El pasado 5 de Marzo, primer Sábado de Mes, en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, entregaba su alma a Dios el Reverendo Don Nicolás Godoy Herrera.
Había nacido en el pueblo de Mogán, el 10 de Septiembre de 1935, en una familia que regaló a la Iglesia dos hijos Sacerdotes.
Hombre de enorme cultura y dotado de un particular carisma para los jóvenes, era Licenciado y Doctorado en Sagrada Teología, Derecho Civil y Derecho Canónico por la Universidad de Navarra; ordenado Sacerdote en la Capilla del Seminario Mayor de Canarias, el Sábado 22 de Septiembre de 1962, por Monseñor Pildain.
En sus casi 60 años de Sacerdocio, Don Nicolás sirvió a la Iglesia primero como formador del Seminario, luego como Juez del Tribunal Eclesiástico además de celoso Párroco; fue un maravilloso predicador, que recorrió varias islas invitado para sermones solemnes; Don Nicolás emocionaba con su oratoria y encendía a las almas con sus arengas, porque su prédica era una continua exposición del sincero amor que profesaba a Dios y a la Virgen, de su entrega por el rebaño de Cristo, por quien no escatimó en tiempo y sacrificios personales, esfuerzos que darían muchos y abundantes frutos.
Conquistó para Cristo a casi medio centenar de jóvenes que terminarían siendo sacerdotes; esta labor trajo consigo la envidia y los ataques de muchos, que trataron de mermar la moral de Don Nicolás, que en todo momento guardó silencio y se refugió en la oración tranquila, si bien sufrió mucho por aquella injusta persecución; mantuvo siempre una profunda vida interior, en la que solo buscaba la intimidad con Jesús y el consuelo de la Virgen María, a quien manifestaba su amor sin ningún complejo. Precisamente por amor a la Virgen, solía llevar en el dedo meñique un rosario de metal, como recordatorio de entrega a la Madre de Dios y testimonio de amor al Rosario.
Don Nicolás vivió enamorado de Cristo y de su Sacerdocio, con plenitud e integridad, en tiempos buenos y en épocas desfavorables, pero no se conformó con su entrega personal sino que siempre buscó -y alentó a que otros hiciéramos lo mismo- a niños y jóvenes donde dejar olor a Cristo, mediante un apostolado basado en la oración y en la amistad sincera.
Sus últimos años fueron acrisolados por la enfermedad, haciendo de la cama el último altar donde culminar la ofrenda de su vida, signada por la Cruz de Nuestro Señor y perfumada por el amor a María Inmaculada.
Por todo ello, por esa fidelidad sin medida, seguro que Dios Nuestro Señor habrá premiado ya a este santo Sacerdote.
Que desde el Cielo siga intercediendo por nosotros.
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