sábado, 15 de agosto de 2020

LA ASUNCIÓN GLORIOSA de Nuestra Señora a los Cielos en cuerpo y alma


Una gran señal apareció en el Cielo: 
una mujer cubierta de sol, con la luna bajo los pies, 
y en cabeza una corona de doce estrellas 

Libro del Apocalipsis, cap. 12, vers. 1




              "Era necesario que Aquella que en el parto había conservado ilesa Su virginidad conservase también sin ninguna corrupción Su Cuerpo después de la muerte. Era necesario que Aquella que había llevado en Su Seno al Creador hecho Niño, habitase en los tabernáculos divinos. Era necesario que la Esposa del Padre habitase en los tálamos celestes. Era necesario que Aquella que había visto a Su Hijo en la cruz, recibiendo en el Corazón aquella espada de dolor de la que había sido inmune al darlo a luz, lo contemplase sentado a la diestra del Padre. Era necesario que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo y que por todas las criaturas fuese honrada como Madre y Sierva de Dios..." 


San Juan Damasceno, Doctor de la Iglesia


               Después de que el Papa Pío XII consultara al Episcopado en 1946 por medio de la carta Deiparae Virginis Mariae, se decidió a proclamar el que hasta la fecha es el último Dogma Católico, el último Dogma de la Virgen.

               A través de la Constitución Apostólica "Munificentissimus Deus", el Romano Pontífice anunciaba el Dogma de la Asunción de Nuestra Señora a los Cielos en cuerpo y alma.

               "... Dios, que desde toda la eternidad mira a la Virgen María con particular y plenísima complacencia, «cuando vino la plenitud de los tiempos» (Gálatas, cap. 4, vers. 4) ejecutó los planes de Su Providencia de tal modo que resplandecen en perfecta armonía los privilegios y las prerrogativas que con suma liberalidad le había concedido. Y si esta suma liberalidad y plena armonía de gracia fue siempre reconocida, y cada vez mejor penetrada por la Iglesia en el curso de los siglos, en nuestro tiempo ha sido puesta a mayor luz el Privilegio de la Asunción corporal al Cielo de la Virgen Madre de Dios, María...."  

               "Ella, por privilegio del todo singular, venció al pecado con Su Concepción Inmaculada; por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro ni tuvo que esperar la redención de Su cuerpo hasta el Fin del Mundo..." 

              "...no estuvo sujeta a la corrupción del sepulcro Su sagrado cuerpo y que no fue reducida a putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo del Verbo Divino..."

               "...después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para Gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María Su peculiar Benevolencia; para Honor de Su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acreditar la Gloria de esta misma Augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la Autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y por la Nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser Dogma de Revelación Divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María cumplido el curso de Su vida terrena, fue asunta en Cuerpo y Alma a la Gloria Celeste. Por eso, si alguno, lo que Dios no quiera, osare negar o poner en duda voluntariamente lo que por Nos ha sido definido, sepa que ha caído de la Fe Divina y Católica."



Constitución Apostólica
“MUNIFICENTISSIMUS DEUS” 
Papa Pío XII, 1 de Noviembre de 1950





Ya entra María en la Patria Bienaventurada


               “Cuando entran los monarcas a tomar posesión de su reino, no pasan por las puertas de la ciudad, sino que, o se quitan del todo las puertas, o pasan por encima de ellas. Por eso, así como los Ángeles, cuando entró Jesucristo decían (Salmo 23, vers. 7): Abrid príncipes, vuestras puertas, y levantaos, puertas eternas, para que entre el Rey de la Gloria; así, ahora que María va a tomar posesión del Reino de los Cielos, los Ángeles que la acompañan claman a los que están adentro: Abrid, príncipes, vuestras puertas, y levantaos, puertas eternas, y entrará la Reina de la Gloria.

                Ved que ya entra María en la Patria Bienaventurada. Mas al entrar y verla tan hermosa y gloriosa, los Espíritus Celestiales preguntan a los que vienen de fuera, como contempla Orígenes (Cantar, cap.8, vers. 5): “¿Quién es esta criatura tan bella, que viene del desierto de la tierra, lugar de espinas y abrojos, mas Ella viene tan pura y tan rica de virtudes, apoyada en Su amado Señor, que se digna acompañarla Él mismo con tanto honor?” “Quién es?”. Y los Ángeles que la acompañan responden: "Esta es la Madre de nuestro Rey, es nuestra Reina, es la Bendita entre las mujeres, la llena de gracia, la Santa de los santos, la Predilecta de Dios, la Inmaculada, la paloma, la más bella de todas las criaturas.” 

              Entonces, todos aquellos Espíritus Bienaventurados, comenzaron a bendecirla y alabarla, cantando, mejor que los hebreos a Judit (15,10): “Tú eres la gloria de Jerusalén, Tú la alegría de Israel, Tú el honor de nuestra raza, Señora y Reina nuestra, Vos sois la Gloria del Cielo, la alegría de nuestra Patria, el Honor de todos nosotros. Sed por siempre bienvenida, sed por siempre bendita. Éste es vuestro reino, y todos nosotros somos vasallos vuestros prontos a cumplir vuestras órdenes”.



                  
                  Luego se acercaron a darle la bienvenida y saludarla como a su Reina todos los Santos que hasta entonces estaban en el Cielo. Llegaron todas las santas vírgenes y dijeron: “Santísima Señora,…Vos sois nuestra Reina porque fuisteis la primera en consagrar a Dios vuestra virginidad; todas nosotras te bendecimos y damos gracias.” Llegaron también los Mártires a saludarla como a su Reina, porque con su gran constancia en los dolores de la Pasión de su Hijo, les había enseñado e impetrado con sus méritos la fortaleza para dar la vida por la fe. Llegó Santiago el Mayor, el único de los Apóstoles que hasta entonces había subido al Cielo, y en nombre de todos los Apóstoles le dio gracias por todo el consuelo y la asistencia que les había prestado durante su permanencia en la tierra. Llegaron luego a saludarla los Profetas, y le decían: “Vos, Señora, sois la que vislumbramos en nuestras profecías.” Llegaron los Santos Patriarcas y le decían: “Vos, María, fuisteis nuestra esperanza, y por tantos siglos tan suspirada.” Y entre éstos llegaron con mayor afecto a darle gracias nuestros primeros padres Adán y Eva, y le decían: “Hija predilecta, Tú has reparado el daño que nosotros hicimos al género humano. Tú devolviste al mundo la bendición perdida por nuestra culpa, por Ti somos salvos; ¡Seas por siempre Bendita!”

                  Llegó después a besarle los pies San Simeón, y le recordó con júbilo el día en que recibió de Sus manos a Jesús niño. Llegaron San Zacarías y Santa Isabel, y de nuevo le dieron gracias por aquella amorosa visita que con tanta humildad y caridad les hizo en si casa, y por la cual recibieron tantos tesoros de gracias. Con mayor afecto llegó San Juan Bautista, a darle las gracias por haberlo santificado por medio de Su voz. Y ¿qué le dirían cuando llegaron a saludarla Sus queridos padres San Joaquín y Santa Ana? ¡Oh Dios! Con cuánta ternura la debieron bendecir diciendo: “Hija amada ¿y qué dicha la nuestra la de tener una hija como Tú! Ahora eres nuestra Reina, porque eres la Madre de nuestro Dios; por tal te saludamos y te veneramos.”

                   Más, ¿quién puede comprender el afecto con que llegó a saludarla Su querido Esposo San José? ¿Quién podrá explicar la alegría que sintió el Santo Patriarca al ver a su esposa entrar en el Cielo con tanto triunfo y ser proclamada Reina de todos los Cielos?. ¡Con cuanta ternura le debió decir!: “Señora y Esposa mía, ¿cuándo podré yo agradecer lo que debo a nuestro Dios por haberme hecho Esposo vuestro, que sois Su verdadera Madre? Por Vos merecí en la tierra asistir en Su infancia al Verbo Encarnado, tenerle tantas veces en mis brazos y recibir de Él tantas gracias especiales. ¡Benditos sean los momentos que empleé en la vida en servir a Jesús y a Vos, mi Santa Esposa! …

                   Por fin, todos los Ángeles llegaron a saludarla, y Ella, la Gran Reina, a todos dio las gracias por la asistencia que le habían prestado en la tierra; singularmente a San Gabriel Arcángel, feliz embajador de todas Sus dichas, cuando bajó a darle la nueva de que era elegida para Madre de Dios.

                  Luego, arrodillada la humilde y Santa Virgen, adoró a la Divina Majestad, y toda abismada en el conocimiento de Su nada, dio gracias por todos los dones que Su Bondad le había concedido, y especialmente, por haberla hecho Madre del Verbo Eterno. No hay quien pueda comprender con cuánto amor la bendijo la Santísima Trinidad; qué acogida hizo el Padre a Su Hija, el Hijo a Su Madre, el Espíritu Santo a Su Esposa. El Padre la coronó, comunicándole Su Poder, el Hijo la Sabiduría; el Espíritu Santo el Amor. Y todas las Tres Personas, colocando Su Trono a la diestra de Jesús, la proclamaron Reina Universal del Cielo y de la Tierra, y mandaron a los Ángeles y a todas las criaturas que la reconocieran como su Reina, y como a tal la obedecieran y sirvieran.”



EL TRIUNFO GLORIOSO DE MARÍA SANTÍSIMA
por San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia





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