sábado, 21 de octubre de 2023

PARA ALCANZAR LA PAZ DEL MUNDO Y EL FIN DE LA GUERRA, REGINA PACIS, ORA PRO NOBIS

 

               El título Mariano de Reina de la Paz, fue agregado en las Letanías de la Virgen María por el Papa Benedicto XV durante los aciagos días de la Primera Guerra Mundial, en concreto fue el 5 de Mayo de 1917. Quiso así el Papa colocar al mundo entero bajo la protección de la Santísima Virgen María; tan sólo unos días después, el 13 de Mayo de ese mismo 1917, la «Regina Pacis» responde a la llamada del Papa Benedicto XV y se apareció en Fátima, a tres niños que están ajenos al conflicto mundial. "–No tengáis miedo… Soy del Cielo… Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el día 13 a esta misma hora… ¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?" –"Sí, queremos…" –"Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz para el mundo y el fin de la guerra…"

               En esta época convulsa de guerras y conflictos internacionales, que parecen aún peor que todos los conocidos hasta el momento, no dejemos de recurrir confiados a la intercesión de Nuestra Santa Madre, pidiéndole a Ella la auténtica paz entre los hombres, el segundo Advenimiento de Su Hijo a la tierra.



La estatua de la Virgen de la Basílica de Santa María la Mayor, 
en Roma, es la materialización de la letanía "Reina de la Paz", instaurada 
por el Papa Benedicto XV para suplicar el final de la Gran Guerra

               "Elévese, por tanto, hacia María, que es Madre de Misericordia y Omnipotente por la gracia, desde todos los lugares de la tierra, desde los templos más nobles hasta las más pequeñas capillas, desde los palacios regios hasta las más pobres casuchas, desde allí donde haya un alma fiel, desde los campos y los mares ensangrentados, la piadosa y devota invocación “Regina pacis, ora pro nobis”, y llegue hasta Ella el grito angustiado de las madres y esposas, el gemido de los niños inocentes, el suspiro de todos los corazones bien nacidos. Que su dulce y benignísima solicitud sea conmovida, y sea obtenida la paz suplicada para este mundo convulso. Y que los siglos futuros recuerden la eficacia de Su intercesión y la grandeza de los beneficios por Ella conseguidos". (Papa Benedicto XV, 5 de Mayo de 1917)

               "El que contempla las ingentes miserias que pesan hoy día sobre la humanidad, recuerda espontáneamente a aquel viajero evangélico que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de los ladrones y, robado y malherido por éstos, quedó tendido medio muerto en el camino. La semejanza entre ambos cuadros es muy notable, y así como el samaritano, movido a compasión, se acercó al herido, curó y vendó sus heridas, lo llevó a la posada y pagó los gastos de su curación, así también es necesario ahora que Jesucristo, de quien era figura e imagen el piadoso samaritano, sane las heridas de la humanidad.

               La Iglesia reivindica para sí, como misión propia, esta labor de curar las heridas de la humanidad, porque es la heredera del espíritu de Jesucristo; la Iglesia, decimos, cuya vida toda está entretejida con una admirable variedad de obras de beneficencia, porque «como verdadera madre de los cristianos, alberga una ternura tan amorosa por el prójimo, que para las más diversas enfermedades espirituales de las almas tiene presta en todo momento la eficaz medicina»; y así «educa y enseña a la infancia con dulzura, a la juventud con fortaleza, a la ancianidad con placentera calma, ajustando el remedio a las necesidades corporales y espirituales de cada uno». Estas obras de la beneficencia cristiana suavizan los espíritus y poseen por esto mismo una extraordinaria eficacia para devolver a los pueblos la tranquilidad pública". (Papa Benedicto XV, Encíclica "Pacem Dei Munus", 23 de Mayo de 1920)

               "Es necesario que comprendan todos que no se pueden conseguir de nuevo los bienes perdidos, ni conservar os que peligran, mediante las discordias, los tumultos y las matanzas entre hermanos, sino solamente mediante la laboriosa concordia, la mutua comprensión y el trabajo pacífico. Los que con plan premeditado agitan inconsideradamente las multitudes, excitándolas al tumultos, a la sedición y a las injurias a la libertad ajena, sin duda alguna no ayudan a mitigar la indigencia del pueblo, sino que más bien la aumentan, provocando la ruina final, exacerbando el odio e interrumpiendo el curso de las actividades de la vida social. De hecho, las luchas de los partidos «fueron y serán para muchos pueblos una calamidad mayor que la guerra misma, que el hambre y la peste". (Papa Pío XII, Encíclica "Optatissima Pax", 18 de Diciembre de 1947)



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