jueves, 11 de febrero de 2021

EL LLAMADO DE LOURDES: POBREZA, ORACIÓN Y PENITENCIA


Pobreza, Oración y Penitencia, 

en el sentido pleno de conversión, 

son las tres palabras clave con las que se concluye 

el lado práctico del Mensaje de Lourdes 


               En 1846, Nuestra Señora se aparecía en la montaña francesa de La Salette; allí comunicaba un Secreto a dos jóvenes pastores, Maximino y Melanie; a esta sencilla muchacha advierte: Esto que Yo te voy a decir no será siempre secreto; puedes publicarlo en 1858. Llegado el año fijado por la Virgen Santa, Melanie Calvat lucha por imprimir el Secreto según los pedidos de la Madre de Dios, pero solo encontrará reticencias e impedimentos hasta que consiguió publicarlo en 1879. No obstante, la Virgen sí cumplió con la fecha y en 1858 se manifestaba de nuevo en Francia, esta vez en la humilde Lourdes.

                Jueves, 11 de Febrero de 1858, once de la mañana. Los Soubirous tomaron un pobre desayuno a las nueve. Bernadette, de catorce años pero con cuerpo de niña de menor edad, hilaba la estopa con su hermana Toinette, de once años. Su padre, François Soubirous, enfermo, estaba acostado. Los dos más pequeños jugaban en un rincón. La madre, Louise, se atareaba en la preparación de un pobre puchero con los ingredientes que tenía. —Dios mío —exclamó Bernadette—, ya no queda leña. —¿Y la que fuimos a buscar ayer? —protestó Toinette. El día anterior, Toinette había salido con su madre a las cuatro de la mañana a recoger leña. Había pasado tanto frío con los pies descalzos dentro de los zuecos, que Louise tuvo que envolvérselos con su delantal mientras ella preparaba la gavilla. Sí, pero ya se habían comido el haz... la leña les dio los seis céntimos de pan de la jornada anterior. Había que salir otra vez. 




               Al poco rato, tres pares de zuecos golpearon los adoquines de la calle des Petits Fossés, giraron a la derecha por la calle de Baous, cruzaron la puerta del mismo nombre, cuya bóveda resonaba. Y de pronto ya estaban en el campo. Las niñas torcieron a la derecha delante del cementerio y rodearon el llamado «prado del paraíso» recogiendo algunas ramitas. El cesto iba de mano en mano: de Jeanne a Toinette y de Toinette a Bernadette. Volvieron a bajar hacia el torrente. No fue necesario ir tan lejos. A doscientos metros de allí estaba la lengua puntiaguda de arena donde se unían el Gave y el canal.

               Se trataba de una formación rocosa de veintisiete metros de alto, nudosa, abultada por protuberancias, surcada por grietas y anfractuosidades de distintos tamaños, coronada de una avara maleza. Por todo adorno tenía un penacho de hiedra hacia la cima, y en un nicho a unos tres metros y medio del suelo, justo enfrente, un rosal salvaje cuyas ramas caían hasta el suelo. El lugar llevaba el adecuado nombre de Masse-vieille (vieja roca) o Massabielle, como todavía se pronuncia. La vieja roca parecía sostenida por un enorme arco rocoso entre cuatro y cinco metros de ancho, que cubría una gruta alargada de ocho metros de anchura. El pie izquierdo estaba apuntalado en el agua del Gave y se elevaba, con suavidad y oblicuamente, hasta una altura de tres o cuatro metros. El lado derecho caía en vertical. En el interior de la gruta, tan profunda como ancha, el suelo lleno de arena y morrena formaba un plano inclinado que confluía en la bóveda, al fondo. Sobre esta pendiente el torrente había depositado la madera y los huesos.


PRIMERA APARICIÓN: UNA MARAVILLOSA NIÑA BLANCA

               En medio del paisaje inmóvil, en una especie de nicho que formaba una mancha oscura en la parte derecha de la roca, a tres metros por encima del suelo, se agitaba una mata de espinos. Una suave luz iluminó progresivamente aquel agujero en sombra. Y dentro de la luz, una sonrisa; era una maravillosa niña blanca. Separó los brazos al tiempo que se inclinaba en un gesto de recibimiento que parecía decir: «Acercaos...» Bernadette, paralizada por la sorpresa, pasmada, no se atrevió a moverse. ¿Era el miedo? Quizá, ¡pero era tan dulce! No sentía el menor deseo de escapar. No, se quedaría para siempre ahí, contemplando. Algo, sin embargo, luchaba en su interior. No estaba acostumbrada a escucharse, a alimentar fantasías agradables. Reaccionó diciéndose: «¡Vamos!, me estoy engañando.» Se frotó enérgicamente los ojos varias veces. La fricción de las palmas de sus manos borró el paisaje, sumergiéndola en la oscuridad. Los dos globos aplastados, reducidos a su consistencia material, le procuraron una innegable sensación de realidad. 

               Volvió a abrir los ojos. La niña blanca seguía ahí, con su sonrisa. Con un gesto habitual, casi instintivo, se llevó la mano derecha al bolsillo del delantal, encontró el rosario, el tranquilizador rosario de las noches de asma. Levantó el brazo mecánicamente para hacer la señal de la Cruz con el crucifijo. ¡Sorpresa! el brazo se detuvo a medio camino; la mano cayó. ¡Da igual! Querer es poder... Pero no, el brazo le colgaba invenciblemente flojo y sin energía, aunque no dejaba de notar el tacto de la cruz de madera entre los dedos. De golpe, el sobrecogimiento se convirtió en miedo. Le temblaba la mano. 

               En el hueco de la roca, la Aparición esbozó un gesto, el gesto que Bernadette quisiera hacer. También ella sostenía un rosario en la mano, un rosario blanco con una gran Cruz brillante. Se lo llevó a la frente. Acompañando su gesto, el brazo de Bernadette se levantó por sí solo y dibujó a su vez una amplia señal de la Cruz. Con este gesto se desvaneció todo el temor y sólo quedó una intensa alegría. Bernadette se arrodilló. 

               Las dos compañeras que se alejaban distinguieron, al volverse, la minúscula silueta en su postura de oración, arrodillada sobre el banco de arena en pleno torrente. Ranne se encogió de hombros. —¡Está loca si se pone a rezar ahí! ¡Ya es suficiente con rezar en la iglesia! 

               De pronto... mientras pasaba las cuentas del rosario, Bernadette observaba todo lo que podía, y ambas acciones se acompañaban maravillosamente. El tiempo volaba y permanecía como una pequeña eternidad. La aparición hacía correr las cuentas entre sus dedos pero no movía los labios. Tan pronto terminó la oración, desapareció. Los ojos de Bernadette escrutaron en vano una estela de luz que se prolongó un instante antes de disiparse como una nube. ¡Sólo quedó la roca negra, la llovizna, el cielo bajo, el tiempo encapotado! Pero nada de todo eso pesaba ya. La fatiga y la preocupación de hacía un momento habían desaparecido. Aquellas Apariciones se repetirían hasta en diecisiete ocasiones más.


ROCÍA A LA VIRGEN CON AGUA BENDITA

               El 14 de Febrero, pese a la prohibición de sus padres, Bernadette regresa a la Gruta movida por una fuerza interior que la llama; de nuevo se presenta la Señora ante ella y Bernadette, la rocía con agua bendita... la Señora sonríe e inclina la cabeza. Acabado de rezar el rosario, la Señora desaparece.



LA VOZ DE LA VIRGEN, APARICIÓN DEL 18 DE FEBRERO DE 1858

               Llegada a la Gruta, Bernadette se puso de rodillas, sabedora que tenía el encargo de algunas personas de preguntar a la Aparición su nombre; pero no de cualquier manera pretendían que la niña interrogara a la Señora, sino que deseaban dar cierta autoridad al acontecimiento y por eso pidieron a Bernadette que la misma Señora escribiese su nombre. 

              Una vez la Señora se hizo presente, la joven vidente, se puso de puntillas y le alargó con los brazos extendidos la pluma y el papel, diciéndole al mismo tiempo «Boulet aoue era bouentat de mettre vostre noum per escriout?» (¿Tendría la bondad de poner su nombre por escrito?). (1)

               La Señora se echó a reír, envuelta en su propia luz, con una risa como las que tienen las niñas en el Cielo. ¿Qué era lo que le hacía tanta gracia? ¿Eran los avíos sacados de la escribanía del tribunal en manos de Bernadette, que no sabía leer? 

               En cualquier caso, era una risa benévola y Bernadette se echó a reír al igual que ella de la extravagante ofrenda que sostenía en sus manos. Aquello inauguró entre ellas un sentimiento de complicidad. ¡Qué amistosa era la mirada de la bella Señora! ¡Y qué dulce iniciar con risas esa amistad! 

               Bernadette se atrevía a amarla sin miedo. La risa de la Señora terminó en una sonriente respuesta. «N'ey pas necessari.» (No es necesario.) Era la primera vez que oía su voz fina y suave. Ahora estaba segura de que no se trataba de una ilusión. La Virgen, más real aún que todo aquello y más presente, esa vez enlazó sus frases en tono serio. «Boulet aoue era gracia de bié aci penden quinze dias?» (¿Quiere tener la cortesía de venir aquí durante quince días?

               La hija de los Soubirous, poco habituada a tanta deferencia, se quedó totalmente desconcertada. La Señora llamaba de usted a una chiquilla a la que todo el mundo tuteaba; había dicho si quería tener la cortesía, una bonita y educada fórmula del dialecto de Lourdes. Bernadette respondió de corazón, sin detenerse a pensar en las consecuencias. A su promesa le respondió otra promesa. «Non proumeti pas deb hé urousa en este mounde, mès en aoute.» (No prometo hacerla feliz en este mundo, sino en el otro.) Estas parcas palabras parecían dulces bajo la mirada de Aquélla que las pronunciaba. 


EL CIRIO QUE NO QUEMABA

               El 19 de Febrero Bernadette llegó a la Gruta portando un cirio encendido; a partir de ese momento, muchos devotos del lugar la empezarían a imitar y pronto nacería la procesión de antorchas que aún hoy perdura. Durante la Aparición, la parte inferior del cirio se coló entre los dedos de Bernadette, quedando la llama a la altura de los dedos; sin embargo la joven vidente no sufrió quemadura alguna pese haber estado expuesta al fuego por más de quince minutos, como confirmó un médico presente.


APARICIÓN DEL 24 DE FEBRERO, "PENITENCIA..."

               Llegada a los pies de la gruta Bernadette se arrodilló, encendió un cirio y se persignó con una devoción contagiosa. Las cuentas del rosario corrían entre sus dedos cruzados. Cuando terminaba la primera decena, se produjo algo imponderable, una especie de movimiento hacia adelante, o más bien un impulso muy suave, pues Bernadette no se había movido. Pero su semblante había cambiado. A la lívida luz del amanecer, que la amarilla oscilación del cirio calentaba apenas, la cara palideció adquiriendo una luminosa blancura. La niña acababa de pasar a otro mundo.

               Bernadette ya no sonreía... Nuestra Señora tampoco. Una especie de nube cubrió el resplandor de su cara. Recuperó el color. Al levantarse parecía triste, preocupada; incluso disgustada... la Virgen, con semblante profundamente triste le dice: "¡Penitencia!, ¡Penitencia!, ¡Penitencia!, ¡Rogad a Dios por los pecadores!, ¡Besad la tierra en penitencia por los pecadores!". Esta frase la repetiría la Señora en las siguiente Apariciones.

               La noticia de las Apariciones se extendió por toda la comarca, y muchos acudían a la Gruta creyendo en el suceso, otros se burlaban. En la novena Aparición, el 25 de Febrero, la Señora mandó a Santa Bernadette a beber y lavarse los pies en el agua de una fuente, señalándole el fondo de la gruta. La niña no la encontró, pero obedeció la solicitud de la Virgen, y escarbó en el suelo, produciéndose el primer brote del milagroso manantial de Lourdes. Bernadette realiza ejercicios repulsivos, como besar la tierra, cavar en el suelo embarrado y comer hierba. Los asistentes menos devotos la tachan de visionario y loca.

               En las Apariciones, la Señora exhortó a la niña a rogar por los pecadores, manifestó el deseo de que en el lugar sea erigida una capilla y mandó a Bernadette a besar la tierra, como acto de penitencia para ella y para otros, el pueblo presente en el lugar también la imitó y hasta el día de hoy, esta práctica continúa.




YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN

               El 25 de Marzo, a pedido del Párroco del lugar, la niña debe preguntar a la Señora quién es...

               Durante tres semanas Bernadette permanece ausente de la Gruta, pero ha estado ensayando mentalmente una bonita frase, ceremoniosa como una reverencia, que en parte le habían sugerido: «Mademisello, boulet aoué la bountat de me disé que es, s’il bou plan?» (Señorita, ¿tendría la bondad de decirme quién es, por favor?) Pero la «frase bonita» era demasiado complicada. Bernadette se liaba, tropezó y dijo voluntad (boulentat) en lugar de bondad (bountat), dos palabras que era incapaz de distinguir. La más larga le parecía más educada. 

               La Señora sonrió de nuevo. ¿Se estaba burlando, como decía el párroco? No... había tanta amabilidad y tanta bondad en su mirada. Tenía que volver a empezar. «Boulet aoué la boulentat de disé...» La sonrisa de la Virgen se hizo aún más amplia. Se echó a reír, pero esta vez Bernadette no iba a renunciar. 

              «Boulet aoué la boulentat!», suplicó una vez más. Silencio... Pero Bernadette estaba decidida y nada la detendría ya. Lo repetiría diez veces si hacía falta, ya que la Señora no mostraba enfado. No fue necesario llegar a tanto. A la cuarta ocasión la Virgen dejó de reír. Cambió el rosario, llevándoselo al brazo derecho. Sus manos se separaron, y las extendió con las palmas hacia el suelo. De aquel gesto tan sencillo emanaba majestad; su silueta de niña adquirió grandeza; su juventud, un peso de eternidad. Con un movimiento acompasado, juntó luego las manos a la altura del pecho, levantó los ojos al cielo y dijo: «Que soy era Immaculada Councepciou» (Soy la Inmaculada Concepción)»

               Bernadette fue a contar lo sucedido a su Párroco, pero éste dudó de que una simple jovencita analfabeta pudiese saber sobre el Dogma de la Inmaculada Concepción, declarado por el Papa Pío IX cuatro años antes. 


ÚLTIMA APARICIÓN, "JAMÁS LA HABÍA VISTO TAN BELLA"

              El 16 de Julio de 1858, Festividad de la Virgen del Carmen, tiene lugar la última Aparición; Bernardette, siente una vez más en su interior el misterioso llamamiento de la Virgen y se dirige a la Gruta; pero el acceso a ella estaba prohibido y la gruta, vallada. Se dirige, pues, al otro lado del río Gave, enfrente de la Gruta. «Me parecía que estaba delante de la Gruta, a la misma distancia que las otras veces, no veía más que a la Virgen. Jamás la había visto tan bella.»

              Las Apariciones fueron declaradas auténticas el 18 de Enero 1862. En el lugar se comenzó a construir un Santuario, que el Papa Pío IX concedió el título de Basílica en 1874. Bernadette, que había ingresado en las Hermanas de la Caridad de Nevers, entró en la Vida en 1879 y fue canonizada en 1933. 


     NOTAS

              1  Bernadette hablaba tan solo su lengua materna, el gascón, dialecto de aquella región francesa; la Virgen siempre se comunicó con la joven en ese dialecto.




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