sábado, 17 de octubre de 2020

"Las Glorias de María"; Bienaventurados los que la sirven fielmente


               Lleguen finalmente a grabar el Nombre de María en el pecho con agudos hierros, como lo hicieron el religioso Francisco Binancio y Radagunda, esposa del rey Clotario. Y hasta impriman con hierros candentes sobre la carne el amado nombre para que quede mucho más visible y duradero, como lo hicieron en sus transportes de amor sus devotos Bautista Archinto y Agustín de Espinosa. 




               Hagan por María e imaginen cuanto puede hacer el más fino amante para expresar su amor a la persona amada, que no llegarán a amarla como ella los ama. "Señora mía - dice San Pedro Damiano-, ya sé que eres amabilísima y nos amas con amor insuperable". Sé, Señora mía, venía a decir, que nos amas con tal amor que no se deja vencer por ningún otro amor. 

               Estaba una vez San Alonso Rodríguez a los pies de una imagen de María y sintiéndose inflamado de amor hacia la santísima Virgen, rompió a decir: "Madre mía amantísima, ya sé que me amas, pero no me amas tanto como yo a Ti". 

               Pero María, como sintiéndose herida en punto de amor, le respondió desde la imagen: "¿Qué dices, Alonso, qué dices? ¡Cuánto más grande es el amor que te tengo que el que tú me tienes. No hay tanta distancia del Cielo a la tierra como de Mi amor al tuyo". 

               Razón tiene San Buenaventura al exclamar: "¡Bienaventurados los corazones que aman a María! ¡Bienaventurados los que la sirven fielmente!" ¡Dichosos los que tienen la fortuna de ser fieles servidores y amantes de esta Madre llena de amor! Sí, porque la Reina, agradecida más que nadie, no se deja superar por el amor de Sus devotos. María, imitando en esto a nuestro amorosísimo Redentor Jesucristo, con sus beneficios y favores, devuelve centuplicado Su amor a quien la ama. 

               Exclamaré con el enamorado San Anselmo: "¡Que desfallezca mi corazón en constante amor a Ti! ¡Que se derrita mi alma!" Arda siempre por Ti mi corazón y se consuma del todo en Tu amor el alma mía, mi amado Salvador Jesús y mi amada Madre María. Y ya que sin vuestra gracia no puedo amaros, concededme, Jesús y María, por vuestros Méritos, que no por los míos, que os ame cuanto merecéis. Dios mío, enamorado de los hombres, has podido morir por Tus enemigos, ¿y vas a negar a quien te lo pide la gracia de amarte y amar a Tu Madre Santísima?



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