miércoles, 12 de septiembre de 2018

EL DULCE Y SANTO NOMBRE DE MARÍA


               Así como después de Navidad se celebra la Fiesta del Santo Nombre de Jesús, después de celebrar la Natividad de Nuestra Señora, es muy conveniente que honremos ahora el Santísimo Nombre de María, que parece significar "la Amada de Dios", tanto por su destino como Madre del Altísimo como por sus grandes y perfectas virtudes.


              El augusto Nombre de María, dado a la Madre de Dios, no fue cosa terrenal, ni inventado por la mente humana o elegido por decisión humana, como sucede con todos los demás nombres que se imponen. Este nombre fue elegido por el Cielo y se le impuso por divina disposición, como lo atestiguan San Jerónimo, San Epifanio, San Antonino y otros. “Del Tesoro de la divinidad –dice Ricardo de San Lorenzo– salió el nombre de María”. De Él salió Tu excelso Nombre; porque las tres divinas personas, prosigue diciendo, te dieron ese Nombre, superior a cualquier nombre, fuera del Nombre de tu Hijo, y lo enriquecieron con tan grande poder y majestad, que al ser pronunciado Tu Nombre, quieren que, por reverenciarlo, todos doblen la rodilla, en el Cielo, en la tierra y en el infierno. 





               Tu Nombre, oh Madre de Dios –como dice San Metodio– está lleno de gracias y de bendiciones divinas. De modo que –como dice San Buenaventura– no se puede pronunciar Tu Nombre sin que aporte alguna gracia al que devotamente lo invoca. Búsquese un corazón empedernido lo más que se pueda imaginar y del todo desesperado; si éste te nombra, oh benignísima Virgen, es tal el poder de Tu Nombre que Él ablandará su dureza, porque eres la que conforta a los pecadores con la esperanza del perdón y de la gracia. Tu Dulcísimo nombre –le dice San Ambrosio– es ungüento perfumado con aroma de gracia divina. Y el Santo le ruega a la Madre de Dios diciéndole: “Descienda a lo íntimo de nuestras almas este ungüento de salvación”. Que es como decir: Haz Señora, que nos acordemos de nombrarte con frecuencia, llenos de amor y confianza, ya que nombrarte así es señal o de que ya se posee la gracia de Dios, o de que pronto se ha de recobrar.

               Sí, porque recordar Tu Nombre, María, consuela al afligido, pone en camino de salvación al que de él se había apartado, y conforta a los pecadores para que no se entreguen a la desesperación; así piensa Landolfo de Sajonia. Y dice el P. Pelbarto que como Jesucristo con Sus Cinco Llagas ha aportado al mundo el remedio de sus males, así, de modo parecido, María, con Su Nombre Santísimo compuesto de cinco letras, confiere todos los días el perdón a los pecadores. 

              ¡Oh Mi dulce Madre y Señora, te amo con todo mi corazón! Y porque te amo, amo también Tu Santo Nombre. Propongo y espero con Tu ayuda invocarlo siempre durante la vida y en la hora de la muerte. Concluyamos con esta tierna plegaria de San Buenaventura: “Para gloria de Tu Nombre, cuando mi alma esté para salir de este mundo, ven Tú misma a mi encuentro, Señora benditísima, y recíbela”. No desdeñes, oh María –sigamos rezando con el Santo– de venir a consolarme con Tu dulce Presencia. Sé mi escala y camino del Paraíso. Concédele la gracia del perdón y del descanso eterno. Y termina el Santo diciendo: “Oh María, Abogada nuestra, a Ti te corresponde defender a Tus devotos y tomar a Tu cuidado su causa ante el Tribunal de Jesucristo”.

San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia 
en su obra "Las Glorias de María", cap. X




LA MEJOR MANERA DE INVOCAR CADA DÍA
 A NUESTRA SANTA MADRE


        Si de veras quieres ser devoto de la Virgen sólo invócala a diario con la misma oración con la que la saludó el Arcángel San Gabriel, el Avemaría. La llamamos así porque en su fórmula en latín comienza así Ave María gratia plena, Dóminus tecum...

       En esta sencilla súplica acude con el corazón a Nuestra Señora, es especial en los momentos de dolor y haz hincapié cuando pronuncies el "ahora..." porque Ella es presente en tu vida, en ese "ahora" que tienes tal problema de dinero, en ese "ahora" que te falta la salud... La Virgen es Nuestra Madre, pero también es Reina y Señora, por eso cuando reces, cuando a Ella te dirijas, hazlo con amor y confianza, pero también con el respeto que merece el pronunciar Su Dulce Nombre y encomendarnos a Su intercesión poderosa.

       El Avemaría lo puedes saborear mejor si lo rezas con EL ÁNGELUS, la salutación que nuestros padres y abuelos dedicaban a la Virgen tres veces al día y que te recomiendo hacer, por lo sencilla que es y por las muchas gracias e indulgencias que puedes obtener.

              "...cuando en la tarde suena el Ave María haced que desde entonces en adelante os arrodilléis, quitándoos la capucha por amor a Ella, rogándole, por último, que nos conceda aquello de que tenemos necesidad. Y digo que le hagáis esta reverencia tanto si estuvierais fuera de casa como si estuvierais en casa. Y lo digo tanto a vosotras mujeres como a los hombres; haced que este nombre de María lo tengáis en reverencia y devoción... 


               Y para que sepas cómo Ella no es ingrata cuando tú la saludas, aunque no le ruegues, Ella se vuelve hacia ti, recibiendo tus palabras con el mismo afecto que las dices; y si tú le ruegas con reverencia y fe ¿qué crees que Ella hace? Astitit Regina a destris tuis. Está la Reina Madre de Dios a tu derecha y ruega por ti."

San Bernardino de Siena, devoto y Apóstol del Dulce Nombre de María





AL DULCE Y SANTO NOMBRE DE MARÍA
por San Alfonso María de Ligorio
Doctor de la Iglesia


¡Madre de Dios y Madre mía María!
Yo no soy digno de pronunciar Tu Nombre;
pero Tú que deseas y quieres mi salvación,
me has de otorgar, aunque mi lengua no es pura,
que pueda llamar en mi socorro
Tu Santo y Poderoso Nombre,
que es ayuda en la vida y salvación al morir.

¡Dulce Madre, María!
haz que Tu nombre, de hoy en adelante,
sea la respiración de mi vida.
No tardes, Señora, en auxiliarme
cada vez que te llame.

Pues en cada tentación que me combata,
y en cualquier necesidad que experimente,
quiero llamarte sin cesar; ¡María!
Así espero hacerlo en la vida,
y así, sobre todo, en la última hora,
para alabar, siempre en el Cielo Tu Nombre amado:




“¡Oh Clementísima, oh Piadosa,
oh Dulce Virgen María!”
¡Qué aliento, dulzura y confianza,
qué ternura siento
con sólo nombrarte y pensar en Ti!

Doy gracias a Nuestro Señor y Dios,
que nos ha dado para nuestro bien,
este Nombre tan Dulce, tan Amable y Poderoso.

Señora, no me contento
con sólo pronunciar Tu Nombre;
quiero que Tu Amor me recuerde
que debo llamarte a cada instante;
y que pueda exclamar con San Anselmo:
“¡Oh Nombre de la Madre de Dios,
Tú eres el amor mío!”

Amada María y amado Jesús mío,
que vivan siempre en mi corazón y en el de todos,
Vuestros Nombres salvadores.

Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre,
para acordarme sólo y siempre,
de invocar Vuestros Nombres adorados.

Jesús, Redentor mío, y Madre mía María,
cuando llegue la hora de dejar esta vida,
concédedme entonces la gracia de deciros:

“Os amo, Jesús y María;
Jesús y María,
os doy el corazón y el alma mía”.






ORÍGEN DE LA FIESTA

          La Festividad de hoy, el Dulce Nombre de María se instituyó a raíz de la victoria de los católicos sobre los turcos en Viena, en la montaña de Kahlenberg en Septiembre del año 1683, tras dos meses de asedio por las tropas del Imperio Otomano.

         El día 14 de Agosto abrieron los turcos las trincheras por el lado de la puerta imperial y se alojaron en ella a pesar del vivo fuego que creaban los sitiados. Prendieron fuego al palacio de la Favorita, quemaron las casas de campo de los nobles en el arrabal de Leopolstadt y pusieron soldados en todos los puntos estratégicos. Incendiaron también la iglesia de los escoceses llegando las llamas al arsenal, donde se almacenaba la pólvora y municiones.

           La ciudad estaba a punto de caer, cuando el mismo día de la Asunción, por una visible protección de la Virgen se paró como de repente el fuego, dando tiempo a sacar las municiones y la pólvora del polvorín, cosa que alentó y dio ánimos a los soldados y vecinos confiando en la poderosa protección de Nuestra Señora.

         El día 12 de Septiembre Juan Sobierki, Rey de Polonia, acudió a la capilla de San Leopoldo con el príncipe Carlos de Lorena, donde los dos asistieron al Santo Sacrificio de la Misa, permaneciendo con los brazos en cruz toda la ceremonia. Al terminar la Misa recibieron la bendición y dirigiéndose al ejército les dijo: "Ahora podemos adelantar bajo la protección de la Virgen con entera seguridad que no nos negará su asistencia". Lanzándose sobre el ejército turco, estos abandonaron todo el armamento saliendo en estampida, dejando abandonado hasta el "estandarte de Mahoma" y quedando en el suelo más de cien mil hombres muertos en la pelea.

         Informado el emperador Leopoldo Ignacio de la victoria mandó cantar el Te Deum, reconociendo que una victoria tan inesperada era efecto visible de la asistencia del cielo y de la protección de la Virgen. Esta batalla marcó el comienzo del declive de Imperio Otomano en Europa.

          El estandarte de Mahoma, que siempre se enarbolaba en medio del campamento otomano y junto a la tienda del Gran Visir, era de brocado de oro, fondo encarnado y bordados de letras árabes. El asta del estandarte remataba en un pomo de cobre dorado con borlas de seda verde. Este estandarte fue enviado a Roma y ofrecido al Papa Inocencio XI, el cual persuadido de tal singular victoria debida a la mediación de la Virgen María, ordenó que la fiesta de Su Dulcísimo Nombre se celebrase a partir de ese momento en la Iglesia universal. Desde el Pontificado de San Pío X se celebra el 12 de Septiembre y con rito de doble mayor.

           Más de siglo y medio antes de la Victoria de Viena, por los años 1513, celebraba ya esta Fiesta la Iglesia española de Cuenca, con aprobación de la Sede Apostólica, antes por consiguiente, de que la Orden Seráfica de San Francisco lograse igual privilegio para el Dulcísimo Nombre de Jesús, por cuya devoción tanto había trabajado.



         

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