martes, 27 de agosto de 2024

MADRE MARÍA PILAR IZQUIERDO

 


                    María Pilar Izquierdo nació en Zaragoza, el 27 de Julio de 1906, de una familia pobre, pero muy cristiana. Desde bien pequeña destacó en ella un amor inmenso a Dios, a la Virgen María y a los pobres. Aún siendo pequeña se privaba a veces de su merienda y de sus cosas para ayudar a quien consideraba más necesitado que ella. No pudo ir a la escuela por tener que cuidar de sus hermanos más pequeños mientras su madre iba a trabajar por las casas.

                    Pronto empezó probar en su propia carne las punzadas del dolor y a adentrarse en el misterio del valor redentor del sufrimiento. A la edad de 12 años fue víctima de una enfermedad misteriosa, que ningún médico supo diagnosticar. Después de cuatro años vividos por motivos de salud en Alfamén (Zaragoza), regresó a Zaragoza, donde comenzó a trabajar en una fábrica de calzado, siendo muy querida de todos, por su sencillez, su natural simpatía, su bondad y laboriosidad. Pero Dios quería llevarla por otros derroteros y la fue adentrando en el misterio de la Cruz. "Encuentro en este sufrir un amor tan grande hacia nuestro Jesús, que muero y no muero... porque ese amor es el que me hace vivir", afirmaba.

                    En 1926, mientras volvía del trabajo, se fracturó la pelvis al caer del tranvía y, en 1929, quedó parapléjica y ciega a causa de numerosos quistes y tumores que le aparecieron en la cabeza y por todo el cuerpo, teniendo que recorrer, a partir de entonces, una vía dolorosa de más de doce años entre los hospitales de Zaragoza y una pobre buhardilla de la Calle Cerdán nº 24.

La espiritualidad de la buhardilla

                    Aquella pobre buhardilla se convirtió, no obstante, en una escuela de espiritualidad y en un remanso de luz, de paz y alegría para cuantos la visitaban. Allí se oraba, se fomentaba la amistad evangélica y las almas discernían la vocación a la que Dios las llamaba. Junto a la cama de aquella enferma empezó a correr un autentico río de personas de todos los estados y condiciones sociales, sacerdotes, seminaristas y religiosos, chicos y chicas jóvenes, todos se sentían atraídos por "Pilarín", como solían llamarla, quien postrada en el lecho del dolor, decía que ella era sólo "una tontica que no sabía más que sufrir y amar, amar y sufrir".

                    Quien la conocía enseguida se sentía impresionado por el ejemplo admirable de paciencia y de amor a Dios en medio del sufrimiento, y cuantos frecuentaban aquella buhardilla sentían el deseo de ser mejores. Así surgió en torno a Mª. Pilar un auténtico movimiento espiritual de personas que siguiendo los consejos de la enferma deseaban tomarse en serio la vida espiritual y buscar la santidad.

Un nuevo comienzo

                    Sobre ese "rebañico", como Mª. Pilar designaba al conjunto de personas que estaban unidas a ella por la oración y el sufrimiento con deseos de ser fieles al Señor, velaba ella día y noche con sus oraciones, sufrimientos y ofrecimientos, a fin de que ninguna de las almas que el Señor le había confiado “se apartase de los pastos de la santidad”.

                    Desde su lecho de enferma, Mª. Pilar desplegó también un amplio apostolado ayudando materialmente a muchísimas personas necesitadas no sólo en el cuerpo, sino también en el espíritu con sus consejos y orientación.

                    Mª. Pilar, desde 1936, comenzó a hablar de la "Obra de Jesús" que habría de aparecer en la Iglesia y que tendría como finalidad "reproducir la vida activa del Señor en la tierra mediante las obras de misericordia", y por esta Obra, ella oraba y ofrecía sus dolores, a la vez que pedía oraciones y sacrificios e iba preparando a los jóvenes que frecuentaban la buhardilla y que en su día formarían parte de la misma.




                    El 8 de Diciembre de 1939, Fiesta de la Inmaculada, tal como el mismo Señor le había revelado, tras recibir la Sagrada Comunión durante la Misa que se celebró en su propia habitación, Mª. Pilar se curó milagrosamente de la parálisis, recobró instantáneamente la vista y se curó de todo, menos de los quistes del vientre, pues ella le había pedido al Señor que se los dejara para seguir ofreciéndole "lo que no tiene trampa": los sufrimientos. Inmediatamente puso en marcha la Obra que Jesús le había pedido, trasladándose, junto con varias jóvenes, a Madrid, donde ya había sido aprobada la Fundación con el nombre de "Misioneras de Jesús y María".

Las calumnias contra ella

                    Pero pronto surgieron las incomprensiones humanas y la calumnia. Hubo personas que empezaron a decir que todo lo del milagro de su curación había sido un engaño. Al fin, reconociendo que se habían confundido, en el año 1941 les dieron autorización para trabajar entre los pobres como simples particulares y, en el 1942, el Obispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, aprobó su Obra como "Pía Unión de Misioneras de Jesús, María y José". Con este reconocimiento pudieron desarrollar una más amplia labor social y de apostolado en los suburbios de Vallecas y Tetuán de Madrid y, pocos meses después en el suburbio de Puente Toledo.

                    Pero no pasó mucho tiempo, tan sólo dos años, cuando volvió a aparecer el fantasma de las incomprensiones y calumnias, en este caso provenientes del seno de la misma Pía Unión. Dada aquella situación, Madre Mª. Pilar expuso al obispo lo que estaba sucediendo y que si no era remediada la causa del mal, en conciencia, tendría que retirarse de la Pía Unión. Aconsejada por su confesor, el 4 de Noviembre de 1944, con profundo dolor, tuvo que retirarse de su propia Obra.

                    "Siento dejaros porque os amo mucho, pero desde el Cielo os seré más útil. Volveré a la tierra para estar con los que sufren, con los pobres, los enfermos. Cuando más solas estéis más cerca estaré de vosotras", escribía.

                    Rodeada de su "rebañico" fiel, la Madre Mª Pilar murió en San Sebastián, a los 39 años, el 27 de Agosto de 1945, ofreciendo su vida por las Hijas que se le habían separado, a quienes recordaba con dolor y con cariño. "Las amo tanto, -decía- que no las puedo olvidar; aunque me pegaran y me arrastraran, quisiera tenerlas aquí. No quiero acordarme del mal que me hacen, sino del bien que me hicieron. Bien sabe nuestro amado Jesús que más, mucho más de lo que me hacen sufrir quiero que les dé de Cielo".



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