jueves, 26 de mayo de 2022

LA ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR

 

 "Varones de Galilea, ¿por qué os asombráis 
mirando al Cielo?; del mismo modo 
que lo habéis visto subir al Cielo, así vendrá"

Hechos de los Apóstoles, cap. 1, vers. 11





               La piedad de la Edad Media celebraba en otro tiempo, por una solemne procesión que precedía a la Misa de este gran día, la partida de Jesús y de sus discípulos al Monte de los Olivos. También se bendecía solemnemente en este día el pan y los frutos nuevos, en memoria de la última comida que el Salvador tomó en el Cenáculo con sus discípulos. Imitemos la piedad de estos tiempos en que los cristianos tenían a pecho recoger y apropiarse los menores rasgos de la vida del Hombre-Dios, reproduciendo en su modo de vivir todas las circunstancias que el santo Evangelio les revelaba. 

               Se pensaba también entonces en los sentimientos que debieron ocupar el Purísimo Corazón de María durante los últimos instantes en que gozó de la presencia de Su Hijo. ¿Qué era lo que más pesaba en Su Corazón maternal: la tristeza de no ver más a Jesús, o la dicha de sentir que por fin iba a entrar en la Gloria que le era debida? La respuesta venía al punto al pensamiento de esos verdaderos Cristianos. ¿No había dicho Jesús a Sus discípulos: «Si me amaseis, os alegraríais de que me voy al Padre?» (Evangelio de San Juan, cap. 14, vers. 28). 

               Ahora bien, ¿quién amó más a Jesús que María? Así pues, el Corazón de la Madre estaba alegre en el momento de este inefable adiós, no pudiendo pensar en Sí Misma cuando se trataba del triunfo debido a Su Hijo y a Su Dios. Después de las escenas del Calvario, ¿podía Ella aspirar acaso a otra cosa que a ver al fin glorificado a quien Ella reconocía como Soberano Señor de todas las cosas, a quien Ella había visto pocos días antes, negado, blasfemado, expirando en medio de los dolores más atroces?. 

               Del mismo modo que ha subido el Salvador, debe descender un día el Juez: todo el futuro de la Iglesia está comprendido entre estos dos términos. Nosotros vivimos ahora bajo el régimen del Salvador, pues nos ha dicho que "el Hijo del hombre no ha venido para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvado por Él" (Evangelio de San Juan, cap. 3, vers. 17). Y con este fin misericordioso los Discípulos acaban de recibir la misión de ir por toda la tierra y de convidar a los hombres a la salvación, mientras aún es tiempo.



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