viernes, 29 de diciembre de 2023

CENTENARIO DE SOR JOSEFA MENÉNDEZ, Confidente y Víctima del Sagrado Corazón de Jesús



               Josefa Menéndez y del Moral nació en Madrid el 4 de Febrero de 1890, en un hogar modesto pero muy cristiano, bien pronto visitado por el dolor. A la edad de cinco años Josefa recibió la Confirmación, y el Espíritu Santo se apoderó del pequeño Instrumento para hacerlo dócil a la acción divina. Tenía siete años cuando se confesó por primera vez, en un Primer Viernes, día memorable en su vida, del que escribía más tarde: "3 de Octubre de 1897: Mi primera confesión. ¡Si siempre tuviera la misma contrición de aquel día!".

               Cumplidos los once años, por recomendación de su Director Espiritual, Padre José María Rubio (que ingresó más tarde en la Compañía de Jesús), la admitieron las Religiosas de María Reparadora en el grupo de niñas que, por las tardes, se reunían para prepararse a la primera comunión, y los deseos de Josefa se enardecían a la perspectiva de tan dichoso día. Cuando llegó su Primera Comunión escribiría: "Desde hoy, 19 de Marzo de 1901, prometo a mi Jesús, delante del Cielo y de la tierra, poniendo por testigos a mi Madre la Virgen Santísima y a mi Padre y Abogado San José, guardar siempre la preciosa virtud de la virginidad, no teniendo otro deseo que agradar a Jesús, ni otro temor que disgustarle. Enseñadme, ¡Dios mío!, cómo queréis que sea vuestra del modo más perfecto, para siempre amaros y nunca ofenderos. Esto lo quiero y pido hoy, día de mi Primera Comunión. Virgen Santísima, os lo pido hoy, que es la fiesta de vuestro Esposo San José". Josefa conservó preciosamente el testimonio de su primera ofrenda, y la hojita amarillenta, escrita con gruesos caracteres de letra infantil, fue hasta su muerte el tesoro de su fidelidad.

               La muerte del padre, piadosamente asistido por el Reverendo Padre Rubio, dejó a la jovencita como único apoyo de su madre y de dos hermanas, a las que sostenía con su trabajo. Josefa hábil costurera, conoció las privaciones y preocupaciones, el trabajo asiduo y las vigilias prolongadas de la vida obrera, pero su alma enérgica y bien templada vivía ya del amor del Corazón de Jesús, que le atraía a sí irresistiblemente. Su carácter jovial, el ardor que ponía en todo, su intuición para adivinar lo que agradaba a los demás, olvidándose a sí misma, hacían de ella el alma de su hogar en el que todo era dicha y unión y donde las alegrías mejores iban siempre marcadas con el sello de la Fe. Durante mucho tiempo deseó la vida religiosa, sin que le fuese dado romper los lazos que la unían al mundo; su trabajo era necesario a los suyos y su corazón, tan amante y tan tierno, no se resolvía a separarse de su madre, que a su vez creía no poder vivir sin el cariño y el apoyo de su hija mayor.



               Por fin, el 5 de Febrero de 1920, Josefa dejaba a su hermana a su hermana ya en edad al cuidado de su madre y abandonaba su casa y su Patria querida, para seguir más allá de la frontera a Aquél cuyo amor divino y soberano tiene derecho a pedírselo todo. Sola y pobre se presentó en Poitiers, en el convento del Sagrado Corazón de los Feuillants, santificado en otros tiempos por la estancia en él de Santa María Magdalena Sofía Barat. Allí se había reanudado hacía poco la obra de la Santa Fundadora y a su Sombra florecía de nuevo un Noviciado de Hermanas Coadjutoras del Sagrado Corazón. Nadie pido sospechar los designios divinos que ya empezaban a ser realidad. Sencilla y laboriosa, entregada por completo a su trabajo y a su formación religiosa, Josefa en nada se distinguía de las demás, desapareciendo en el conjunto. 

               El 16 de Julio de 1920, Josefa vestía el Santo Hábito. Gracias a la caridad de las Madres del Sagrado Corazón de Madrid, su madre y su hermana Ángela, pudieron acompañarla ese día; para su corazón tierno y amante fue gran consuelo verlas y hacerles compartir su dicha. Volvieron dos años después, el 16 de Julio de 1922, día radiante de sus primeros votos. Ni ellas, ni la familia religiosa de Josefa, pudieron traslucir la misteriosa unión que se realizaba entre el Corazón de Jesús y el de su Esposa.

               El espíritu de mortificación de que estaba animada, la intensa vida interior que practicaba, y una como sobrenatural intuición en cuanto a su vocación se refería, llamaba la atención de algunas personas que la trataron con más intimidad. Pero las gracias de Dios permanecieron ocultas a cuantas la rodeaban, y desde el día de su llegada hasta su muerte, logró pasar desapercibida, en medio de la sencillez de una vida de la más exquisita fidelidad. Y en esta vida oculta, Jesús le descubrió su Corazón. "Quiero —le dijo— que seas el Apóstol de Mi Misericordia. Ama y nada temas. Quiero lo que tú no quieres... pero puedo lo que tú no puedes... A pesar de tu gran indignidad y miseria, me serviré de ti para realizar Mis designios". Desde entonces y hasta poco antes de su muerte, Sor Josefa recibiría numerosas revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús, de la Virgen Santísima y también de algunos Santos; en otras ocasiones sería místicamente trasportada al Purgatorio y hasta el Infierno... todo de cuanto fue confidente y testigo sobrenatural, lo recogió por escrito, siguiendo las indicaciones de su Superiora y de su Confesor. Todos estos dones de Dios permanecieron ocultos a sus propios ojos y a su alrededor, y desde que ingresó en el Convento, hasta la muerte, pasó inadvertida bajo el velo de una vida perfectamente fiel.

               Viéndose objeto de estas predilecciones divinas, y ante el Mensaje que debía transmitir, la humilde Hermanita temblaba y sentía levantarse gran resistencia en su alma. La Santísima Virgen fue entonces para ella la estrella que guía por camino seguro, y encontró en la Obediencia su mejor y único refugio, sobre todo, al sentir los embates del enemigo de todo bien, a quien Dios dejó tanta libertad. Su pobre alma experimentó terribles asaltos del infierno, y en su cuerpo llevó a la tumba las huellas de los combates que tuvo que sostener. Con su vida ordinaria de trabajo callado, generoso v a veces heroico, ocultaba el misterio de gracia y de dolor que lentamente consumía todo su ser. 

               Por su experiencia como costurera fue designada para la hechura de los uniformes del Colegio; en cuanto hizo los Votos le confiaron la dirección del taller, con algunas novicias y postulantes para ayudarla. Sin escatimar trabajo las formaba, distribuyéndoles con discernimiento la labor, remediando sus torpezas con bondad.

               Después de pasar por pruebas misteriosas y que debían completar su corona y consumar su ofrenda, se realizaba para Josefa en la soledad de su último suspiro la palabra del Divino Maestro: "Sufrirás, y abismada en el sufrimiento, morirás... No busques alivio ni descanso: no lo encontrarás, puesto que Yo Soy el que así lo dispongo..." . 



               A principios de Diciembre de 1923, Sor Josefa guardaba cama por un fuerte agotamiento; allí emitiría su Profesión Religiosa al tiempo que recibía la Extremaunción. Obedeciendo a sus Superioras, Josefa tuvo aún fuerzas para escribir una carta de despedida a su madre y a sus hermanas. No pueden leerse sin emoción estos renglones tan sencillos y tan fervorosos. Dice así: "Miren, queridas mías; yo estoy contenta de morir porque sé que es la Voluntad de Aquel que amo. Además, mi alma tiene deseo de poseerle y verle sin velos, como se le ve aquí en la tierra... No lloren, ni estén tristes. Miren que la muerte es el principio de la vida para el alma que ama y espera. Nuestra separación será corta, porque la vida pasa muy pronto y luego estaremos juntas toda la eternidad. No crean que estoy triste. Estos cuatro años de vida religiosa han sido para mí cuatro años de cielo. Lo único que deseo para mis hermanas, es que gocen como he gozado, pues crean que nada da tanta paz como hacer la Voluntad de Dios. No crean que muero de sufrimiento ni de pena, al contrario. ¿Mi muerte?, creo que es más, ¡de amor! Yo no me siento enferma, pero tengo algo que me hace desear el Cielo porque no puedo pasar sin ver e Jesús y a la Virgen...Muero muy feliz, pero nada me da esta felicidad sino el saber que he hecho la Voluntad de Dios. El me ha hecho marchar por caminos muy contrarios a mi gusto y a mis deseos, pero me recompensa en estos últimos días de mi vida que me encuentro envuelta en la paz del Cielo".

               En la consumación del más fiel Amor, Sor Josefa entregaba su alma a Dios un Sábado, 29 de Diciembre 1923, a las ocho de la noche. Al instante, una impresión sobrenatural de gracia y de paz, se esparció por toda la Casa; el Cielo parecía descender a la celda de la Hermana. Rodeada de azucenas, Josefa descansaba... Su rostro reflejaba la estabilidad serena de la eternidad, con una expresión de majestad que impresionaba. Parecía que el Sagrado Corazón de Jesús, resplandeciendo ya a través de los restos mortales de Su pequeño instrumento, oculto hasta entonces de modo tan divino, comenzaba a descubrir a las almas el Llamamiento ardiente de Su Amor.

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