Durante el mes de Mayo sentimos que se abre una protección especial de Nuestra Señora sobre todos los Fieles. La alegría que ilumina nuestros corazones expresa la certeza generalizada de los Católicos, de que el indispensable Patrocinio de Nuestra Madre Celestial se vuelva aún más solícito y amoroso. Nos convida a una intimidad más acentuada con Ella que hace que, en todas las vicisitudes de la vida, sepamos pedir con más respetuosa insistencia, esperar con más invencible confianza, y agradecer con más humilde cariño todo el bien que Ella nos hace.
María Santísima es la Reina del Cielo y de la Tierra, y al mismo tiempo Nuestra Madre, a quien amamos por Su propia Gloria, por todo cuanto Ella representa en los planos de la Providencia.
Los hijos nunca están más seguros de la vigilancia amorosa de sus madres que cuando sufren. La humanidad entera sufre hoy en día de todos los modos posibles. Las inteligencias son golpeadas por el vendaval de la impiedad y del escepticismo; ideas borrosas, confusas, audaces, se infiltran en todos los ambientes y arrastran consigo no sólo a los malos y a los tibios, sino también a aquellos de quien se esperaría mayor constancia en la Fe.
Sufren las voluntades obstinadamente apegadas al cumplimiento del deber, con todas las contrariedades que les vienen de su fidelidad a la Ley de Cristo. Sufren los que transgreden esa Ley, pues lejos de Cristo todo placer no es sino amargura, y toda alegría una mentira. Sufren los corazones dilacerados por los horrores de las guerras, de las familias que se desintegran, de las luchas que arman por todas partes hermanos contra hermanos. Sufren los cuerpos diezmados por la ametralladora, enflaquecidos por el trabajo, minados por la molestia, abatidos por necesidades de todo orden.
Se puede decir que el mundo contemporáneo llena los espacios de un gran y clamoroso gemido.
Entretanto, cuanto más sombrías se vuelvan las circunstancias y más punzantes los dolores, tanto más debemos pedir a Nuestra Señora que ponga término a tanto sufrimiento, no sólo para hacer cesar nuestro dolor, sino para mayor provecho de nuestras almas.
Dice la Teología que la oración de María anticipó el momento en que el mundo debería ser redimido por el Mesías. En esta hora histórica, angustiados, volvamos confiados nuestros ojos a la Madre de Misericordia, pidiéndole que apresure la llegada del gran momento en que un nuevo Pentecostés abra rayos de luz y de esperanzas en estas tinieblas, y restaure por todas partes el Reinado de Nuestro Señor Jesucristo.
Para la Gloria de Dios, deseemos grandes y muchas cosas. Pidamos a Nuestra Señora mucho y siempre. Lo que sobre todo debemos implorar, es aquello que la Sagrada Liturgia suplica a Dios: Emitte Spiritum tuum et creabuntur, et renovabis faciem terræ. Debemos pedir por intermedio de María Santísima, que Dios nos envíe en abundancia el Espíritu Santo, para que las cosas sean nuevamente creadas y purificadas, mediante una renovación de la faz da Tierra.
Confiemos a la Santísima Virgen este anhelo, en el cual va todo nuestro corazón. Las manos de María serán para nuestra oración un par de alas purísimas por medio de las cuales llegará ciertamente al Trono de Dios.
En este Mes de María, hagamos nuestras estas súplicas referentes a las necesidades de la Santa Madre Iglesia: para que os dignéis humillar a los enemigos de la Santa Iglesia, Te rogamos, ¡óyenos, Señor!. Para que os dignéis exaltar a la Santa Iglesia, Te rogamos, ¡óyenos, Señor!
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