El entonces Cardenal Eugenio María Pacelli era Secretario de Estado del Papa Pío XI, cuando hace una confidencia al Conde Enrico Pietro Galeazzi, que llegará a ser uno de sus más íntimos colaboradores, cuando éste le visita para organizar los detalles de su estancia en América
«Supongo, querido amigo, que el Comunismo era el más visible entre los instrumentos de subversión usados contra la Iglesia y la tradición de la Divina Revelación. Por tanto, nosotros presenciaremos la invasión de todo lo que es espiritual: la filosofía, la ciencia, el derecho, la enseñanza, las artes, la prensa, la literatura, el teatro y la religión. Estoy preocupado por las confidencias de la Virgen a la pequeña Lucía de Fátima. Esta persistencia de Nuestra Señora ante el peligro que amenaza la Iglesia, es una advertencia divina contra el suicidio que representaría la alteración de la fe, en su liturgia, su teología y su alma. Siento en mi entorno a los innovadores que quieren desmantelar el Sacro Santuario, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar sus ornamentos, ¡hacerla sentir remordimiento de su pasado heroico!
Bien, mi querido amigo, estoy convencido que la Iglesia de Pedro tiene que hacerse cargo de su pasado, o ella cavará su propia tumba. Yo libraré esta batalla con la mayor energía tanto en el interior como en el exterior de la Iglesia, aún si un día ellos tengan que servirse de mi persona, de mis actos, de mis escritos, como lo han intentado hasta el día de hoy, para deformar la historia de mi Iglesia. Todas las hereías humanas que alteran la Palabra de Dios para aparecer como una gran luz.
Llegará un día en que el mundo civilizado renegará de su Dios, en el que la Iglesia dude como dudó Pedro. Será tentada de creer que el hombre se ha convertido en Dios, que Su Hijo es meramente un símbolo, una filosofía como tantas otras, y en las iglesias, los cristianos buscarán en vano la lámpara roja donde Dios los espera, como la pecadora que gritó ante la tumba vacía: ‘¿Dónde le han puesto?’».
(“Pie XII devant l’histoire”, por Mons. Georges Roche y Philippe Saint-Germain)
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