lunes, 6 de agosto de 2018

LA TRANSFIGURACIÓN de Nuestro Señor Jesucristo en el Monte Tabor


          Narra el Santo Evangelio (San Lucas, cap. , San Marcos, cap. 6 y San Mateo, cap. 10) que unas semanas antes de Su Pasión y Muerte, Nuestro Señor Jesucristo subió a orar al monte Tabor, llevando consigo a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan. Y mientras oraba, su cuerpo se Transfiguró: Sus vestidos se volvieron más blancos que la nieve y Su Rostro más resplandeciente que el sol. Y se aparecieron el Patriarca Moisés y el Profeta San Elías y hablaban con El acerca de lo que le iba a suceder próximamente en Jerusalén.

          San Pedro, muy emocionado exclamó: -Señor, si te parece, haremos aquí tres campamentos, uno para Ti, otro para Moisés y otro para Elías. Pero en seguida los envolvió una nube y se oyó una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo".




          Hoy, es el abismo de la luz inaccesible. Hoy, sobre el Tabor, la efusión infinita del resplandor divino brilla ante los apóstoles. Hoy Jesucristo se manifiesta como maestro de la Antigua y de la Nueva Alianza… Hoy sobre el Tabor, Moisés, el legislador de Dios, el padre de la Antigua Alianza, asiste como un servidor, a su Maestro, Cristo, el dador de la Ley. Y reconoce su designio al que lo había iniciado en el pasado por prefiguración; esto es lo que significa, en mi opinión, «ver a Dios de espalda” (Ex 33, 23). Ahora ve claramente la gloria de la divinidad, «albergado en la ranura de la roca» (Ex 33, 22), pero «esta roca era Cristo» (I Co 10, 4), como Pablo lo ha enseñado expresamente: el Dios encarnado, Verbo y Señor…

          Hoy el Padre de la Nueva Alianza, que había proclamado a Cristo como Hijo de Dios diciendo: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16), ve al padre de la Antigua Alianza, que se mantiene cerca del donante de la una y otra, y que le dice: “He aquí El que es. He aquí, entonces, del que he dicho que surgirá un profeta (Ex 3, 14; Dt 18, 15; Hch 3, 22) – como yo, en cuanto hombre y como jefe del nuevo pueblo pero por encima de mí y de toda criatura, que dispone para mí y para ti, los dos alianzas, la Antigua y la Nueva”…

          Venid pues, ¡obedezcamos a David el profeta! ¡Cantemos a nuestro Dios, cantemos a nuestro Rey, cantemos! “Él es el Rey de toda la tierra» (Sal. 46, 7-8). Cantemos con sabiduría; cantemos con alegría… Cantemos también al Espíritu «que lo sondea todo, incluso las profundidades de Dios” (I Co 2, 10), veamos, en esta luz del Padre, que es el Espíritu iluminando todas las cosas, la luz inaccesible, el Hijo de Dios. Hoy se manifiesta lo que los ojos de carne no pueden ver: un cuerpo terrestre irradiando esplendor divino, un cuerpo mortal rebosando la gloria de la divinidad… Las cosas humanas pasan a ser las de Dios, y las divinas las de los humanos.


(San Juan Damasceno, Homilía sobre la Transfiguración)




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