domingo, 18 de octubre de 2020

EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA, por el Padre Martin de Cochem, Capuchino. CAPÍTULO 1, Parte 1: LA NATURALEZA DE LA SANTA MISA


               La palabra Misa en latín es “Sacrificium”; que significa algo más grande y más importante que “Ofrenda”. El sentido cabal y conveniente de “sacrificio” es un ofrecimiento de algo externo a nosotros al Dios Altísimo, consagrado o santificado en una manera solemne por un ministro de la Iglesia nombrado legítimamente y cualificado debidamente, para reconocer y atestiguar el dominio supremo de Dios Todopoderoso sobre todas las criaturas. En esta definición se puede ver que un sacrificio es mucho más que un simple ofrecimiento. Representa un alto y sublime acto de adoración debido solamente al Dios Infinito, y no a cualquier criatura.

               Que este sacrificio solemne puede ser ofrecido solamente a Dios es probado por San Agustín de la costumbre universal de todas las naciones. “¿Quién -dice él- ha sido encontrado jamás que afirmase que el sacrificio debe ser ofrecido a alguien que no sea el verdadero Dios o esas deidades falsas que son consideradas erróneamente como verdadero Dios?”. Y en otro lugar dice: “El diablo no exigiría sacrificio de sus devotos si no supiera que ésta es una prerrogativa de Divinidad.”. Muchos de los grandes y poderosos de la tierra han demandado injustamente para ellos mismos otras acciones de homenaje que justamente son ofrecidas solamente a Dios; pero pocos, por cierto, han presumido de mandar que el sacrificio sea ofrecido a sí mismos. Los que hicieron eso deseaban ser considerados como dioses. De esto podemos sacar la consecuencia de que el ofrecimiento, es un acto de culto divino que no puede ser justamente ofrecido a los hombres, los santos o los ángeles, sino solamente a Dios.




               Santo Tomás de Aquino dice: “Es natural que los hombres hagan ofrendas sacrificiales al Dios Omnipotente y el hombre sea instado a hacer eso por un instinto natural sin un mandato o precepto explícito. Podemos ver esto ejemplificado en el caso de Abel, Noé, Abraham, Job y otros Patriarcas que ofrecieron sacrificio, no en obediencia a una ley de Dios, sino solamente al impulso de la naturaleza. Y no solamente las personas ilustradas por Dios le ofrecieron sacrificios; los paganos también; simplemente siguiendo la luz de la naturaleza, sacrificaron a sus ídolos creyendo que eran deidades verdaderas.” Más tarde, la Ley dada por Dios a los hijos de Israel impuso obligatorio para ellos ofrecer sacrificio diariamente; en las fiestas una ceremonia más elaborada tenía que ser observada. Tenían que ofrecerle corderos, ovejas, terneros y bueyes, y estos animales no tenían que ser solamente ofrecidos sino que tenían que ser inmolados por un sacerdote ungido, con oraciones prescritas y ceremonias. Tenían que ser matados y desollados; su sangre tenía que ser vertida alrededor del pie del altar y su carne quemada sobre el altar entre el sondaje de trompetas y el canto de Salmos. Estas eran las obligaciones sagradas por las cuales los Judíos habitualmente le tributaban a Dios el homenaje debido a Él, reconociendo que Él es el Gobernante supremo sobre todas las criaturas.

               Puesto que la idea del sacrificio está tan profundamente arraigada en la naturaleza humana que todas las gentes y naciones, además de servir a Dios con oraciones, himnos, dando limosnas y obras de penitencia, ofrecieron alguna clase de sacrificio por el cual honraron al verdadero Dios, o las deidades que veneraron. Así era apropiado, o mejor, era aún necesario, que Cristo instituyese en su Iglesia una oblación santa y divina como un oficio visible por el cual los fieles le dan a Dios la gloria merecida y expresan su propia sujeción a Él. Ningún hombre cuerdo podría imaginar que Cristo, que dispuso todo en su Iglesia de la manera más perfecta, habría omitido ese acto más alto de adoración. Si hubiera sido así, la Religión Cristiana sería inferior al Judaísmo ya que los sacrificios del Antiguo Testamento eran tan gloriosos que los paganos distinguidos venían de tierras lejanas para asistir a ellos y algunos reyes paganos, como leemos en 2 Macabeos 3,3, incluso pagaban de sus ingresos el sueldo debido a los ministros.

EL SACRIFICIO DE LA IGLESIA CATÓLICA

               La Santa Iglesia Católica, en el Concilio Ecuménico de Trento, nos enseña la manera de sacrificio u oblación que Cristo ha dado y ha dispuesto en su Iglesia. Puesto que, bajo el Antiguo Testamento, según el testimonio de San Pablo, no había perfección a causa de la debilidad del Sacerdocio Levítico (Heb. 7, 9-11), había una necesidad – Dios el Padre de misericordias así lo había dispuesto- que otro Sacerdote debía aparecer según el Orden de Melquisedec, Nuestro Señor Jesucristo, que conseguiría y guiaría a la perfección a tantos como iban a ser santificados. Aunque Nuestro Señor estaba a punto de ofrecerse a sí mismo a Dios Padre en el altar de la Cruz y allí, por medio de su muerte actuar la redención eterna; no obstante (porque su sacerdocio no iba a ser suprimido por su muerte) en la Ultima Cena (en la noche en la cual fue traicionado) para dejar a su amada esposa, la Iglesia, un sacrificio visible como la naturaleza del hombre necesita (de manera que ese sacrificio sangriento que iba a ser efectuado en la Cruz pudiera ser representado, y la memoria del mismo permaneciera hasta el fin del mundo y su poder saludable pudiera ser aplicado para la remisión de esos pecados que cometemos diariamente, declarándose constituido un sacerdote para siempre según el Orden de Melquisedec) le ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las apariencias de pan y vino, y bajo los símbolos de esas mismas cosas entregó Su propio Cuerpo y Sangre para ser recibidos por sus Apóstoles a quienes ordenó Sacerdotes del Nuevo Testamento, y por esas palabras: “Haced esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19) les mandó a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio ofrecerlos; como la Iglesia Católica siempre ha comprendido y enseñado.

               Además de esto; también, la Santa Iglesia nos enseña, y exige que creamos que en la Ultima Cena, Cristo no sólo cambió pan y vino en su Cuerpo y Sangre sino que también se los ofreció a Dios Padre y así instituyó y estableció en su propia Persona el Sacrificio de la Nueva Alianza. Hizo eso para mostrar que Él mismo es un Sacerdote según el Orden de Melquisedec de quien la Sagrada Escritura habla así: ‘Melquisedec, Rey de Salem, llevó pan y vino; era un Sacerdote del Dios Altísimo, y bendijo a Abram. ” (Gen 14, 18-19).

EL ORDEN DE MELQUISEDEC

              El texto no declara explícitamente aquí que Melquisedec ofreciera sacrificio al Dios Altísimo, pero desde el principio, la Iglesia Católica ha entendido que eso es lo que significa y los Padres lo han expuesto así. Incluso David lo interpreta de esa manera cuando dice: “Ha jurado Yavéy no se arrepentirá: “Tú eres sacerdote para siempre según el Orden de Melquisedec.” (Salmo 109, 4). Que tanto Cristo como Melquisedec ofrecieron sacrificio ha de ser inferido de las palabras de San Pablo cuando escribió a los Hebreos: “Cada pontífice es nombrado para ofrecer oblaciones y sacrificios “. (Heb 8, 3). “Pues hecho pontífice tomado de entre los hombres a favor de los hombres es instituido para las cosas que miran a Dios… “.(Heb 5, 1). Y casi inmediatamente después añade: “Y ninguno se tome por sí este honor, sino el que es llamado por Dios, como Aarón. ” (Heb 5, 4) “Y así Cristo no se exaltó a sí mismo, haciéndose pontífice, sino que fue Dios quien dijo: ‘Hijo mío eres tu, hoy te he engendrado’. Y conforme a esto dice en otra parte: “Tú eres sacerdote para siempre según el Orden de Melquisedec.”. Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor. Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia, y por ser consumado vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna, declarado por Dios Pontífice según el orden de Melquisedec. Sobre lo cual tenemos mucho que decir, de difícil inteligencia, porque os habéis vuelto torpes de oído “. (Heb 5, 7-11).




               De estos trozos es evidente, que, puesto que Cristo y Melquisedec eran Sumos Sacerdotes, ambos ofrecían sacrificio al verdadero Dios. Melquisedec no sacrificó víctimas, como lo hizo Abraham y los adoradores más primitivos de Dios, sino actuando por la inspiración del Espíritu Santo, y en desacuerdo con la costumbre de la época, santificó pan y vino con ciertas oraciones y ritos, elevándolos en alto y ofreciéndolos a Dios como una ofrenda totalmente aceptable. Así se hizo él un tipo de Jesucristo, y su ofrenda un tipo del sacrificio incruento de Jesucristo bajo el Nuevo Testamento. Ahora bien, puesto que Cristo no fue ungido Sumo Sacerdote según el Orden de Aaron, que mató a víctimas, sino según el Orden de Melquisedec, que presentó pan y vino como una oblación, síguese que ejercía Él también su función sacerdotal durante su vida, y le ofreció a Dios una oblación de pan y vino.

               Preguntamos: ¿cuándo ejerció Cristo su oficio sacerdotal según el Orden de Melquisedec? En la última Cena Jesús tomando un poco de pan y habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: ” tomad y comed este es mi cuerpo. Y tomando un cáliz y dando gracias se lo dio diciendo: “Bebed de él todos, que ésta es mi sangre de la Alianza.” (Mt 26, 26-28). “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19).

               En esta ocasión Cristo ejerció su oficio sacerdotal a la manera de Melquisedec. Porque si no lo hizo así entonces; no lo hizo nunca durante toda su Vida y, en ese caso, no habría sido un Sacerdote según el Orden de Melquisedec. Sin embargo, con qué lenguaje exaltado describe San Pablo su Sacerdocio: “Y por cuanto no fue hecho sin juramento -pues aquellos fueron constituidos sacerdotes sin juramento, más éste lo fue con juramento por él que le dijo: “Juró el Señor y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre ” – de tanto mejor testamento fue hecho fiador Jesús. Y de aquellos fueron muchos los hechos sacerdotes, por cuanto la muerte les impidió permanecer; pero éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio perpetuo. (Heb 7, 20-24). Por lo tanto vemos la verdad de lo que enseña la Iglesia Católica en el Concilio de Trento: En la última Cena, le ofreció a Dios Padre su propio Cuerpo y Sangre bajo las apariencias de pan y vino; y les mandó a sus Apóstoles y a sus sucesores en el Sacerdocio ofrecerlos bajo estos símbolos cuando dijo: “Haced esto en memoria mía” como la Iglesia Católica siempre ha dicho y enseñado. Y esta es, por cierto, la oblación pura que no puede ser profanada por alguna indignidad o malicia de los que la ofrecen, que el Señor predijo por Malaquías iba a ser ofrecida pura a su Nombre en todas partes. (Ses. 22, Cap. 1) 


               Continuará... 


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