lunes, 5 de febrero de 2024

LA GRAN VERDAD DEL PREMIO DEL CIELO; "YO EN DIOS o EL CIELO", por el Padre Valentín de San José, Carmelita Descalzo de Las Batuecas, capítulo 5, puntos 25-28



               25- Cada época de la Historia tiene su especial apreciación de las cosas, y según la apreciación son los gustos y los modos de obrar. Pudieran asemejarse las épocas a los caracteres, cualidades y modos de ser de los hombres. Todos somos hombres, pero cada hombre tiene su especial carácter, su modo de ver y de ser y su propio gusto; todos parecidos, pero todos distintos aun entre los mismos hermanos de una familia. 

               En los hombres de Fe, y mucho más en los Santos, se ve brillar hermosa y atrayente, como estrella de segura orientación, la gran verdad del premio del Cielo. En proporción del fulgor que irradia esa esclarecedora verdad, son las acciones y el esfuerzo personal para practicar las obras rectas y dignas de la recompensa que Dios ha de dar en el Cielo. 

               Cuando se anubla la estrella de la esperanza del Cielo, se busca el paraíso en la tierra, con menosprecio de las obras buenas. Se pospone la virtud a la utilidad y al gusto. Como en lo misterioso de la soledad y en la noche serena se ve más fulgente el brillo de las estrellas, también cuando el alma reflexiona a solas con Dios o en silencio, impresiona más agradable y fuertemente el premio del Cielo. La noticia de la proximidad de la muerte, que a casi todos llena de pavor, alegra a muchas almas que han procurado agradar a Dios en su vida, porque ven acercarse el día del premio de sus obras en el Cielo y van a convivir con el Padre sumamente bueno y a ser ya felices con Él en toda delicia. 

               En boca del alma retirada en soledad con Dios se han puesto estas palabras: Aquí Dios "es mi gloria hasta que me llame, como se lo suplico y deseo no tarde. ¿Qué hago entre estos árboles sino estar con el pensamiento en el Cielo y, al mismo tiempo que amo a Dios y me ofrezco a Él, recordarle que le estoy esperando?... Dios llena mi corazón y estos riscos y quebradas cubiertas de verdura. Le canto al Señor el himno del deseo y de la alabanza unido a Sus Ángeles. Le digo que desfallezco por Él y jubiloso estoy esperándole. Creo que de un momento a otro ha de llegar, y, entre tanto, gusto de repetir con David: Todo mi gozo es vivir en el Señor (Salmo 103). Como brama el sediento ciervo por la fuente de aguas vivas, así, ¡oh Dios!, clama por Ti el alma mía" (Salmo 4. 1, 2) (1). 

               26- Hijo -decía Santa Mónica a su hijo Agustín-, no sé qué hago ya en la tierra. Siempre me da especial contento cuando en muchas vidas de Santos leo que, al comunicarles la inminencia de su muerte, exclamaron con David las palabras que tenían muy grabadas en el alma: "¡Qué hermosa noticia se me comunica! ¡Que me voy a la casa del Señor!" (Salmo 121, 1). Iban ya a recibir de las manos del Padre Amado en su palacio del Cielo el premio de todas sus obras buenas. Tenían ya prisa por ir a la Casa gloriosa del Padre, que es el Cielo, como la tiene la novia por celebrar el codiciado matrimonio. 

               Aunque la muerte siempre impone, tenían confianza en Dios, como Padre suyo, a quien siempre habían amado. Muchas son las almas ofrecidas a Dios, y fieles en su ofrecimiento, que han pedido a Dios abreviara su destierro, viniendo por ellos para llevarlos a la Patria a verle y gozarle y recibir el premio. 

               Cuando alguno ha sentido temor de presentarse a Dios como Juez, poniendo la confianza en Él, decían, como San Victoriano de Asán en sus últimos momentos: "Esta es la invitación del Señor de todas las cosas. Es forzoso pagar la deuda de la vida. Temo ciertamente la presencia del Juez, pero, confiando en la piedad del Padre, voy alegre a las bodas" (2). 

               Se ha de pasar por el túnel de la muerte; detrás está el Cielo. Muy santa vida hizo San Fructuoso en la soledad, y fundó numerosos monasterios para la multitud de jóvenes que le seguían; confiado, exclamaba en su última despedida: "No temo a la muerte, pues, aunque pecador, voy a la presencia divina" (3). Su aspiración había sido el Cielo, y del Cielo su conversación; tras de una vida de virtudes, penitencias y trato con Dios en retiro, se iba al deseado Cielo, al Palacio del Padre celestial, a la Patria de la Felicidad. 

               Los Santos eran sinceros y humildes. Dejaron escritos los dolores de las pruebas y purificaciones con que Dios acrisoló sus almas y las ansias que sentían de salir de la tierra, y también dijeron el gozo tan inefable que algunas veces, muy de corrida, experimentaron cuando el Señor quiso alentarlos a mayor perfección con alguna merced extraordinaria muy regalada. Nos dicen que los gozos terrenos que se puedan disfrutar o soñar no pueden compararse con los que Dios les dio a gustar, y con un solo momento que se gusten se ven las almas sobrepagadas de todos los sufrimientos y angustias que habían pasado y pudieran pasar. 

               27- Después del sobrenatural conocimiento y gozo que Dios le comunicó a San Pablo y de la celestial delicia con que envolvió e iluminó su espíritu, nos dijo el Apóstol muy alta y lacónicamente, lo más que se puede decir, explicando que "no es posible expresar lo que vio, gustó y oyó, porque ni ojo alguno vio, ni oreja oyó, ni pasó a hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para aquellos que le aman" (1 Cor. 2, 9). 

               No comparó gozos y alegrías de la tierra con los gozos y alegrías del cielo, porque no hay comparación posible, pues en nada se parecen; pero exaltó la excelencia y deslumbramiento del premio insospechado e insoñable que Dios dará por las virtudes y sacrificios vividos por Su amor, diciendo: "A la verdad, estoy firmemente persuadido de que los sufrimientos o penas de la vida presente no son de comparar con aquella gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros" (Rom. 8, 18). 

               Esta vida de la tierra es de sombra, y la del Cielo es de luz. El vivir de aquí ha de ser un continuo sembrar con trabajo y en noche para recoger en el Cielo con inefable y perdurable gozo. San Pablo no era feliz aquí, pero esperaba confiado lo sería sobre toda ilusión en el Cielo, y decía: "Mi única mira es... ir corriendo hacia el hilo para ganar el premio a que Dios me llama desde lo alto por Jesucristo" (Filip. 3, 13-14). 

               Los Santos tampoco eran felices, como no lo es hombre alguno sobre la tierra, pero no se cambiaban por nadie y sembraban para el Cielo, donde lo serían. San Agustín expresó sobre esta verdad, como sobre otras muchas, el sentimiento del corazón humano cuando escribe: "No sé cómo, pero todos tenemos conocimiento de lo que es la felicidad. Que si mi cuerpo vive de mi alma, mi alma vive de Ti, Dios mío. Hay quienes son felices en esperanza. Es un modo de ser felices muy inferior a serlo en realidad, pero es muy superior a aquellos que no son felices ni en la realidad ni en la esperanza" (4). 

               Algunas almas de grandes virtudes y mucho trato con Dios han recibido en la tierra mercedes sobrenaturales como caricias de brisas de Cielo, y experimentaron tan íntimo y regalado gozo, aunque sólo un momento, que se sentían con ellas llenas de felicidad. Estas mismas caricias de las brisas del Cielo en rapidísima mirada de Dios, aumentaban en ellas las ansias de ir al Cielo, a ver y poseer y gozar de Dios, que es la felicidad; de ir a "aquella vida de arriba, que es la vida verdadera" (5). 

               Y son mujeres santas la mayoría de los que han dejado escritas más detalladamente algunas mercedes muy íntimas y sobrenaturales, gozosas o penosas, que el Señor las comunicó. Las mujeres han sido más comunicativas y explícitas que los hombres en sus intimidades con Dios. Será por su mayor ternura o afecto natural o por su más perfecta entrega y confianza en Dios, o porque lo escribían y comunicaban para que sus Directores examinaran si eran o no mercedes de Dios, o porque los mismos Directores se lo mandaban. Pero el número de mujeres que nos han dejado descritas las intimidades inefables vividas de gozos o de pruebas, de comunicaciones y de hablas divinas es muy superior al de hombres. El hombre es de suyo más reservado -lo fuera para todo- y por eso lo habrá sido también en consignar las luces extraordinarias recibidas de Dios o las expone a modo doctrinal. 

               De sí misma escribe Santa Gertrudis que, aun cuando hubiera andado todo el mundo de Oriente a Occidente no hubiera nunca podido comprender la luz y el gozo que Dios, en un momento, la dio a gustar en tan subido grado que parecía hasta la médula de los huesos se la transformaba en dulzura (6)

               28- Santa Francisca Romana y Santa Brígida salían como de sí mismas para alabar a Dios y darle a conocer a todos, transportadas por la magnificencia de la comunicación divina, y crecían con ellas las ansias de ir al Cielo a verle ya con la luz de la gloria en Su Esencia y perfecciones. 

                 Más conocidas y admirables son las impresionantes manifestaciones de Santa Catalina de Siena y de Santa María Magdalena de Pazzis. Y Santa Catalina de Génova decía que una sola chispa del Amor Divino que recibía bastaba para convertir el Infierno en delicia, y a sus moradores en Bienaventurados. 

               Santa Teresa de Jesús, como la representación más expresiva y llena de luz de las mujeres santas que han manifestado regalos sobrenaturales, describe maravillosamente los gozos que su alma sentía, tan intensos y deliciosos, que llena de agradecimiento, dijo al Señor: "O ensanchase su flaqueza o no la hiciese tanta merced, porque cierto no parecía lo podía sufrir el natural" (7). ¡Y era sólo una gota de este río abundoso! ¿Cómo serán los gozos que experimenta el alma a quien Dios quiere dárselo? ¿Y cómo serán en el Cielo? Es imposible tener idea ni imaginarlos. A nada se parecen. Son gozos de otra especie de los que recibimos por los sentidos. Ni aun los que los recibieron podrán no decirlo, que es imposible; pero ni aun darnos una noción o comparación, aunque muy lejana, de la dulcísima realidad y de los súbitos deseos que despertaban en ellos. Son regalos especialísimos de Dios, y tan regalados que les hacían exclamar: ¿Qué dejáis, Dios mío, para el Cielo? 

                Santa Teresa escribe: "Un momento de aquel gusto no se puede haber acá, ni riquezas, ni honras ni deleites que basten a dar un cierra ojo y abre de este contentamiento, porque es verdadero y contento que se ve que nos contenta" (8). Y de los efectos de cierto modo de oración escribe: "Es tanto el gozo que parece algunas. veces no queda un punto para acabar el ánima de salir del cuerpo" (9), del deleite experimentado.


NOTAS

1) Un Carmelita Descalzo: Alegría de morir, cap. VIII
2)  Fray Justo Pérez de Urbel: Año Cristiano, 12 de Enero
3) Isabel Flores de Lemus: Año Cristiano Ibero Americano, 16 de Abril
4) San Agustín: Las Confesiones, lib. X, cap. 20. Ya citado en el cap. III, núm. 6
5)  Santa Teresa de Jesús: Poesías
6)  Santa Gertrudis: Libro de las Revelaciones, lib. II, capítulo XXIII
7) Santa Teresa de Jesús: Cuentas de conciencia, 25
8)  Id., Vida, 14, 5
9)  Id.: Vida, 17, 1





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