lunes, 14 de enero de 2019

EL ALMA VÍCTIMA: vivir muriendo y morir amando (1ª Parte)


"... y voy completando en mí mismo 
lo que falta de las aflicciones de Cristo, 
en favor de Su Cuerpo, que es la Iglesia."

San Pablo a los Colosenses, cap. 1, vers. 24






                Un Alma Víctima es aquella persona que se ofrece, o bien es elegida por Dios, para padecer diferentes pruebas, físicas y espirituales, en un grado sobrenatural y con objeto de ser co-redentores con Cristo Nuestro Señor; la mayoría de las veces comparten místicamente con Él los mismos sentimientos que Jesús en Su cruenta Pasión y en algunos casos, hasta los mismas heridas, como ocurre con los estigmatizados. 

                Esta unión con Cristo viene precedida de una perfecta devoción por la Virgen Santa, sin la cual sería imposible alcanzar dicha comunión de afectos.

                Estas almas se convierten en predilectas del Sagrado Corazón porque desde su corazón, se han desasido de todo atractivo por el mundo y están plenamente enamoradas de Cristo, por lo que se viven escondidas en Sus Llagas y todo su ser está como transfigurado con Él.

                El Alma Víctima,  al padecer sobre su cuerpo el dolor que produce el pecado de otros que viven disipados, reparan la Gloria de Dios, ofendida por la obligación de todo hombre de reconocer a su Creador y aplacan al tiempo, con la aceptación heroica de los dolores morales -peores que los físicos- la Justicia Divina sobre un mundo cada vez más corrupto.

                Con Jesús Nuestro Señor, las Almas Víctimas son verdaderas Hostias que se inmolan, no en un altar sino en su propia persona, negándose a participar de los entretenimientos y frivolidades del mundo y viviendo sólo para tener intimidad con Jesús Crucificado. Por esa unión en el Sacrificio redentor, las Almas Víctimas también consiguen multitud de gracias para las Almas del Purgatorio, como el fue el caso del Padre Pío de Pietrelcina.


"Ofreced vuestros cuerpos como una hostia o víctima viva, 
santa y agradable a Dios. 
Porque en esto consiste el Verdadero Culto."

Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos, cap. 12, vers. 1

                La vocación del Alma Víctima es especialísima: su misión es SUPLIR el amor que otras almas debieran tener al Señor; por eso siguen la máxima evangélica "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (San Mateo, cap. 16, vers. 24), pues Nuestro Señor invita a muchos pero pocos son los que a Él se entregan con el corazón; el Alma víctima consuela a Jesús por cuantos fingen seguirle, por aquellos que se llaman cristianos y sólo quieren saber "del Resucitado", pero olvidan a Jesús en Getsemaní, a Jesús traicionado, a Jesús azotado...

                El maravilloso Dogma de la Comunión de los Santos nos enseña que todo el bien, todas las oraciones, sacrificios, buenas obras e indulgencias que ganemos, pueden ser compartidas entre los bautizados en la Fe Católica; la obra silenciosa de las Almas Víctimas, su continuo calvario, su crucifixión incruenta, nos alcanza del Cielo multitud de gracias y bendiciones que tal vez sólo en el Paraíso llegaremos a entender.

                Que en la medida de tus posibilidades seas tú también un Alma Víctima, pues Jesús lo fue antes por ti; acepta de buena gana tus limitaciones, miedos, miserias... no veas como castigo lo que en realidad son pruebas para ganar el amor de Dios; usa todo como abono para una nueva vida de unión con Jesús y María; sólo de la mano de tan Buena Madre podrás alcanzar esta gracia que deseo para tu santificación personal.

              "Hace ya un tiempo que he sentido la necesidad de ofrecerme al Señor como víctima por los pobres pecadores y por las Almas del Purgatorio. Este deseo ha estado creciendo continuamente en mi corazón, hasta el punto de que ahora ha llegado a ser, lo que llamaría una fuerte pasión. He hecho este ofrecimiento al señor varias veces, suplicándole que derrame sobre mí el castigo preparado para los pecadores y por las Almas del Purgatorio, aun aumentándolas cien veces más para mí, siempre que Él convierta a los pecadores y rápidamente admita al Paraíso a las Almas del Purgatorio." 

(De una carta del Padre Pío a su Director Espiritual, Padre Benedetto, el 29 de Noviembre de 1910)







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