domingo, 27 de septiembre de 2020

EXPLICACIÓN DE LA SANTA MISA, por San Juan María Vianney, Cura de Ars. PARTE 6: De las necesarias disposiciones para escuchar la Santa Misa


               Os he dicho que el centurión nos serviría de ejemplo, en las momentos en que tenemos la dicha de comulgar, ya espiritual, ya corporalmente. Por comunión espiritual entendemos un gran deseo de unirnos a Jesucristo. El ejemplo de aquel centurión es tan admirable, que hasta la Iglesia se complace en ponernos todos los días su conducta ante nuestros ojos, durante la santa Misa. “Señor, le dice aquel humilde servidor, yo no soy digno de que entréis en mi morada, mas decid solamente una palabra, y quedará curado mi servidor” (Evangelio de San Mateo, cap. 8, vers, 8). 



               ¡Ah!, si el Señor viese en nosotros esa misma humildad, ése mismo conocimiento de nuestra pequeñez, ¿con qué placer y con qué abundancia de gracias entraría en nuestro corazón? ¡Cuántas fuerzas y cuánto valor íbamos a alcanzar para vencer al enemigo de nuestra salvación!. 

               ¿Queremos obtener un cambio de vida, es decir, dejar el pecado y volver a Dios Nuestro Señor? Oigamos algunas Misas a esta intención, y si lo hacemos devotamente, nos cabrá la plena seguridad de que Dios nos ayudará a salir del pecado. Ved un ejemplo de ello. Refiérese que había una joven la cual durante muchos años mantuvo relaciones pecaminosas con cierto mancebo. De súbito, al considerar el castigo que esperaba a su pobre alma llevando una vida como la que llevaba, se llenó de espanto. Después de haber oído Misa, fuese al encuentro de un Sacerdote para rogarle que la ayudase a salir del pecado. El Sacerdote, que ignoraba el comportamiento de aquella joven, le preguntó qué era lo que la llevaba a cambiar de vida. "Padre mío -dijo ella- durante la Santa Misa que mi madre, antes de morir, me hizo prometer que oiría todos los Sábados, he concebido un tan grande horror de mi comportamiento que me es ya imposible aguantar más." "¡Oh, Dios mío! -exclamó el santo Sacerdote- ¡he aquí un alma salvada por los méritos de la Santa Misa".

               ¡Cuántas almas saldrían del pecado, si tuviesen la suerte de oír la Santa Misa en buenas disposiciones! No nos extrañe, pues, qué el demonio procure, en aquel tiempo, sugerirnos tantos pensamientos ajenos a la devoción. Bien prevé, mejor que vosotros, lo que perdéis asistiendo a dicho acto con tan poco respeto y devoción. 

               ¡De cuántos accidentes y muertes repentinas nos preserva la Santa Misa! ¡Cuántas personas, por una sola Misa bien oída, habrán obtenido de Dios el verse libres de una desgracia! San Antonino nos refiere a este respecto un hermoso ejemplo. Nos dice que dos jóvenes organizaron, en día de fiesta, una partida de caza: uno de ellos oyó Misa, mas el otro no. Estando ya en camino, el tiempo se puso amenazador; retumbaba el trueno formidable, veíase brillar incesantemente el relámpago, hasta el punto de que el cielo parecía incendiarse. Mas lo que los llenaba de pavor, era que, en medio de los fulgurantes rayos, oían una voz, como salida del aire, que gritaba: “¡Herid a esos desgraciados, heridlos!” Calmose un poco la tempestad y comenzaron a tranquilizarse. Pero, al cabo de un rato, mientras proseguían su camino, un rayo redujo a cenizas al que había dejado de oír la santa Misa. El otro quedó sobrecogido de un temor tal, que no sabía si pasar adelante o dejarse caer. En estas angustias, oía aún la voz que gritaba: “¡Herid, herid al desgraciado!” Lo cual contribuía a redoblar el espanto que le causaba el ver a su compañero muerto a sus pies. “¡Herid, herid al que queda!” Cuando se creía ya perdido, oyó otra voz que decía: “No, no le toquéis; esta mañana ha oído la santa Misa”. De manera que la Misa que había oído antes de partir le preservó de una muerte tan espantosa. ¿Veis cómo se digna Dios concedernos singulares gracias y preservarnos de graves accidentes cuando acertamos a oír debidamente la santa Misa?.

               ¡Qué castigos deberán esperar aquellos que no tienen escrúpulos de faltar a ella los domingos! De momento, lo que se ve claramente es que casi todos tienen una muerte desdichada; sus bienes van en decadencia, la fe abandona su corazón, y con ello vienen a ser doblemente desgraciados. ¡Dios mío!, ¡cuán ciego es el hombre, tanto en lo que se refiere al alma, como en lo que atiende al cuerpo!. 


Continuará...


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