregrinación a Roma, Teresita se encomienda a San José y le ruega que vele por ella; cuando visita Loreto siente una emoción profunda al pisar el mismo suelo que San José había regado con su sudor. Ya en el Carmelo de Liseux, dedica una poesía a San José, canta su vida humilde y al servicio de Jesús y María, le contempla en su vida sencilla y dura de trabajo, le ofrece los platos fuertes de la comida y exclama como síntesis de toda su devoción: ¡Oh el bueno de San José! ¡Oh cuánto le amo!, y en el Cielo verá y cantará su Gloria.
"Pedí a San José que fuera mi custodio. Mi devoción hacia él, desde la infancia, era una misma cosa con mi amor a la Santísima Virgen. Todos los días rezaba la oración: «¡Oh San José, Padre y Protector de las vírgenes...!». Parecíame ir más protegida y a cubierto de todo peligro."
Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz,
"Historia de un alma", cap. 6
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