San Lorenzo nació en Loreto, Huesca (España, entonces provincia del Imperio Romano), hijo de Orencio y Paciencia agricultores y cristianos ejemplares (inscritos también como Santos en el Martirologio). El futuro Papa Sixto II, visitaba la Península Ibérica cuando conoció al joven Lorenzo y lo llevó con él a Roma. Una vez elevado a la dignidad Pontificia, el Papa eligió al joven español como uno de los siete diáconos de Roma, confiándole la administración de los bienes de la Iglesia en favor de los cristianos más necesitados.
La antigua Tradición dice que cuando Lorenzo vio que al Sumo Pontífice lo iban a matar le dijo: "Padre mío, ¿te vas sin llevarte a tu diácono?" y San Sixto le respondió: "Hijo mío, dentro de pocos días me seguirás". Lorenzo se alegró mucho al saber que pronto iría a gozar de la Gloria de Dios.
Entonces Lorenzo viendo que el peligro llegaba, recogió todos los dineros y demás bienes que la Iglesia tenía en Roma y los repartió entre los pobres. Y vendió los cálices de oro, copones y candeleros valiosos, y el dinero lo dio a las gentes más necesitadas. Cuenta una piadosa tradición que el Santo Cáliz que Nuestro Señor usó en la Última Cena y que había sido conservado por los Papas hasta entonces, fue enviado a España por San Lorenzo, a casa de sus padres, para evitar que los romanos se incautasen de la preciosa reliquia.El alcalde de Roma, que era un pagano muy amigo de conseguir dinero, llamó a Lorenzo y le dijo: "Me han dicho que los cristianos emplean cálices y patenas de oro en sus sacrificios, y que en sus celebraciones tienen candeleros muy valiosos. Vaya, recoja todos los tesoros de la Iglesia y me los trae, porque el emperador necesita dinero para costear una guerra que va a empezar".
Lorenzo le pidió que le diera tres días de plazo para reunir todos los tesoros de la Iglesia, y en esos días fue invitando a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos que él ayudaba con sus limosnas. Y al tercer día los hizo formar en filas, y mandó llamar al alcalde diciéndole: "Ya tengo reunidos todos los tesoros de la Iglesia. Le aseguro que son más valiosos que los que posee el Emperador".
Llegó el alcalde muy contento pensando llenarse de oro y plata y al ver semejante colección de miseria y enfermedad se disgustó enormemente, pero Lorenzo le dijo: "¿Por qué se disgusta? ¡Estos son los tesoros más apreciados de la Iglesia de Cristo!"
El alcalde lleno de ira le condenó: "Pues ahora morirás, pero no crea que va a morir instantáneamente. Lo haré morir poco a poco para que padezca todo lo que nunca se había imaginado. Ya que tiene tantos deseos de ser mártir, lo martirizaré horriblemente".
Y encendieron una parrilla de hierro y ahí acostaron al diácono Lorenzo. San Agustín dice que el gran deseo que el mártir tenía de ir junto a Cristo le hacía no darle importancia a los dolores de esa tortura. Los cristianos vieron el rostro de San Lorenzo rodeado de un esplendor hermosísimo y sintieron un aroma muy agradable mientras lo quemaban. Los paganos ni veían ni sentían nada de eso.
Después de un rato de estarse quemando en la parrilla ardiendo el Mártir dijo al juez: "Ya estoy asado por un lado. Ahora que me vuelvan hacia el otro lado para quedar asado por completo". El verdugo mandó que lo voltearan y así se quemó por completo. Cuando sintió que ya estaba completamente asado exclamó: "La carne ya está lista, pueden comer". Y con una tranquilidad que nadie había imaginado rezó por la conversión de Roma y la difusión de la Religión de Cristo en todo el mundo, y exhaló su último suspiro. Era el 10 de Agosto del año 258.
El Emperador Constantino mandó construir una basílica en el lugar del Martirio de San Lorenzo; la mayor parte de sus restos se encuentran sepultados allí, pero hay multitud de reliquias suyas a lo largo y ancho del Orbe Católico, como la de su cráneo, que se expone cada año en Roma para veneración de sus devotos.
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