sábado, 26 de septiembre de 2020

"Las Glorias de María"; Así nos amó María, que nos entregó a Su propio Hijo


               Así como del Amor del Eterno Padre hacia los hombres, al entregar a la muerte por nosotros a Su mismo Hijo, está escrito: "Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a Su propio Hijo" (Evangelio de San Juan, cap. 3, vers. 16), así ahora -dice San Buenaventura- se puede decir de María. "Así nos amó María, que nos entregó a su propio Hijo". ¿Cuándo nos lo dio? Nos lo dio, dice el Padre Nierembergh, cuando le otorgó licencia para ir a la muerte. Nos lo dio cuando, abandonado por todos, por odio o por temor, podía Ella sola defender muy bien ante los jueces la Vida de Su Hijo. 




               Bien se puede pensar que las palabras de una madre tan sabia y tan amante de su hijo hubieran podido impresionar grandemente, al menos a Pilato, disuadiéndole de condenar a muerte a un hombre que conocía, y declaró que era inocente. Pero no; María no quiso decir una palabra en favor de Su Hijo para no impedir la muerte, de la que dependía nuestra salvación. 

                Nos lo dio mil y mil veces al pie de la Cruz durante aquellas tres horas en que asistió a la Muerte de Su Hijo, ya que entonces, a cada instante, no hacía otra cosa que ofrecer el Sacrificio de la Vida de Su Hijo con sumo dolor y sumo amor hacia nosotros, y con tanta constancia que, al decir de san Anselmo y San Antonino, que si hubieran faltado verdugos Ella misma hubiera obedecido a la Voluntad del Padre (si se lo exigía) para ofrecerlo al Sacrificio exigido para nuestra salvación. 

                Si Abrahán tuvo la fuerza de Dios para sacrificar a su hijo (cuando El se lo ordenó), podemos pensar que, con mayor entereza, ciertamente, lo hubiera ofrecido al Sacrificio María, siendo más santa y obediente que Abrahán. Pero volviendo a nuestro tema, ¡qué agradecidos debemos vivir para con María por tanto amor! ¡Cuán reconocidos por el Sacrificio de la Vida de Su Hijo que Ella ofreció con tanto dolor suyo para conseguir a todos la salvación! ¡Qué espléndidamente recompensó el Señor a Abrahán el sacrificio que estuvo dispuesto a hacer de su hijo Isaac! 

               Y nosotros, ¿cómo podemos agradecer a María por la Vida que nos ha dado de Su Jesús, Hijo infinitamente más noble y más amado que el hijo de Abrahán? Este amor de María -al decir de San Buenaventura- nos obliga a quererla muchísimo, viendo que Ella nos ha amado más que nadie al darnos a Su Hijo único al que amaba más que a sí misma.

                De aquí brota otro motivo por el que somos tan amados por María, y es porque sabe que nosotros somos el precio de la muerte de su Jesús. Si una madre viera a uno de sus siervos rescatado por su hijo querido, ¡cuánto amaría a este siervo por este motivo! Bien sabe María que Su Hijo ha venido a la tierra para salvarnos a los miserables, como Él mismo lo declaró: "He venido a salvar lo que estaba perdido" (Evangelio de San Lucas, cap. 19, vers. 10). Y por salvarnos aceptó entregar hasta la vida: "Hecho obediente hasta la muerte" (Carta a los Filipenses, cap. 2, vers. 8). Por consiguiente, si María nos amase fríamente, demostraría estimar poco la Sangre de Su Hijo, que es el precio de nuestra salvación. 

               Se le reveló a la monja Santa Isabel que María, que estaba en el Templo, no hacía más que rezar por nosotros, rogando al Padre que mandara cuanto antes a Su Hijo para salvar al mundo. ¡Con cuánta ternura nos amará después que ha visto que somos tan amados de su Hijo que no se ha desdeñado de comprarnos con tanto sacrificio de su parte! Y porque todos los hombres han sido redimidos por Jesús, por eso María los ama a todos y los colma de favores. 




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