El Convento de la Inmaculada Concepción fue el primer convento de religiosas en la ciudad de Quito, Ecuador. La Nobleza Católica del lugar había pedido al Rey Felipe II esta fundación, para que las mujeres de la Provincia española pudieran disfrutar de los beneficios de la vida religiosa. Cinco hermanas profesas de la Orden de la Inmaculada Concepción fueron enviadas desde la Península Ibérica, como Madres Fundadoras del nuevo y primer Convento de la Orden de la Inmaculada Concepción en América. Les acompañaba una muchacha de apenas 13 años de edad, Mariana de Jesús Torres Berriochoa, sobrina de la Madre Superiora. Mariana era de aristocrática familia de Vizcaya, al norte de España, pero desde niña quiso consagrarse por entero a Dios y desde que supo de la fundación del Convento, insistió a sus padres que le permitiesen unirse al grupo fundador; con el tiempo se convertiría en la más conocida de las Madres Fundadoras, pero permaneció casi desconocida fuera de Ecuador hasta el siglo XX.
Las Madres Fundadoras llegaron a Quito el día 30 de Diciembre de 1576; en Enero de 1577, se fundó el Monasterio entregándose al Reverendo Padre Antonio Jurado, franciscano, el gobierno temporal y espiritual de las religiosas quien recibió los votos de obediencia de las religiosas concepcionistas.
La joven Mariana hizo un rápido avance en la vida espiritual y disfrutó de muchos favores del Cielo y gracias sobrenaturales. También practicaba la penitencia severa y fue elegida por Dios para sufrir como alma víctima.
Muchos de sus sufrimientos fueron ocasionados por sus Hermanas de Religión, que eran poco estrictas, y que se rebelaban contra la forma austera de vida insistida por la Beata Beatriz de Silva y las Madres Fundadoras españolas y exigido por la Santa Regla de la Comunidad. En el año 1592 la Madre Mariana fue elegida para ser Abadesa en lugar de su tía, muy enferma entonces y que murió poco después.
Tal día como hoy, coincidiendo con la Fiesta de la Presentación de la Virgen, en la mañana del 2 de Febrero de 1594, con un corazón lleno de amargura y dolor, la Madre Mariana se hallaba en profunda oración, postrada en el suelo en el coro alto del Convento; suplicaba a Nuestro Señor, por intercesión de Su Madre Santísima, que terminara aquellas duras pruebas por las que pasaba la Comunidad y pusiera fin a los muchos pecados que se cometen en el mundo.
APARICIÓN DE NUESTRA SEÑORA
Durante este largo acto penitencial, la Madre Mariana de Jesús se percató de la presencia de alguien delante de ella. Su corazón estaba perturbado, pero una voz dulce la llamaba. Se levantó rápidamente y vio delante de ella una Dama muy bella que llevaba al Niño Jesús en su brazo izquierdo y, en su derecho, un pulido báculo de oro adornado con preciosas piedras de sobrenatural belleza.
Con el corazón lleno de alegría y felicidad, se dirigió a la aparición: "Bella Señora, ¿quién eres Tú y ¿qué quieres que haga? ¿No sabes que no soy yo más que una pobre hermana, llena de amor a Dios, pero sin duda también desbordada de dolor?".
La Señora respondió: "Yo soy María del Buen Suceso, la Reina del Cielo y la Tierra. Porque eres un alma religiosa llena de Amor de Dios y de Su Madre es que estoy hablando contigo ahora. He venido del Cielo para consolar tu corazón afligido. Tus oraciones, lágrimas y penitencias son muy agradables a Nuestro Padre Celestial. El Espíritu Santo que consuela tu espíritu y te sostiene en tus tribulaciones formó con tres gotas de la sangre de Mi corazón al Niño más hermoso de la humanidad. Durante nueve meses, Yo, Virgen y Madre, lo llevé en Mi seno purísimo. En el establo de Belén, le di a luz y lo acosté a descansar en la paja fría.
Como tu Madre, le traigo aquí, en Mi brazo izquierdo, para que juntas podamos restringir la Mano de la Divina Justicia, que está siempre dispuesta a castigar a este desdichado mundo criminal. En Mi brazo derecho llevo el báculo que ves, por el cual deseo gobernar este Convento como Abadesa y Madre.
Yo soy la Reina de las Victorias y la Madre del Buen Suceso, y es bajo esta invocación que deseo ser conocida en todo tiempo... Mi Santísimo Hijo desea darte todo tipo de sufrimientos. Y para infundirte el valor que necesitarás, me lo quito de Mis brazos. Recíbele en los tuyos. Mantenlo en tu corazón imperfecto..."
La Santísima Virgen puso el Divino Niño en los brazos de la feliz religiosa, que Le abrazó y acarició con cariño. Mientras lo hacía, sintió en su interior un fuerte deseo de sufrir.
LA VIRGEN LE PIDE QUE HAGA UNA IMAGEN SUYA
Más adelante, en una nueva Aparición que tuvo lugar el 16 de Enero de 1599, la Santísima Virgen le dio a conocer diversos hechos futuros. Al despedirse de la madre Mariana de Jesús, Nuestra Señora le manifestó:
“Es Voluntad de Mi Hijo Santísimo que tú misma mandes a trabajar una estatua Mía, tal como me ves y la coloques encima de la Silla de la Prelada, para desde allí gobernar Mi Convento [...] para que entiendan los mortales que Yo soy poderosa para aplacar la Justicia Divina, alcanzar piedad y perdón a toda alma pecadora que acuda a Mí con corazón contrito, porque soy la Madre de Misericordia y en Mí no hay sino Bondad y Amor”.
En los años siguientes, la religiosa sufrió un terrible calvario. Sólo el 5 de Febrero de 1610 se pudo contratar al escultor designado por Nuestra Señora.
La Madre Mariana, comunicó entonces al Obispo el pedido de Nuestra Señora de mandar a elaborar la imagen. El Prelado quedó profundamente conmovido y entró en contacto con Francisco del Castillo.
El escultor apenas podía contener su sorpresa, alegría y gratitud por haber sido nombrado para este santo proyecto y rechazó cualquier pago en vista de que ya se consideraba completamente compensado al haber ser elegido por la misma Santísima Virgen. Pidió solamente que su familia y descendientes permanezcan siempre en los rezos de la comunidad.
Se confesó, comulgó y empezó la elaboración de su obra, siempre bajo la orientación de la Madre Mariana, que le indicaba las facciones y la postura de Nuestra Señora, recibiendo también las medidas exactas con las que tenía que ser entallada la imagen, esto es, cinco pies y nueve pulgadas de alto.
Cinco meses le llevarían al artista para realizar la obra. Faltándole algunas pulidas, salió de viaje fuera de Quito en búsqueda de las mejores pinturas y los más finos barnices para concluir su trabajo.
Venerable Madre Mariana de Jesús Torres Berriochoa,
nacida en Vizcaya (España) en 1563, murió en olor de Santidad
en la ciudad de Quito en 1635. Fue agraciada con las Apariciones
de Nuestra Señora del Buen Consejo, cuando era Abadesa del Convento
de la Inmaculada Concepción de aquella provincia española
CONFECCIÓN MILAGROSA DE LA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA
Aquello sucedió en Enero de 1611, cuando la imagen estaba casi terminada, y solamente le faltaban los toques finales de tintura; entonces Francisco del Castillo informó a la Madre Mariana que como el acabado era lo más importante, deseaba contar con los más pulcros materiales que existieran. Fue a buscarlos en otro sitio, prometiendo regresar en dos semanas, suspendiendo así el trabajo después de recibir la Santa Comunión.
Durante esos días en la Comunidad sólo se hablaba de la Santa Imagen que estaba a punto de ser acabada, bendecida e instalada como Reina y Superiora del Convento.
En la mañana del 16 de Enero, mientras las Hermanas se acercaban al Coro Alto para rezar el Oficio Matinal, oyeron una hermosa melodía.
Al entrar al Coro contemplaron la Imagen, bañada por una luz celestial, mientras que ecos de voces angelicales aun resonaban y cantaban el “Salve Sancta Parens”
Vieron que la Imagen había sido exquisitamente acabada y que su rostro emitía rayos brillantes de luz.
Días después, el escultor se presentó en el Convento trayendo consigo los mejores esmaltes y listo para terminar su creación.
Sin contarle nada, fue invitado por las Madres y llevado al Coro Alto donde, sorprendido por tal maravilla, exclamó emocionado:
“Madres, qué es lo que veo? Esta Imagen preciosa no es el trabajo de mis manos! No puedo describir lo que siento en mi corazón! Esto es obra de manos angelicales! Es imposible en la tierra para cualquier escultor, por más hábil que sea, imprimir tal perfección y tal extraordinaria belleza!”. Y llorando, en medio de sentimientos profundos de Fe y Piedad, cayó a los Pies de la Sagrada Imagen.
Enseguida, pidiendo papel y lápiz, testimonió por escrito y bajo juramento, que aquella Bendita Imagen no era obra suya, sino más bien de los Ángeles, pues la encontró totalmente distinta a su regreso.
Don Francisco del Castillo, presuroso, salió del Convento, llegando donde el Obispo y emocionado le narró lo que sus ojos acababan de ver por lo que el Prelado acudió de inmediato donde las Madres, encontrando la Imagen transformada pero mucho más perfecta de lo que se desprendía del relato del escultor, y arrodillándose ante Ella, reconoció el prodigio mientras que de sus grandes ojos brotaban lágrimas. Atestiguó que la Imagen había sido modificada y enriquecida por manos no humanas. Conmovido y extasiado proclamó a los Pies de la misma:
“María, Madre de Gracia y Madre de Misericordia, en la vida y sobre todo en la hora de la muerte, amparadnos, Grande Señora!”
Luego, llamando a la Madre Mariana, electa nuevamente Abadesa, le pidió que entrara en el confesonario. Intuía que ella debía saber sobre lo ocurrido.
La Santa Fundadora le relató entonces que en el día 15 de Enero de 1611, Dios le previno acerca de las Misericordias que presenciaría en la madrugada del día 16, pidiéndole además, se prepare con penitencias y mucha oración.
Haciendo esto, ya en la madrugada, vio al Coro Alto y a toda la Iglesia iluminarse con luces celestiales. Luego se abrieron las puertas del Sagrario y en la Santa Hostia aparecía la Santísima Trinidad, conociendo en ese instante, el Misterio de la Encarnación del Verbo así como el Amor Infinito de las Tres Divinas Personas a María Santísima, la cual era aclamada como Reina y Señora por los Nueve Coros Angelicales.
De inmediato, los tres Arcángeles se aproximaron ante la Imagen y San Miguel, reverenciándola, le decía:
"María Santísima, Hija de Dios Padre!"
Le seguía San Gabriel, diciendo:
"María Santísima, Madre de Dios Hijo!"
Finalmente, era San Rafael quién decía:
"María Santísima, Esposa Purísima del Dios Espíritu Santo!"
Luego apareció el Padre Seráfico San Francisco y junto a los tres Arcángeles se aproximaron a la Imagen semi-concluida por Don Francisco del Castillo y en un instante la rehicieron.
"No tuve luz para percibir cómo se operó la transformación instantánea, pero fue tan linda como la vio Vuestra Reverencia" le relató la Madre Mariana al Obispo, acrecentando que "la Reina de los Ángeles, en medio de estas alegrías se acercó a la Imagen y penetró en ella, a manera de rayos de sol que inciden en hermosos cristales. En ese momento la Imagen adquirió vida y entonó con celestial armonía el Magnificat. Esto aconteció a las tres de la mañana".
La Madre Mariana recuperó luego sus sentidos, viendo en su delante a la Bendita Imagen, bellísima y llena de luz como si estuviese en medio del sol.
Por la mañana y al entrar al Coro, las Hermanas del Convento, contemplaron que la Imagen reflejaba una mirada majestuosa, serena, dulce, amable y atrayente. Comprendieron así que otras manos, otra inspiración, habían modelado aquella maravilla.
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