sábado, 10 de octubre de 2020

"Las Glorias de María"; Trabajemos para que todos amen a María


               San Juan la vio vestida de sol: "Apareció en el Cielo una gran señal, una mujer vestida de sol" (Libro del Apocalipsis, cap. 12, vers. 1). Se dice que estaba vestida de sol porque, así como en la tierra nadie se ve privado del calor del sol, "no hay quien se esconda de su calor" (Salmo 18, vers. 7), así no hay quien se vea privado del calor del amor de María, es decir, de Su abrasado Amor. ¿Y quién podrá comprender jamás -dice San Antonino- los cuidados que esta Madre tan amante se toma por nosotros? ¡Cuántos cuidados los de esta Virgen Madre por nosotros! ¡A todos ofrece y brinda Su Misericordia! 




               Para todos abre los senos de Su Misericordia, dice el mismo santo. Es que nuestra Madre ha deseado la salvación de todos y ha cooperado en esa salvación. Es indiscutible -dice San Bernardo- que Ella vive solícita por todo el género humano. Por eso es utilísima la práctica de algunos devotos de María que, como refiere Cornelio a Lápide, suelen pedir al Señor les conceda las gracias que para ellos pide la Santisíma Virgen, diciendo: "Dame, Señor, lo que para mí pide la Virgen María". Y con razón, dice el mismo autor, pues nuestra Madre nos desea bienes inmensamente mayores de los que nosotros mismos podemos desear. 

               El devoto Bernardino de Bustos dice que más desea María hacernos bien y dispensarnos las gracias, de lo que nosotros deseamos recibirlas. Por eso San Alberto Magno aplica a María las palabras de la Sabiduría: "Se anticipa a los que la codician poniéndoseles delante ella misma" (Libro de la Sabiduría, cap. 6, vers. 13). María sale al encuentro de los que a ella recurren para hacerse encontradiza antes de que la busquen. Es tanto el amor que nos tiene esta buena Madre -dice Ricardo de San Víctor-, que en cuanto ve nuestras necesidades acude al punto a socorrernos antes de que le pidamos su ayuda. Ahora bien, si María es tan buena con todos, aun con los ingratos y negligentes que la aman poco y poco recurren a Ella, ¿cómo será Ella de amorosa con los que la aman y la invocan con frecuencia? "Se deja ver facilmente de los que la aman, y hallar de los que la buscan" (Libro de la Sabiduría, cap. 6, vers. 12). 

              Exclama San Alberto Magno: "¡Qué fácil para los que aman a María encontrarla toda llena de piedad y de amor!" "Yo amo a los que me aman" (Libro de los Proverbios, cap. 8, vers. 17). Ella declara que no puede dejar de amar a los que la aman. 

              Estos felices amantes de María no sólo son amados por María, sino hasta servidos por ella. "Habiendo encontrado a María se ha encontrado todo bien; porque ella ama a los que la aman y, aún más, sirve a los que la sirven". Estaba muy grave fray Leonardo, dominico (como se narra en las Crónicas de la Orden), el cual más de doscientas veces al día se encomendaba a esta Madre de Misericordia. De pronto vio junto a sí a una hermosísima reina que le dijo: "Leonardo, ¿quieres morir y venir a estar con Mi Hijo y conmigo?" "¿Y quién eres, Señora?", le preguntó el religioso. "Yo soy -le dijo la Virgen- la Madre de la Misericordia; tú me has invocado tantas veces y ya ves que ahora vengo a buscarte. ¡Vámonos al Paraíso!" Y ese mismo día murió Leonardo, siguiéndola, como confiamos, al Reino Bienaventurado. María, ¡dichoso mil veces quien te ama! "Si yo amo a María -decía San Juan Berchmans, estoy seguro de perseverar y conseguiré de Dios lo que desee". 

               Por eso el Bienaventurado joven no se saciaba de renovarle su consagración y de repetir dentro de sí: "iQuiero amar a María! iQuiero amar a María!" ¡Y cómo aventaja esta buena madre en el amor a todos sus hijos! Amenla cuanto puedan -dice San Ignacio Mártir-, que siempre María les amará más a los que la aman. Amenla como un San Estanislao de Kostka, que amaba tan tiernamente a ésta su querida Madre, que hablando de Ella hacía sentir deseos de amarla a cuantos le oían. El se había inventado nuevas palabras y títulos para celebrarla. No comenzaba acción alguna sin que, volviéndose a alguna de sus imágenes, le pidiera su bendición. Cuando él recitaba el Oficio, el Rosario u otras oraciones, las decía con tal afecto y tales expresiones como si hablara cara a cara con María. Cuando oía cantar la Salve se le inflamaba el alma y el rostro. Preguntándole un Padre de la Compañía, una vez en que iban a visitar una imagen de la Virgen Santísima, cuánto la amaba, le respondió: "Padre, ¿qué mas puedo decirle? ¡Si Ella es mi Madre!" Y el Padre dijo después que el santo joven profirió esas palabras con tal ternura de voz, de semblante y de corazón, que ya no parecía un joven, sino un ángel que hablase del amor a María. 

               Amenla como B. Herman, que la llamaba esposa de sus amores porque con ese nombre le había honrado María. Amenla como un San Felipe Neri, quien con solo pensar en María se derretía en tan celestiales consuelos que por eso la llamaba sus delicias. Amenla como un San Buenaventura, que la llamaba no sólo su Señora y Madre, sino que para demostrar la ternura del afecto que le tenía llegaba a llamarla su corazón y su alma. Amenla como aquel gran amante de María, San Bernardo, que amaba tanto a esta Dulce Madre que la llamaba robadora de corazones, por lo que el santo, para expresar el ardiente amor que le profesaba, le decía: "¿Acaso no me has robado el corazón?" 

               Llamenla "su Inmaculada", como la llamaba San Bernardino de Siena, que todos los días iba a visitar una devota imagen para declararle su amor con tiernos coloquios que mantenía con su Reina; y por eso, a quien le preguntaba a dónde iba todos los días, le respondía que iba a buscar a su enamorada. Amenla cuanto un San Luis Gonzaga, que ardía tanto y siempre en amor a María, que sólo con oír el Dulce Nombre de su querida Madre al instante se le inflamaba el corazón y se le encendía el rostro a la vista de todos. 

               Amenla cuanto un San Francisco Solano, quien como enloquecido con santa locura en amor a María, acompañándose con una vihuela, se ponía a cantar coplas de amor delante de la santa imagen, diciendo que así como los enamorados del mundo, él le daba la serenata a su amada reina. 

               Amenla cuanto la han amado tantos Siervos Suyos que no sabían qué hacer para manifestarle su amor. El padre Juan de Trejo, jesuita, se preciaba de llamarse Esclavo de María, y en señal de esclavitud iba con frecuencia a visitarla en una ermita; y allí, ¿qué hacía? Al llegar derramaba tiernas lágrimas por el amor que sentía a María; después besaba aquel pavimento pensando que era la casa de su amada señora. El P. Diego Martínez, de la misma Compañía, en sus fiestas, se sentía como transportado al Cielo a contemplar cómo allí las celebraban, y decía: "Quisiera tener todos los corazones de los ángeles y de los santos para amar a María como ellos la aman. Quisiera tener la vida de todos los hombres para darla por amor a María". 

               Trabajen otros por amarla cuanto la amaba Carlos, hijo de Santa Brígida, que decía no haber cosa que le consolara en el mundo como saber que María era tan amada de Dios. Y añadía que con mucho gusto hubiera aceptado todos los sufrimientos imaginables con tal de que María no hubiera perdido un punto de Su grandeza; y que si la grandeza de María hubiera sido suya, con gusto hubiera renunciado a ella en su favor por ser María la más digna. 



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