intensamente; y era Su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.
Evangelio de San Lucas, cap. 22, vers. 43-44
La Hora Santa nació en 1674, cuando en una alocución de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque, desde el Tabernáculo de Paray-le-Monial, le dijo:
«Todas las noches del Jueves al Viernes te haré participar de la mortal tristeza que quise padecer en el Huerto de los Olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Y para acompañarme en aquella humilde plegaria, que entonces presenté a mi Padre entre todas mis angustias, te levantarás entre las 1l y las 12 de la noche y te postrarás con la faz en tierra, deseosa de aplacar la cólera divina y en demanda de perdón por los pecadores».
Dos son, evidentemente, las ideas fundamentales de este ejercicio. Es la primera, una intención de amor compasivo, que une en esa hora el alma del consolador, y del confidente, al Corazón Agonizante de su Salvador. «Te haré compartir, dice Jesús, la tristeza mortal de mi Getsemaní...». Y es la segunda, una reparación del pecado, un fin de desagravio redentor y de consuelo: «Pedirás perdón por los pecadores».
Una y otra idea cobran una luz mayor todavía con la siguiente Revelación que debe sacudir con emoción intensa de dolor y caridad el corazón del creyente fervoroso. Oigamos siempre a la vidente de Paray: «Se me presentó Jesús bajo la figura de un «Ecce Horno», cargado con su cruz, cubierto de llagas y de heridas. Su sangre adorable brotaba de todas ellas, y luego, con voz desgarradora y triste, me dijo: «¿No habrá, por ventura, nadie que se compadezca de mí y que, teniéndome piedad, comparta el dolor que sufro en este estado lamentable en que me tienen sumido tantos pecadores?...».
«Aquí tienes el Corazón que ha amado tanto a los hombres, y que no ha perdonado medio alguno de probarles Su Amor, hasta el extremo de agotarse y consumirse por ellos. Y en retorno, no recibo de la mayor parte sino ingratitud y menosprecio, lo que me amarga mucho más que todo cuanto he sufrido en Mi Pasión. Si los hombres Me correspondieran, siquiera en parte, consideraría poco lo que he hecho, y desearía, si posible fuera, sufrir más todavía... Pero, ¡ay!, no tienen sino frialdad y rechazos para cada una de las solicitaciones de Mi Amor. Al menos tú, hija Mía, concédeme el consuelo de verte reparar, en cuanto puedas y de ti dependa, esa ingratitud. Participa de Mis congojas, y llora por la insensibilidad culpable de tantos corazones».
«Tengo sed devoradora de ser amado de los hombres, pero no encuentro casi a nadie que tenga voluntad de aplacarla con retorno de amor cumplido y generoso... No hallo quien Me ofrezca en este estado de abandono un lugar de reposo. ¿Quieres tú consagrarme tu alma para que en ella descanse Mi Amor crucificado, que el mundo entero menosprecia?...»
«Quiero que tu corazón Me sirva de asilo, en el que me cobije para solazarme, cuando los pecadores me persigan y me arrojen de los suyos... Entonces, con los ardores de tu caridad, repararás las injurias que recibo...»
Insistimos en que el SILENCIO AMOROSO unido al deseo de ACOMPAÑAR y CONSOLAR a Jesús por la frialdad y alejamiento de tantas almas, es ya por sí mismo una elevada oración, además da consuelo y paz a quien la practica.
Se trata de hacer compañía y consolar a Jesús en el Huerto de Getsemaní y reparar con ello los ultrajes y blasfemias que recibió y recibe constantemente. Se puede hacer desde casa pero mucho mejor ante el Santísimo Sacramento, pues nuestro deseo es honrarle y adorarle como se merece y aunque siempre será poco, Él acepta y ve con agrado nuestro amor y buena voluntad.
Para ello basta con leer y meditar alguna lectura sobre la Pasión del Señor o bien rezar alguna de las oraciones aquí expuestas; pero también es muy importante y recomendable estar en total silencio ante el Señor; algunos creen así estar perdiendo el tiempo, cuando en verdad es todo lo contrario. ¡Cuán útil es para el alma aprender de estos silencio: tan llenos de amor!. ¡Cuántas enseñanzas!. ¡Qué bello diálogo de amor, de corazón a Corazón!
Basta estar en Su Santa Presencia, mirándole o con los ojos cerrados, Él te penetrará hasta el fondo de tu ser, te invadirá totalmente con el fuego de Su Amor y como el Sol que con su luz y calor da vida a la tierra, así hará contigo poco a poco para transformarte y darte una vida nueva en Él.
En adoración profunda pongámonos en la Presencia de Dios. Pidamos luz y fuego de amor al Espíritu Santo para que consuma nuestro corazón y le purifique de todo pecado o afecto desordenado, a la Santísima Virgen para que sea nuestra Madre y Maestra, enseñándonos a amar a su Jesús, con aquel purísimo amor Suyo.
Que la Gracia Divina venga a nuestras pobres almas para poder glorificaros en esta Hora Santa que ofrecemos con intención de reparar, desagraviar y hacer compañía al Sagrado Corazón agonizante de Jesús, por los abandonos, ultrajes e ingratitudes recibidas de todas las criaturas de la tierra.
Después de esta breve preparación, vayamos en espíritu al Huerto de Getsemaní; entremos en silencio almas reparadoras sobrecogido nuestro corazón por el temor y anhelo de reparación, vayamos captando la voz angustiada y doliente de Jesús que se debate en la más espantosa de las agonías. Soledad inmensa, abandono hasta del Padre Celestial. Su Humanidad abatida en el suelo. ¿Será posible que un Dios haya llegado hasta esto?. Y, ello por todos los pecados de la humanidad, por los nuestros en particular.
Contemplemos cómo Su Dolor llega a la máxima intensidad, más que por la proximidad de Su Pasión, por tantas ingratitudes y faltas de correspondencia. Piensa que Su Pasión será infructuosa para muchas almas; agudo dolor le estremece, Sus dolores se vuelven agonía torturante. Corre junto a Sus discípulos predilectos y les encuentra dormidos. ¡Sus mejores, Sus más íntimos amigos no pueden velar una hora con el Maestro!... Llama a su Padre pidiéndole pase el cáliz y sólo encuentra soledad y abandono. ¿Acaso también los Cielos se cerraron?. Mas no, un Ángel baja a confortarle en Su desfallecimiento. Copioso sudor de sangre le envuelve en tanta abundancia, que se vierte sobre la tierra. «¿Padre Mío!. Si es posible pase de Mí este cáliz, pero que no se cumpla Mi voluntad sino la Tuya».
¡Qué lección más sublime la que Jesús nos enseña en Getsemaní para que hagamos nuestra oración de cada día con este espíritu!. Sí, pidamos en el dolor y en el sufrimiento que aparte de nosotros el cáliz, pero a la vez sepamos decir y aceptar con generosidad que se cumpla la Voluntad Divina.
Sigamos recogiendo en lo íntimo de nuestras almas las palabras de Jesús que agoniza en aquella terrible noche: Anhelo, necesito almas reparadoras a través de todos los siglos, y en todos los rincones de la tierra; son los pararrayos de la Justicia Divina; las oraciones y lágrimas de estas almas son de un poder infinito ante el Padre, pues van unidas a Mis intenciones. No temáis, pequeña grey, para haceros a semejanza Mía habéis de abrazaros a la Cruz del dolor, de la persecución, de la calumnia, de la pobreza. Mi gracia no os faltará. Sin Mí nada podéis hacer: «Conmigo lo podéis todo», pero me gustan las almas desprendidas.
Instituí la Eucaristía; sufrí la agonía de Getsemaní; la traición de Judas; la negación de Pedro; el inicuo proceso; verme pospuesto a Barrabás; la flagelación y coronación de espinas, las burlas y escarnios; la calle de la Amargura; el dolor de Mi Madre, ese Corazón Purísimo traspasado y amargado con todas las amarguras de la tierra. La Crucifixión; Mi muerte afrentosa, y por último la lanzada del soldado Longinos abriendo Mi Costado para dejar paso a las torrenteras de Mis Gracias, de Mis Misericordias, de Mi Amor.
En las sombras de la noche se suceden los más horrendos crímenes; pecados de apostasía, desenfreno de todas las pasiones; el poder de las tinieblas como un día en Getsemaní, vuelve a la hora actual con más intensidad y virulencia que nunca. La gente quiere divertirse, no escatima medio para hacerlo, saltando por encima de las leyes morales y divinas... ¡Pobre humanidad corrompida y anegada por todos los pecados capitales!.
¿Y qué puedo decir de tantos sacrilegios, profanaciones, y lo que es más terrible, apostasías de los míos, de aquellos a quienes ungí con Órdenes Sagradas a través de Pedro?. ¿Acaso todo esto no es bastante para renovar de continuo la Agonía de Getsemaní, el Pretorio, la flagelación o clavarme en la Cruz desgarrando Mis miembros y abriendo Mis Llagas de nuevo?...
Almas reparadoras, vuestra misión en la tierra es amar, amarme con todas vuestras fuerzas, sin descanso, y amar a todos los hombres por Mí, ésa es vuestra misión, vuestro fin.


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