Después de la Sagrada Comunión, (Jesús Nuestro Señor) me instruyó nuevamente e inundó mi alma con Su claridad divina. Describiré algunas de Sus palabras que me dirigió:
"Mi claridad te penetra y te rodea. Tú, por medio de Mí, alumbras en el oscuro adviento a aquellas almas que todavía Me están esperando: los sacrificios de tu vida unidos a Mis Merecimientos, serán claridad para ellos también. Yo dije. ‘Ustedes son la luz del mundo’, a quienes inundo con la Luz especial de Mi gracia. Tú, ustedes tendrán que expandir claridad sobre las manchas oscuras de la Tierra que están bajo la sombra del pecado, para que Mi claridad divina atraiga al verdadero camino las almas que andan a tientas en la sombra del pecado y de la muerte".
Hoy, todo el día, meditaba sobre las Palabras del Señor Jesús y me quedé pensando especialmente en aquellas… "...los sacrificios de tu vida unidos a Mis Merecimientos serán claridad para ellos también"... ¡Oh, mi adorado Jesús! Yo, ¡pequeño granito de polvo! ¡No es sino la claridad que recibí de Ti lo que resplandece desde mí también! ¡Oh, qué infinitamente Bueno eres y qué inconmensurablemente grande será aquella Luz, que no se apaga desde el principio del mundo hasta su fin, sino ininterrumpidamente se irradia sobre nosotros!
Y pensaba que cuando no veía con claridad la llama de esta Luz que ardía hacia mí, hubo apatía y negligencia en mi alma. Te pido suplicante, mi adorado Jesús: perdona mis pecados y mi indiferencia con que yo también Te ofendí y derrama Tu Caridad perdonadora, sobre todos aquellos por quienes hago mis pequeños sacrificios a Tus Méritos infinitos. Y premia el ardiente anhelo de mi alma por la salvación de las almas con el resplandor de Tu Claridad, para que aquellas almas también en quienes todavía no ha penetrado Tu Luz, sientan y vean Tu anhelo.
Diario Espiritual de Isabel Kindelmann, Terciaria Carmelita, 17 de Diciembre de 1965
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