viernes, 1 de abril de 2022

LAS HORAS DE LA PASIÓN, de las Revelaciones de Luisa Picarretta. UNDÉCIMA HORA

         

"...quien piensa siempre en Mi Pasión 
forma en su corazón una fuente, 
y por cuanto más piensa tanto más 
esta fuente sea grande, y como las aguas 
que brotan son comunes a todos, 
esta fuente de Mi Pasión que se forma 
en el corazón sirve para el bien del alma, 
para gloria Mía y para bien de las criaturas." 


Revelación de Nuestro Señor a Luisa Picarretta, 
el 10 Abril de 1913


Preparación antes de la Meditación 


               Oh Señor mío Jesucristo, postrado ante Tu divina presencia suplico a Tu amorosísimo Corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las Veinticuatro Horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en Tu Cuerpo adorable como en Tu Alma Santísima, hasta la muerte de Cruz. 

               Ah, dame Tu ayuda, Gracia, Amor, profunda compasión y entendimiento de Tus padecimientos mientras medito ahora la Hora...(primera, segunda, etc) y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante las horas en que estoy obligado dedicarme a mis deberes o a dormir. 

               Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar. 

               Gracias te doy, oh mi Jesús, por llamarme a la unión Contigo por medio de la oración. Y para agradecerte mejor, tomo Tus pensamientos, Tu lengua, Tu corazón y con éstos quiero orar, fundiéndome todo en Tu Voluntad y en Tu amor, y extendiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza en Tu Corazón empiezo...




DE LAS 3 A LA 4 DE LA MAÑANA 

UNDÉCIMA HORA 

Jesús en casa de Caifás


               Afligido y abandonado Bien mío, mientras mi débil naturaleza duerme en Tu dolorido Corazón Divino, yo, entre la vigilia y el sueño siento los golpes que te dan y despertándome te digo: ¡Pobre Jesús mío... abandonado por todos, sin nadie que te defienda! Pero desde dentro de Tu Corazón yo te ofrezco mi vida para servirte de apoyo en el momento en que te hacen tropezar...; y me adormezco de nuevo. Pero otra sacudida de amor de Tu Corazón Divino me despierta, y me siento ensordecer por los insultos que te hacen, por las voces, por los gritos, por el correr de la gente... Amor mío, ¿cómo es que están todos contra Ti? ¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces te quieren despedazar? Siento que la sangre se me hiela al oír los preparativos de Tus enemigos; tiemblo y estoy triste pensando qué podré hacer para defenderte.

               Pero mi afligido Jesús teniéndome en Su Corazón, me estrecha más fuerte y me dice: “Hija Mía, no he hecho nada de mal... Oh, el delito del amor contiene todos los sacrificios, el amor de precio ilimitado... Aún estamos al principio; mantente en Mi Corazón, observa todo, ámame, calla y aprende. Haz que tu sangre helada corra en Mis venas para dar descanso a Mi Sangre, que es toda llamas. Haz que tu temblor esté en Mis miembros para que fundida tú Conmigo, puedas estar firme y calentarte, para que sientas parte de Mis penas y al mismo tiempo adquieras fuerza al verme tanto sufrir. Esta será la más hermosa defensa que me hagas; sé fiel y atenta. 

               Dulce Amor mío, el escándalo de Tus enemigos es tal y tan grande que no me permite dormir más; los golpes se hacen cada vez más violentos... Oigo el rumor de las cadenas con las que te han atado tan fuertemente que te hacen sangrar por las muñecas, y vas dejando las huellas de Tu Sangre en aquellas calles. Recuerda que mi sangre está en la Tuya, y al derramarla, mi sangre te la besa, la adora y la repara; y mientras te arrastran y el ambiente ensordece por los gritos y los silbidos, haz que mi sangre sea luz para aquellos que de noche te ofenden, y un imán que atraiga a todos los corazones en torno a Ti, amor mío y todo mío. 

              Ya llegas ante Caifás, y te muestras todo mansedumbre, modestia, humildad... Tu dulzura y Tu paciencia es tanta como para aterrorizar a Tus mismos enemigos, y Caifás, todo una furia, quisiera devorarte... ¡Ah, que bien se distingue a la inocencia y al pecado! Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más culpable, como quien va a ser condenado. Caifás pregunta a los testigos cuáles son Tus delitos. ¡Ah, mejor hubiera hecho preguntando cuál es Tu amor! 

               Y hay quien te acusa de una cosa y quien, de otra, diciendo necedades y contradiciéndose ente ellos; y mientras ellos te acusan, los esbirros que están junto a Ti te tiran de los cabellos, descargan sobre Tu Rostro Santísimo horribles bofetadas que resuenan en toda la sala, te tuercen los labios, te golpean..., y Tú callas, sufres y, si los miras, la luz de Tus ojos desciende a sus corazones, y ellos no pudiendo sostener tu mirada se alejan de Ti pero otros intervienen para hacerte sufrir más... Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que aguzas el oído y que el Corazón te late con mayor violencia, como si fuese a estallar por el dolor... Dime, afligido Bien mío, ¿qué sucede ahora? Porque veo que todo eso que te están haciendo Tus enemigos, es tan grande Tu Amor que con ansia lo esperas y lo ofreces por nuestra salvación; y Tu Corazón repara con toda calma las calumnias, los odios, los falsos testimonios, el mal que se hace a los inocentes con premeditación, y reparas por aquellos que te ofenden por instigación de sus jefes, y por las ofensas de los eclesiásticos... 

               Pero ahora, mientras en unión Contigo sigo Tus mismas reparaciones, siento en Ti un cambio, un nuevo dolor no sentido nunca hasta ahora. Dime, dime, ¿qué pasa? Hazme partícipe en todo, oh Jesús. 

               “Hija, ¿quieres saberlo? Oigo hasta aquí la voz de Pedro que dice no conocerme, y ha jurado y ha perjurado por tercera vez, que no me conoce... ¡Oh Pedro! ¿Cómo?  ¿No me conoces? ¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado? ¡Oh, si los demás me hacen morir de penas, tú me haces morir de dolor! ¡Oh, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos y exponiéndote después a la ocasión!” 

               Negado Bien mío, cómo se conocen inmediatamente las ofensas de los Tuyos más queridos. Oh Jesús, quiero hacer correr mis latidos en los Tuyos más queridos para mitigar el dolor atroz que sufres, y mi palpitar en el Tuyo te jura fidelidad y amor; y yo con él, mil y mil veces repito y juro que te conozco... 

               Pero Tu Amor no se calma todavía y tratas de mirar a Pedro. A tus miradas amorosas, llenas de lágrimas por su negación, Pedro se enternece, llora y se retira de allí; y Tú, habiéndolo puesto a salvo te clamas y reparas las ofensas de los Papas y de los Jefes de la Iglesia, sobre todo de aquellos que se exponen a las ocasiones. Pero Tus enemigos continúan acusándote, y viendo Caifás que nada respondes a sus acusaciones, te dice: “Te conjuro por el Dios vivo: Dime, ¿eres Tú verdaderamente el Hijo de Dios?” Y tú, Amor mío, teniendo siempre en Tus labios palabras de verdad, con una actitud de majestad suprema y con voz sonora y suave, ante lo cual quedan todos asombrados y los mismos demonios se hunden en el abismo, respondes: “Tú lo has dicho: ¡Sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios! Y un día vendré en las nubes del Cielo para juzgar a todas las naciones.” 

               Ante Tus palabras, todos quedan en silencio, sintiendo escalofríos de espanto... Pero Caifás, después de algunos instantes de espanto, reaccionando furibundamente, más que una bestia feroz, dice a todos: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? ¡Ha dicho una inmensa blasfemia! ¿Qué esperamos para condenarlo? ¡Ya es reo de muerte!”. Y para dar mayor fuerza a sus palabras se rasga las vestiduras, con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen uno solo, se lanzan contra ti, Bien mío; y hay quien te da puñetazos en la cabeza, quien te tira por los cabellos, quien te da bofetadas; unos te escupen en la cara, otros te pisotean con los pies. Los tormentos que te dan son tales y tantos que la tierra tiembla y los cielos quedan sacudidos... 

              Amor mío y vida mía, al ver que tanto te atormentan, mi pobre corazón queda lacerado por el dolor. Ah, permíteme que salga de Tu dolorido Corazón, y que yo en Tu lugar afronte todos estos ultrajes. Ah, si me fuese posible, quisiera arrebatarte de entre las manos de Tus enemigos, pero Tú no quieres, porque esto lo exige la salvación de todos. Y yo me veo obligada a resignarme. Pero, dulce Amor mío, déjame que al menos te limpie, que te arregle los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te seque la Sangre, y que me encierre en Ti. 



Ofrecimiento después de Cada Hora

 

                Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta Hora de Tu Pasión a hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte angustiado y doliente que orabas, que reparabas y sufrías y que con las palabras más elocuentes y conmovedoras suplicabas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte por mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte: “Gracias” y “Te Bendigo”. Sí, oh Jesús!, gracias te repito mil y mil veces y Te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos...

               Gracias y Te bendigo por cada gota de Sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra y mirada, por cada amargura y ofensa que has soportado. En todo, oh Jesús mío, quiero besarte con un “Gracias” y un “Te bendigo”. 

               Ah Jesús, haz que todo mi ser Te envíe un flujo continuo de gratitud y de bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo continuo de Tus bendiciones y de Tus gracias...

               Ah Jesús, estréchame a Tu Corazón y con tus manos santísimas séllame todas las partículas de mi ser con un “Te Bendigo” Tuyo, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa sino un himno de amor continuo hacia Ti. 

               Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones, me quedo en Tu Corazón. Temo salir de Él, pero Tú me mantendrás en Él, ¿no es cierto? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de manera que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión Contigo. 

               Ah, te ruego, dulce Jesús mío, si ves que alguna vez estoy por dejarte, que Tus latidos se sientan más fuertemente en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a Tu Corazón, que Tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, para que sintiéndote, me deje atraer a la mayor unión Contigo. Oh Jesús mío!, mantente en guardia para que no me aleje de Ti. Ah bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo lo que debo ahora hacer... 


LAS HORAS DE LA PASIÓN cuenta con aprobación eclesiástica:
Imprimatur dado en el año 1915 por Mons. Giuseppe María Leo,
Arzobispo de Trani-Barletta-Bisciglie, y con Nihil Obstat 
del Canónigo Aníbal María de Francia





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