sábado, 29 de junio de 2019

SAN PEDRO Y SAN PABLO, Apóstoles y Mártires, Columnas de la Iglesia




"Et ego dico tibi, quia tu es Petrus,
 et super hanc petram ædificabo Ecclesiam meam, 
et portæ inferi non prævalebunt adversus eam"

Evangelio de San Mateo, cap. 16, vers. 18


"...tenemos ante los ojos el camino 
por el que llegar a Cristo: la Iglesia.
Pues para eso la ha fundado Cristo, y la ha conquistado 
al precio de Su Sangre; y a Ella encomendó 
Su Doctrina y los preceptos de Sus Leyes, 
al tiempo que la enriquecía con 
los generosísimos dones de Su Divina Gracia 
para la santidad y la salvación de los hombres..."

E Supremi Apostolatus, Papa San Pío X, 4 de Octubre de 1903


              San Pedro y San Pablo están unidos por la Liturgia tanto en la celebración del día de su Martirio, el 29 de Junio, como en la celebración de la Consagración de sus Basílicas, el 18 de Noviembre. Para eso son dos columnas de la Iglesia estos Apóstoles, dispares en el origen y en el modo de cumplir su común mandato, pero unidos en idéntico testimonio martirial en la misma persecución. La Festividad de hoy recuerda a todos los cristianos en el mundo que la Fe Católica se fundamenta en la predicación fiel del Evangelio de Cristo Nuestro Señor y en la sangre bendita de los primeros discípulo que supieron ser leales hasta el Martirio.


LA SANTA IGLESIA CATÓLICA,
 SOCIEDAD PERFECTA

                "Por lo cual lamentamos y reprobamos asimismo el funesto error de los que sueñan con una Iglesia ideal, a manera de sociedad alimentada y formada por la caridad, a la que —no sin desdén— oponen otra que llaman jurídica. Pero se engañan al introducir semejante distinción; pues no entienden que el Divino Redentor por este mismo motivo quiso que la Comunidad por Él fundada fuera una Sociedad perfecta en su género y dotada de todos los elementos jurídicos y sociales: para perpetuar en este mundo la Obra Divina de la Redención.

               Y para lograr este mismo fin, procuró que estuviera enriquecida con celestiales dones y gracias por el Espíritu Paráclito. El Eterno Padre la quiso, ciertamente, como Reino del Hijo de su Amor; pero un verdadero Reino, en el que todos sus fieles le rindiesen pleno homenaje de su entendimiento y voluntad, y con ánimo humilde y obediente se asemejasen a Aquél que por nosotros se hizo obediente hasta la muerte.




               No puede haber, por consiguiente, ninguna verdadera oposición o pugna entre la misión invisible del Espíritu Santo y el oficio jurídico que los Pastores y Doctores han recibido de Cristo; pues estas dos realidades —como en nosotros el cuerpo y el alma— se completan y perfeccionan mutuamente y proceden del mismo Salvador nuestro, quien no sólo dijo al infundir el soplo divino: Recibid el Espíritu Santo, sino también imperó con expresión clara: Como me envió el Padre, así os envío Yo; y asimismo: El que a vosotros oye, a Mí me oye.

               Y si en la Iglesia se descubre algo que arguye la debilidad de nuestra condición humana, ello no debe atribuirse a su constitución jurídica, sino más bien a la deplorable inclinación de los individuos al mal; inclinación, que su Divino Fundador permite aun en los más altos miembros del Cuerpo Místico, para que se pruebe la virtud de las ovejas y de los Pastores y para que en todos aumenten los méritos de la Fe Cristiana. Porque Cristo no quiso excluir a los pecadores de la sociedad por Él formada; si, por lo tanto, algunos miembros están aquejados de enfermedades espirituales, no por ello hay razón para disminuir nuestro amor a la Iglesia, sino más bien para aumentar nuestra compasión hacia sus miembros."


Papa Pío XII, Encíclica "Mystici Corporis Christi",  29 de Junio de 1943


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