sábado, 30 de septiembre de 2023

NO MUERO, ENTRO EN LA VIDA...

 



               Sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz del Carmelo de Lisieux había pedido a Dios la muerte de Jesús en la cruz y la obtuvo. En san  Juan de la Cruz se lee que la muerte del justo es una muerte de amor que se lleva al alma suavemente. Y ciertamente esta no fue la agonía que vivirá.

               En la tarde del 30 de Septiembre se le había redoblado a sor Teresa del Niño Jesús de tal manera la tentación contra la fe, que estaba hundida en la noche. Horas antes de su muerte el sudor perlaba su frente, se agitaba en su lecho, pedía que se echara agua bendita alrededor de ella y decía “¡Cuánto hay que rezar por los agonizantes!”. En resumen se encontraba en estado de casi desesperación.  En aquel momento, la madre Inés, al ver a su hermana en aquel estado, se desconcertó. Sabía que su hermana Teresa era una santa, pero una muerte así,  parece más bien la muerte de un pecador. Entonces se fue a rezar ante la estatua del Sagrado Corazón, y le suplicó: “Sagrado Corazón te pido, haz que mi hermana no muera desesperada”.

               Teresa ya había predicho: «Hermanitas, no os aflijáis, si sufro mucho y si no veis en mí, como ya os he dicho, ninguna señal de felicidad en el momento de mi muerte. Nuestro Señor murió ciertamente víctima de amor, ¡y ya veis qué agonía fue la suya»; «Nuestro Señor murió en la cruz entre angustias, y sin embargo la suya fue la más hermosa muerte de amor». Pero fue una muerte en la que llegó incluso a decir: «¡Padre! ¿Por qué me has abandonado?»

               Como Jesús en la cruz, en medio de la soledad y el abandono de los suyos, sufriendo físicamente, moral y espiritualmente, de nuevo se manifestó lo que había en su interior, que no era  más que amor hacia la humanidad que quería salvar: «Padre perdónales que no saben lo que hacen».

               Sor Teresa del Niño Jesús, en el último día de su vida terrena, por las palabras que salieron de sus labios en medio de sufrimientos morales, físicos y espirituales, también nos deja vislumbrar  la imagen de Jesús, el Hijo de Dios, en la cruz, en la que ella se había convertido por su docilidad a la gracia. Sus últimas palabras son testimonio de que se siente abandonada de Dios, sin ningún tipo de consuelo, sin embargo ama a Dios, no se arrepiente de haberse entregado al Amor, está dispuesta a sufrir el tiempo que Él haya  dispuesto. A pesar de su sufrimiento ella cree que Dios es bueno, confía en Él y es consciente de que este sufrimiento está vinculado a su sed de salvar almas para que alaben eternamente a Dios, sus últimas palabras son para testimoniarle su amor. 

               "Todo lo que he escrito sobre mis deseos de sufrir es, con todo, una gran verdad".

               "...Y no me arrepiento de haberme entregado al Amor. No, no me arrepiento, ¡al contrario!"

               Su últimas palabras las pronunció mirando al crucifijo: "¡Sí!, lo amo… ¡Dios mío…, Te amo!"



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