lunes, 1 de abril de 2024

UNA ALEGRÍA SERENA Y SIN NUBES. "YO EN DIOS o EL CIELO", por el Padre Valentín de San José, Carmelita Descalzo de Las Batuecas, capítulo 5, puntos 29-32



               No puedo decir lo que se siente cuando el Señor la da a entender secretos y grandezas suyas; el deleite tan sobre cuantos acá se pueden entender, que bien con razón hace aborrecer los deleites de la vida, que son basura todos juntos. Es asco traerlos a ninguna comparación aquí -aunque sea para gozarlos sin fin-, y de estos que da el Señor, sola una gota del agua del gran río caudaloso que nos está aparejado (1). 

               No se cansa Santa Teresa de repetir de mil modos diferentes, siempre encantadores, y en muchísimos lugares, esta idea que la dominaba. Tan sólo ya quiero trasladar ésta: El alma no sabe cómo ni por dónde -ni lo puede entender- le vino aquel bien tan grande. Sabe que es el mayor que en la vida se puede gustar, aunque se junten todos los deleites y gustos del mundo...; déos, nuestro Señor... a gustar... qué es el gozo del alma cuando está así... Allá se avengan los del mundo con sus señoríos, y con sus riquezas, y con sus deleites, y con sus honras y con sus manjares; que si todo lo pudiesen gozar sin los trabajos que consigo traen -lo que es imposible-, no llegara en mil años al contento que en un momento tiene un alma a quien el Señor llega aquí. San Pablo dice que «no son dignos todos los trabajos del mundo de la Gloria que esperamos». Yo digo que no son dignos ni pueden merecer una hora de satisfacción que aquí da Dios al alma, y gozo y deleite. No tiene comparación -a mi parecer- ni se puede merecer un regalo tan regalado de Nuestro Señor, una unión tan unida, un amor tan dado a entender y a gustar, con las bajezas de este mundo (2). 

               ¿Qué será el Cielo y qué tendrá Dios preparado para el bienaventurado? Mientras los Santos gustaban de estas regaladísimas mercedes que Dios les hacía, se sentían como en el Cielo, llenos de gozo y contento. Pero los Santos en la tierra no sólo no eran felices, aun cuando en esos momentos eran los más dichosos del mundo, sino que esas regaladas delicias les hacían más penoso el destierro de esta vida, y les producían ansias casi irresistibles de ir al Cielo, y de que Dios rompiera la tela de esta vida y los llevara ya al Cielo. Con esas delicias vividas deseaban más vehementemente ir a ver a Dios, a la felicidad verdadera y única. Se sentían en angustiosa soledad lejos de Dios. Con la brisa del Paraíso que oreó su rostro gustaron de gozos de Eternidad, cercanos a los Ángeles, y, al comparar con ellos los de la tierra, veían que los de la tierra eran como asco y estiércol, en frase de San Pablo y de Santa Teresa. ¿Cómo podían abrazarse y besar con gozo este asco de estiércol los que vieron el centellear de los ojos divinos y gozaron la delicia de su sonrisa? ¿Qué es el palpitar gozoso del corazón y la alegría de los contentos humanos en comparación con la hartura jubilosa del inexplicable e insoñable bien y delicia de la belleza sobrenatural? Los gozos de Dios inundan el alma. La esperanza confiada tiene fija la atención y el ansia en esos gozos. 

               El alma de amor, envuelta en la Luz de la Fe, y mucho más cuando ha recibido especiales luces y mercedes del Señor, desea vehementemente ir a Dios y nada de la tierra le llena. Esto hacía decir a San Pablo: Tengo deseo de verme libre de las ataduras del cuerpo y estar con Cristo (Filip 1, 23). Nada de la tierra llena al alma abrasada en amor de Dios. Sólo Dios, el Cielo, atrae su atención. Y tanto más la atrae y pone vacío y aun hastío de las cosas de la tierra cuanto se tiene más claro conocimiento de las Verdades sobrenaturales. 

               En esto, como en tantas otras verdades, tenemos el modelo clarísimo en la misma Santa Teresa. Modelo por los deseos de ver a Dios; modelo en lo pesado y largo que se la hacía el destierro de esta vida; modelo de la soledad y tristeza que sentía por no llenarla nada de las criaturas y querer sólo al Criador. En las "Exclamaciones" abre su corazón diciendo a Dios: ¡Oh deleite mío, Señor de todo lo criado y Dios mío! ¿Hasta cuándo esperaré ver vuestra presencia? ¿Qué remedio dais a quien tan poco tiene en la tierra para tener algún descanso fuera de Vos? ¡Oh vida larga! ¡Oh vida penosa! ¡Oh vida que no se vive! ¡Oh qué sola soledad! ¡Qué sin remedio! Pues ¿cuándo, Señor, cuándo, hasta cuándo? ¿Qué haré, Bien mío, qué haré? ¿Por ventura desearé no desearos? ¡Oh mi Dios y mi Criador!... Mas ¡ay, ay, Criador mío! Que el dolor grande hace quejar y decir lo que no tiene remedio hasta que Vos queráis; y alma tan encarcelada desea su libertad, deseando no salir un punto de lo que Vos queréis. Quered, gloria mía, o remediadla del todo. ¡Oh muerte, muerte! ¡No sé quién te teme, pues está en ti la vida! (3). 

               Muy conocidos y frecuentemente citados son los versos en los que expresa las ansias intolerables de salir de este destierro e ir a Dios...

Vivo sin vivir en mí. 
Y tan alta vida espero, 
que muero porque no muero. 
¡Ay qué vida tan amarga, 
do no se goza el Señor! 
Porque si es dulce el amor, 
no lo es la esperanza larga; 
quítame, Dios, esta carga 
más pesada que de acero, 
que muero porque no muero (4) 

               Las mercedes excepcionales y regaladísimas que el Señor comunicaba algunas veces a algunos Santos les hacían gozar de deliquios muy superiores a los que se pueden soñar y desear en las alegrías de la tierra, pero aumentaban su sed de felicidad verdadera, que es ir a ver y poseer gloriosamente a Dios, y mientras llegaba ese momento por la muerte, se veían desterrados en esta cárcel y estos hierros en que el alma está metida y consideraban la vida en la tierra como una mala noche en una mala posada, y aunque dos horas son de vida, y grandísimo el premio (5), se les hacían horas interminables y se veían en angustiosa soledad. 

               Es la tremenda soledad que nos dice Santa Teresa pasaba, en tanto grado que la privaba hasta del sentido y era superior a otro dolor. ¡Sólo suspiraba por Dios! Tenía esta soledad como merced muy grande de Dios, superior a los éxtasis que nosotros tanto admiramos. Como vehemente enamorada de Dios, nos describe los efectos que sentía con estas palabras tan impresionantes: Paréceme que está así (crucificada) el alma, que ni del Cielo le viene consuelo ni está en él, ni de la tierra le quiere ni está en ella, sino como crucificada entre el Cielo y la tierra, padeciendo sin venirle consuelo de ningún cabo. Porque el que le viene del Cielo -que es... una noticia de Dios tan admirable, muy sobre todo lo que podemos desear- es para más tormento, porque acrecienta el deseo de manera que... la gran pena algunas veces quita el sentido, sino que dura poco sin él. Parecen unos tránsitos de la muerte, salvo que trae consigo un tan gran contento este padecer, que no sé yo a qué comparar. Ello es un recio martirio sabroso, pues todo lo que se le puede representar al alma de la tierra, aunque sea lo que le suele ser más sabroso, ninguna cosa admite... Bien entiende que no quiere sino a su Dios, mas no ama cosa particular de Él, sino todo junto le quiere y no sabe lo que quiere... Lo más ordinario, en viéndose desocupada, es puesta en estas ansias de muerte, y teme cuando ve que comienzan, porque no se ha de morir; mas llegada a estar en ello, lo que hubiere de vivir querría en este padecer; aunque es tan excesivo que el sujeto lo puede mal llevar (6). 

               Es muy cierta la verdad expresada por San Agustín que no es pequeña la alegría que produce la esperanza (7). La esperanza del Cielo es el bálsamo que todo lo suaviza y la luz que lo ilumina. Al mismo tiempo que llena del mayor gozo, produce también la mayor ansia mientras llega ese momento. Nada la satisface a la tal alma fuera de Dios, y se encuentra en la soledad de todo mientras llega la que espera: ver a Dios. Al alma abrasada en Divino Amor se la hace insufrible la espera y no puede menos de expresarlo y comunicarlo. Así decía y glosaba la misma Santa Teresa: ¡Cuán triste es, Dios mío, la vida sin Ti! Ansiosa de verte deseo morir (8). 

               No era menor el deseo de ir al Cielo y de estar ya con Dios el que sentía San Juan de la Cruz, ni lo expresaba con menor vehemencia a pesar de su dulcísima mansedumbre y del grandísimo dominio que de sí tenía. No sólo canta la muerte de amor y la alegría que sienten tales almas al conocer su anuncio, ni sólo dice que esas almas mueren de un ímpetu de amor, aun cuando parezca muerte de enfermedad, sino que en la poesía, similar a la de Santa Teresa, le dice al Señor que ya no puede llevar esta vida del destierro y que le lleve con Él. 

Esta vida, que yo vivo, es privación de vivir; 
y así es continuo morir, hasta que viva Contigo; 
oye, mi Dios, lo que digo: que esta vida no la quiero; 
que muero porque no muero. 
 
Estando ausente de Ti, ¿qué vida puedo tener, 
sino muerte padecer la mayor que nunca vi? 
Lástima tengo de mí, pues de suerte persevero, 
que muero porque no muero. 
 
Sácame de aquesta muerte, mi Dios, y dame la vida; 
no me tengas impedida en este lazo tan fuerte; 
mira que peno por verte, y mi mal es tan entero 
que muero porque no muero (9). 

               Dios era su único Amado y en Dios amaba todas las cosas. Sólo suspiraba por ver directamente a Dios en su esencia ya en el Cielo. Esta verdad le ilumina para escribir las bellísimas páginas de la más entusiasta alabanza a la muerte. Cuando se la anunciaron, recibió la alegría más grande y exclamó con las palabras del Salmo, como otros muchos Santos: Qué grande alegría he recibido con lo que me anuncian: ¡que voy a la casa de Dios! Voy al Cielo. 

               Siempre resalta la idea y recuerdo de la felicidad y del premio del Cielo, tanto en los Santos de los siglos pasados y lejanos como en los Santos de nuestros días. Todos sentían ansias del Cielo y se les hacía muy pesado y largo el destierro de esta vida. Santa Teresa del Niño Jesús, que vivió muy cercana a nosotros y nos la presentan siempre con la sonrisa y como la Santa de las rosas, ya de niña decía: Me parecía la tierra un lugar de destierro y soñaba con el Cielo... La tierra me parecía más triste y pensaba que sólo en el Cielo gozaría de una alegría serena y sin nubes. Y los Domingos, cuando la gente se divierte, un sentimiento de alegría embargaba mi alma... sentíase mi corazón desterrado en el mundo, suspirando por el descanso del Cielo (10). 

               Produce intensa emoción la lectura del hecho de Santa Catalina de Siena. En un rapto en que decía había llegado a las puertas del Cielo y oído ya sus armonías, cuando esperaba entrar, recibió de Dios el mandato de volver a la tierra para realizar la difícil y comprometida misión que se la encomendaba, y recuperada en sus sentidos, se deshacía en continuo llanto recordando que había estado a las mismas puertas de la felicidad, y ahora continuaba viviendo en la tristeza y amargura del destierro sin ver a Dios. ¿No era para llorar inconsolable y desear poseer a Dios, suma delicia? Pero era Voluntad de Dios que continuara en la lucha de la tierra y abrazaba Su Voluntad, aunque con las lágrimas en el corazón y en los ojos (11). Y no menos impresiona, enseña y anima lo que de sí misma dice Santa Angela de Foligno sobre estas ansias: Me sentí llena de amor, saciada de amor... Esta saciedad engendra un hambre inefable; mis miembros se rompían por la fuerza del deseo y yo languidecía... ¡Oh la muerte, la muerte! Porque la vida no se puede tolerar y pide a la Virgen y a los Ángeles digan a Dios, de rodillas, que no permita por más tiempo este martirio (12). Muere de deseos por volar al Cielo. Esta vida, decía, es una muerte. Como lloraba Doña Sancha de Carrillo, en plena juventud, porque aún la faltaba un año para morir e ir a ver a Dios, según la comunicó el Señor (13). 

               Las vidas de los Santos están llenas de estas conmovedoras escenas de Fe y ansias de ir a ver a Dios, que es el ansia de la felicidad y del Cielo, que todos sentimos aunque, de ordinario, remisa y equivocadamente, porque nos faltan las virtudes y el amor que ellos practicaban, y con los cuales hacían crecer la Llama de Amor que los quemaba. Si tan maravillosos efectos y ardientes deseos por ver a Dios producían los recuerdos del Cielo en esas almas privilegiadas, ¿qué será el Cielo? ¿Qué será Dios, pues Dios es el verdadero Cielo y quien produce la felicidad con sólo verle? Cuando una persona encuentra sus complacencias relativas en abrazarse con la tierra en las disipaciones y pasatiempos del mundo, huyendo del trato y amistad con Dios y no apreciando la grandeza de la vida espiritual, es indicio de la Fe lánguida y moribunda que tiene. Porque en estar con lo que se ama y mirar a lo que se ama, aun cuando no se sepa hablar, produce gozo y contento.


NOTAS

1) Santa Teresa de Jesús. Vida, 14, 5.
2) Id.: Conceptos del Amor de Dios o Meditaciones sobre..., 4, 4-5.
3) Santa Teresa de Jesús: Exclamaciones, 6ª. 
4) Id.: Poesías.
5) Id.: Camino de Perfección, 40, 9.
6) Santa Teresa de Jesús: Vida, 20, 11. 
7) San Agustín: Sermón 21
8) Santa Teresa de Jesús: Poesías.
9) San Juan de la Cruz: Poesías. Pena del alma por ver a Dios.
10) Santa Teresa del Niño Jesús: Historia de un alma, cap. II. 
11) Juan Jorgensen: Santa Catalina de Siena, lib. II, pf. IV. 
12) Le Livre de la Bienheureuse Soeur Angela de Foligno, du Tiers Ordre de S. François. Documents originaux edités et traduits par le Pere Paul Dancoeur, págs. 126-127, VII. Cy commence du cinquieme pas. 
13) P. Marín Roa: Vida y maravillosas virtudes de Doña Sancha de Carrillo, lib. II. cap. IX.




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