sábado, 18 de mayo de 2024

LA REINA DEL CIELO EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD. DÍA 18º

 

...la Divina Voluntad hace cosas grandes 
e inauditas dondequiera que Ella reina


               Durante el Mes de María procuraré compartir a diario (si Dios quiere) unas meditaciones extraídas del libro "La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad", de la mística italiana Luisa Piccarreta; advierto que cuando en el diálogo con la Madre de Dios encuentres que el interlocutor habla en femenino, no es porque este ejercicio esté destinado sólo a las mujeres, sino porque se refiere al alma, por lo que también un varón puede y debe practicarlo. 

               Estos escritos gozan de licencia eclesiástica, prueba de ello el “Nihil obstat”, que Monseñor Francesco M. Della Queva, Delegado del Arzobispo de Tarento (Apulia, Italia) concedió en la Fiesta de Cristo Rey de 1937. 

               Para obtener mejor provecho de esta lectura, procura recogerte en tu dormitorio o en un lugar discreto de la casa; sitúate ante una imagen de la Virgen que te inspire devoción, aunque se trate de una sencilla estampa; cierra los ojos y oídos corporales, eleva tu corazón al Cielo y busca en tu corazón la intimidad de hijo con Jesús Nuestro Señor y con la Celestial Madre. 

               Que la Santa Presencia de estos tus amores, Jesús y María, te acompañe a lo largo del día de hoy, y que Ellos sean siempre tu aliento y sostén en la lucha continua de la familia, del trabajo, de los problemas cotidianos...




Reza ahora, despacio y con devoción,
 tres Avemarías a Nuestra Santa Madre...


El alma a su Madre Reina: 

               Estoy nuevamente junto a Ti Mamá celestial, vengo a alegrarme Contigo, e inclinándome a Tus santos pies Te saludo llena de gracia y Madre de Jesús. ¡Oh! no encontraré más sola a mi Mamá, sino que encontraré junto Contigo a mi pequeño prisionero Jesús. Así que seremos tres, no más dos, junto a la Mamá, Jesús y yo. Qué fortuna para mí, que si quiero encontrar a mi pequeño Rey Jesús, basta encontrar a la Mamá Suya y mía. ¡Ah! Mamá Santa, desde la altura de Madre de un Dios en que Te encuentras, ten piedad de la miserable y pequeña hija Tuya, y di la primera palabra por mí al pequeño prisionero Jesús, que me de la gran gracia de vivir de Su Voluntad Divina. Mamá Celestial, Tu pobre hija tiene necesidad extrema de Ti, siendo Tú mi Madre y la Madre de Jesús, yo siento el derecho de estar junto a Ti, de ponerme a Tu lado, de seguir Tus pasos para modelar los míos. ¡Ah! Mamá Santa, dame la mano y condúceme Contigo, a fin de que yo pueda aprender a comportarme bien en las diversas acciones de mi vida. 

Lección de la Reina del Cielo, Madre de Jesús: 

               Mi querida hija, hoy más que nunca te espero, Mi materno Corazón está henchido, siento la necesidad de desahogar Mi ardiente amor con Mi hija, quiero decirte que Soy Madre de Jesús, Mis alegrías son infinitas, mares de felicidad Me inundan, Yo puedo decir: Soy Madre de Jesús, Su criatura, Su esclava, y sólo al Fiat lo debo, me volvió llena de gracia, preparó la digna habitación a Mi Creador, por eso la Gloria, el Honor y el agradecimiento sean siempre al Fiat Supremo. 

               Ahora escúchame hija de Mi Corazón, en cuanto fue formada con la Potencia del Fiat Divino la pequeña Humanidad de Jesús en Mi seno, el Sol del Verbo Eterno se encarnó en Ella. Yo tenía mi Cielo formado por el Fiat todo adornado de estrellas fulgidísimas que centelleaban alegrías, bienaventuranzas, armonías de bellezas divinas, y el Sol del Verbo Eterno, resplandeciente de luz inaccesible vino a tomar Su puesto dentro de este Cielo, escondido en Su pequeña Humanidad, la cual no pudiéndolo contener, el centro del Sol estaba en Ella pero Su luz se desbordaba fuera, e invistiendo Cielo y tierra llegaba a cada corazón, y con Su golpe de luz llamaba a cada criatura, y con las voces de luz penetrante les decía: "Hijos míos, ábranme, denme el puesto en su corazón, he descendido del Cielo a la tierra para formar en cada uno de ustedes Mi Vida, Mi Madre es el centro donde reside y todos Mis hijos serán la circunferencia donde quiero formar tantas Vidas Mías por cuantos hijos hay". 

               Y la luz llamaba y volvía a llamar sin cesar jamás, y la pequeña Humanidad de Jesús gemía, lloraba, sufría espasmos y dentro de aquella Luz que llegaba a los corazones hacía correr Sus lágrimas, Sus gemidos y Sus espasmos de amor y de dolor. Ahora tú debes saber que para tu Mamá comenzó una nueva vida, Yo estaba al día de todo lo que hacía Mi Hijo, lo veía devorado por mares de llamas de amor, cada latido Suyo, respiro y pena, eran mares de amor que hacía salir, envolvía a todas las criaturas para hacerlas suyas por fuerza del amor y del dolor, porque tú debes saber que en cuanto fue concebida Su pequeña Humanidad, concibió todas las penas que debía sufrir hasta el final de Su Vida, encerró en Sí mismo a todas las almas, porque como Dios ninguno le podía huir, Su inmensidad encerraba a todas las criaturas, su omnividencia Le hacía presentes a todas; por eso Mi Jesús, Mi Hijo, sentía el peso y el fardo de todos los pecados de cada una de las criaturas. Y Yo, tu Mamá, Lo seguía en todo y sentí en Mi materno Corazón la nueva generación de las penas de Mi Jesús, y la nueva generación de todas las almas que como Madre debía generar junto con Jesús a la Gracia, a la Luz, a la Vida Nueva que Mi querido Hijo vino a traer a la tierra. 

               Hija Mía, tú debes saber que desde que Yo fui concebida te amé como Madre, te sentía en Mi Corazón, ardía de amor por ti, pero no entendía el por qué; el Fiat Divino Me hacía hacer los actos, pero Me tenía oculto el secreto, pero en cuanto se encarnó Me develó el secreto y comprendí la fecundidad de Mi Maternidad, que no sólo debía ser Madre de Jesús, sino Madre de todos, y esta Maternidad debía ser formada sobre la hoguera del dolor y del amor. Hija mía, ¡cuánto te he amado y te amo!. 

               Ahora escucha hija querida hasta dónde se puede llegar cuando el Divino Querer toma la vida obrante en la criatura y la voluntad humana lo deja hacer sin impedirle el paso. Este Fiat, que en naturaleza posee la virtud generativa, genera todos los bienes en la criatura, la hace fecunda, dándole la maternidad sobre todos, sobre todos los bienes, y sobre Aquél que la ha creado. Maternidad dice y significa verdadero amor, amor heroico, amor que se contenta con morir para dar vida a quien ha generado; si no hay esto, la palabra maternidad es estéril, está vacía y se reduce a palabras, pero en los hechos no existe. 

               Por eso hija Mía, si quieres la generación de todos los bienes haz que el Fiat tome en ti la vida obrante, el cual te dará la maternidad y amarás todo con amor de madre, y Yo, tu Mamá, te enseñaré el modo cómo fecundar en ti esta maternidad toda santa y divina. En cuanto llegué a Ser Madre de Jesús y Madre tuya, Mis mares de amor se duplicaron, y no pudiendo contenerlos todos, sentía la necesidad de expandirlos y de ser, incluso a costo de grandes sacrificios, la primera portadora de Jesús a las criaturas. 

               Pero qué digo ¿sacrificios?. Cuando se ama de verdad, los sacrificios, las penas, son refrigerios, consuelos y desahogos del amor que se posee. ¡Oh! hija Mía, si tú no pruebas el bien del sacrificio, si no sientes como él es causa de las alegrías más íntimas, es señal de que el Amor Divino no llena toda tu alma, y por lo tanto que la Divina Voluntad no reina como Reina en ti. Ella sola da tanta fuerza al alma, de volverla invencible y capaz de soportar cualquier pena. Pon la mano sobre tu corazón y observa cuántos vacíos de amor hay en él, reflexiona: aquella secreta estima de ti misma, aquel turbarte por cada mínima contrariedad, aquellos pequeños apegos que sientes a cosas y a personas, aquel cansancio en el bien, aquel fastidio que te causa lo que no te gusta, equivalen a otros tantos vacíos de amor en tu corazón, vacíos que, parecidos a la fiebre, te privan de la fuerza y del deseo de llenarte de Voluntad Divina. ¡Oh! cómo sentirías también tú la virtud refrescante y conquistadora en tus sacrificios si llenas de amor estos vacíos tuyos. 

              Hija mía, dame ahora la mano y sígueme, porque Yo continuaré dándote mis lecciones. Partí de Nazaret acompañada de San José, afrontando un largo viaje y atravesando montañas para ir a visitar en Judea a Isabel, que a avanzada edad, milagrosamente llegaba a ser madre. Yo iba a ella no para hacerle una simple visita, sino más bien porque ardía en deseos de llevarle a Jesús. La plenitud de gracia, de amor, de luz que sentía en Mí Me empujaba a llevar, a multiplicar, a centuplicar la vida de Mi Hijo en las criaturas. Sí hija Mía, el amor de Madre que tuve por todos los hombres y por ti en particular, fue tan grande, que Yo sentí la necesidad extrema de dar a todos a Mi querido Jesús, a fin de que todos lo pudieran poseer y amar. 

               El derecho de Madre que me fue dado por el Fiat, Me enriqueció de tal potencia, de multiplicar tantas veces a Jesús por cuantas eran las criaturas que lo querían recibir, éste era el más grande milagro que Yo podía hacer, tener pronto a Jesús para darlo a cualquiera que lo deseara. ¡Cómo me sentía feliz! Cuánto quisiera que también tú hija Mía, acercándote a las personas y haciendo visitas, fueras siempre la portadora de Jesús, capaz de hacerlo conocer y deseosa de hacerlo amar. 

               Después de algunos días de viaje llegué finalmente a Judea, y presurosa Me conduje a la casa de Isabel. Ella vino a mi encuentro festiva. Al saludo que le di sucedieron fenómenos maravillosos, Mi pequeño Jesús exultó en Mi Seno y fijando con los rayos de la propia Divinidad al pequeño Juan en el seno de su madre, lo santificó, le dio el uso de la razón y le hizo conocer que Él era el Hijo de Dios. Juan entonces saltó tan fuertemente de amor y alegría, que Isabel se sintió sacudida, golpeada también ella por la luz de la Divinidad de Mi Hijo, supo que Yo Me había convertido en la Madre de Dios, y en el énfasis de su amor, temblando de gratitud exclamó: "¿De dónde a mí tanto honor, que la Madre de mi Señor venga a mí?". Yo no negué el altísimo Misterio, más bien lo confirmé humildemente. Alabando a Dios con el canto del Magnificat, canto sublime por medio del cual continuamente la Iglesia Me honra, anuncié que el Señor había hecho grandes cosas en Mí, Su Esclava, y por esto todas las gentes me habrían llamado Bienaventurada. 

               Hija mía, Yo Me sentía consumir por el deseo de dar un desahogo a las Llamas de Amor que me consumían, y de externar Mi secreto a Isabel, la cual, también ella suspiraba al Mesías sobre la tierra. El secreto es una necesidad del corazón que irresistiblemente se revela a las personas capaces de entenderse. ¿Quién podrá jamás decirte cuánto bien llevó Mi visita a Isabel, a Juan, a toda aquella casa?. Cada uno quedó santificado, lleno de alegría, advirtió alegrías insólitas, comprendió cosas inauditas, y Juan en particular recibió todas las gracias que le eran necesarias para prepararse a ser el precursor de Mi Hijo. 

              Hija queridísima, la Divina Voluntad hace cosas grandes e inauditas dondequiera que Ella reina; si Yo obré tantos prodigios fue porque Ella tenía Su puesto real en Mí. Si también tú dejas reinar al Divino Querer en tu alma, te convertirás también en la portadora de Jesús a las criaturas, sentirás también tú la irresistible necesidad de darlo a todos. 

El alma: 

               Mamá Santa, me abandono en Tus brazos. ¡Oh! cómo quisiera bañar Tus manos maternas con mis lágrimas, para moverte a compasión por el estado de mi pobre alma. ¡Ah! si me amas como Mamá enciérrame en Tu Corazón, y Tu amor queme mis miserias, mis debilidades, y la potencia del Fiat Divino que Tú posees como Reina forme su Vida obrante en mí, de modo que pueda decir: "Mi Mamá es toda para mí, y yo soy toda para Ella". Mamá Santa, ven, desciende junto con Jesús en mi alma, renueva en mí la visita que hiciste a Santa Isabel y los prodigios que obraste por ella. ¡Ah! sí, Mamá mía, tráeme a Jesús, santifícame, con Jesús sabré hacer Su Santísima Voluntad. 

Florecita: 

               Hoy para honrarme agradecerás al Señor a nombre de todos porque se encarnó y se hizo prisionero en Mi Seno, dándome el gran honor de elegirme como Madre Suya, y recitarás tres veces el Magnificat, en agradecimiento por la visita que Yo hice a Santa Isabel. 

Jaculatoria: 

               Mamá de Jesús, hazme de Mamá y guíame en el camino de la Voluntad de Dios, visita mi alma y prepara en ella una digna habitación a la Divina Voluntad.



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