La Sagrada Familia en una casa hospitalaria de Belén. José refiere a Zacarías sobre los primeros días en la gruta.
Veo la larga sala, donde vi el encuentro de los Magos con Jesús y le adoraron. Comprendo que estoy en la casa hospitalaria que ha acogido a la Sagrada Familia. Asisto a la llegada de Zacarías. No viene Isabel. La dueña de casa sale presurosa afuera, por la terraza que circunda la casa, al encuentro del huésped que está llegando. Le lleva hasta una puerta y llama; luego, discreta, se retira. José abre y, al ver a Zacarías, lanza una exclamación de júbilo. Le pasa a una habitación pequeña, de las dimensiones de un pasillo. “María está dando de mamar al Niño. Espera un poco. Siéntate que estarás cansado”.
Y le hace lugar para que se siente en el lecho, a su lado. Oigo que José pregunta por el pequeño Juan, y que Zacarías dice: “Crece fuerte como un potro. Ahora sufre un poco por los dientes. Por esto no le trajimos. Hace mucho frío. Por esto no vino ni siquiera Isabel. No le podía dejar sin mamar. Lo ha sentido muchísimo. Pero ¡la estación está siendo muy dura!”. José contesta: “Sí, que lo es”. Zacarías: “Me dijo el hombre que enviasteis, que cuando nació, no teníais alojo. ¡Quién sabe cuánto debisteis sufrir!”. José: “Sí, mucho. Pero nuestro miedo era mayor que la incomodidad. Teníamos miedo de que fuese a hacer mal al Niño. Los primeros días tuvimos que pasarlos allí. A nosotros no nos faltaba nada, porque los pastores llevaron la buena nueva a los betlemitas y muchos vinieron con presentes. Pero faltaba una casa, faltaba una habitación protectora, una cama… Y Jesús lloraba mucho, sobre todo de noche, por el viento que se colaba por todas partes. Yo encendía un poco de fuego, pero poco, porque el humo le hacía toser al Niño… y así el frío seguía. Dos animales calientan poco, sobre todo donde el aire entra por todas partes. Faltaba agua caliente para lavarle, faltaban pañales para cambiarle. ¡Oh! ¡Ha sufrido mucho! Y María sufría al verle sufrir. Sufría yo… puedes imaginarte lo que Ella sufriría que es la Madre. Le daba leche y lágrimas, leche y amor. Ahora aquí estamos mejor. Había yo preparado una cuna muy cómoda y María había recubierto con un colchoncito suavísimo. ¡Pero la tenemos en Nazaret! ¡Ah, si hubiese nacido allí, hubiera sido distinto!”. Zacarías: “Pero el Mesías tenía que nacer en Belén. Estaba profetizado”.
Entra María que oyó las voces. Viene vestida de lana blanca. No trae el vestido oscuro que trajo en el viaje y que tuvo en la gruta. Ahora trae uno blanco, como otras veces la he visto. No tiene nada en la cabeza, y en los brazos trae a Jesús que duerme, satisfecho de la leche, envuelto en sus blancos pañales. Zacarías se levanta y se inclina con veneración. Luego se acerca y mira a Jesús dando señales de un grandísimo respeto. Se queda inclinado no tanto para verle mejor, cuanto por presentarle su adoración. María se lo ofrece, y Zacarías le toma con tal veneración que parece como si levantase una custodia. Y en realidad, lo que toma en sus brazos es la Hostia, la Hostia ya ofrecida y que será consumada cuando se dé a los hombres en alimento de amor y redención. Zacarías devuelve Jesús a María.
escrito por la mística María Valtorta
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