jueves, 13 de abril de 2023

JESUCRISTO, MODELO DIVINO DEL SACERDOTE. Parte I

 

              Jesús es el Modelo en el que debe formarse cada hombre. Es la forma que deben adquirir los elegidos antes de ser admitidos a participar en el Reino de Dios. Pero, si es el Modelo sublime que deben reproducir todas las almas, si todos los hombres deben regular los latidos de su corazón según los del Corazón del Hombre–Dios, hay algunos de entre ellos que deben conformarse más especialmente aún al Divino Modelo. 



               Estos privilegiados, llamados a seguir más de cerca al Divino Maestro, estos afortunados que vivirán una vida en todo similar a la suya y que, alimentándose de su Palabra y reproduciendo sus ejemplos serán imágenes vivientes del Redentor en medio del mundo, son los Sacerdotes de Jesucristo. Jesús, Divino Sacerdote, continúa en la Gloria las obras de su Sacerdocio Eterno. Pero quiere que, a través de los siglos, otros Cristos continúen en el mundo su Obra Redentora. 

              Antes, Dios se había reservado la tribu santa para su culto. La había tomado como su porción, la había destinado y consagrado a su servicio. Del mismo modo, en la Ley de gracia y amor, Dios se ha destinado una tribu elegida. De entre la multitud de Cristianos extrae almas más especialmente amadas por Él. Las hace, más que a las otras, conformes a la imagen de su único Hijo; las favorece con mayores gracias, las enriquece con mayores dones, vierte en ellas más amor, las colma de privilegios divinos y revistiéndolas con parte de su poder, las hace, con la santa unción, Sacerdotes y Reyes, Ministros de su Justicia y Dispensadores de su Misericordia. El Sacerdote es otro Cristo: es el ungido del Señor. 

               Signado por un carácter sublime e imborrable, pasa en medio de los hombres dominándolos con toda la altura de su divina dignidad y descendiendo misericordiosamente hasta las miserias más abyectas. Pasa, como Jesús entre la multitud de las almas, haciendo el bien, curando toda enfermedad y flaqueza, derramando verdad en las inteligencias, consuelo en el dolor y perdón ante el arrepentimiento. Como Jesús, pasa por el mundo sin ser del mundo. Se roza con la fealdad y el fango, pero se conserva puro; encuentra mucho odio, pero sigue siendo bueno. Pasa sin mirar atrás, sin edificar nada temporal para el porvenir. 

              Dedicado por entero al presente, entrega su alma con caridad a las almas de los más débiles y menos felices. Pasa, sí, pero su acción queda. Si su alma, alma de Sacerdote, reproduce el alma de Jesús, si su corazón, corazón de Sacerdote, es conforme al Corazón de Jesús, ¡su acción no es ya la acción de la criatura enferma y limitada, sino la acción de Jesucristo, del Divino Sacerdote! ¡El corazón de Pablo es el Corazón de Cristo! ¡Ah! Si se pudiera decir siempre: el corazón del Sacerdote es el Corazón de Jesús, ¡qué frutos admirables produciría en las almas este Sacerdote de Cristo, qué milagros de gracia lograría a ejemplo del gran Apóstol de las gentes! 

                Mas, con demasiada frecuencia, ¡qué pena! la gracia de la Consagración no transforma al Sacerdote. Su corazón permanece frío, su alma sigue siendo muy humana, su espíritu no se eleva por encima del común de las gentes y en lugar de ser, por el esplendor de sus virtudes y la irradiación de su santidad, el faro luminoso que iluminando las tinieblas de la noche y dominando la tempestad, conduce las naves al puerto, no es sino una barca más a merced de las pasiones humanas. Este Sacerdote no se ha elevado a las alturas desde donde podría alumbrar a las almas sumidas en la perdición; no ha querido mantenerse sobre la roca, desde donde hubiera podido tender la mano a los náufragos de la vida. 

               Quizá, la espuma de las mareas le habría mojado a veces los pies, tal vez los vientos se habrían desencadenado en su contra, pero se habría mantenido inconmovible y fuerte con la fortaleza de Dios. Sin duda, el Sacerdote no debe retirarse a la soledad ni esconderse en la penumbra del templo. Es necesario que viva entre sus hermanos, en medio de ellos, siempre pronto a estrechar junto a su corazón, con éxtasis de caridad, todas sus miserias y todos sus dolores. Es necesario que permanezca allí, siempre entregado y oferente, como Jesús, semilla de amor ofrecida por la vida de todos...


Madre Luisa Margarita Claret de la Touche



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