"Varones de Galilea, ¿por qué os asombráis mirando al cielo?;
del mismo modo que lo habéis visto subir al cielo, así vendrá"
(Act, 1, 11)
En el Monte de los Olivos, donde había iniciado Su Pasión, Nuestro Señor, en presencia de Su Santísima Madre y los Apóstoles, después de haberles dado Su Bendición, se elevó a los cielos donde entró para posicionarse de Su Gloria, sentado a la diestra del Padre.
La Ascensión de Cristo es también la nuestra, porque así como entró en el Cielo, seguido del ejército de Patriarcas y Profetas y todos los Santos y Justos del Antiguo Testamento, siendo Él nuestra cabeza y nosotros miembros de Su Cuerpo Místico, hemos de estar seguros de que, correspondiendo a Sus Auxilios, nos admitirá en Su compañía en el Paraíso.
Nota característica de esta fiesta, una de las más antiguas de la liturgia, es la ceremonia de apagar el Cirio Pascual al terminar el Evangelio, significando visiblemente que Jesucristo, cuya mística representación ostentaba dicho Cirio, se ha ausentado ya de nosotros.
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