lunes, 18 de diciembre de 2023

LA TIERRA SIEMPRE ES DESTIERRO; "YO EN DIOS O EL CIELO", por el Padre Valentín de San José, Carmelita Descalzo de Las Batuecas, capítulo 1, puntos 1-4


CAPÍTULO I 

EL HOMBRE DESEA LA FELICIDAD PERFECTA 


               1- Aún no ha alboreado la razón en el niño y ya inconscientemente y por instinto procura el bienestar y satisfacer su gusto. Cuando no puede conseguirlo lo reclama a su modo: con el llanto. La naturaleza del hombre necesariamente pide, busca y exige la felicidad con esperanza de conseguirla, o al menos el bienestar. Dentro de nosotros, en lo más íntimo de la naturaleza, llevamos la inclinación continua y vehemente de ser felices; lo anhelamos con más vehemencia que la misma vida. Ni tenemos necesidad de maestro alguno que nos enseñe qué es la felicidad, aunque sí le necesitamos para que nos indique el modo de vida que nos conduce a la felicidad verdadera y segura y el que nos impide y aleja de llegar a su posesión. 



               A todos nos ha creado Dios para la felicidad y ha puesto la inclinación, y aun la idea de ella, en nuestra naturaleza. Por esto se manifiesta ya en el niño antes que la razón. No es posible dejar de sentir la atracción del último fin. Todas nuestras actividades van encaminadas a conseguir la felicidad o acercarnos a su calor cuanto nos sea posible. La busca el santo y el penitente en su recogimiento, en su oración, en su sacrificio y penitencia. La busca el disipado y el regalado saboreando sus pasatiempos, sus diversiones y sus delicias. Se antepone la felicidad a la vida. La desea el que cuida con exageración de su salud; la desea el que aborrece su vida de tierra, porque la que vive es desgraciada y quiere dejar de sufrir hundiéndose en el silencio de la muerte. Se busca con ansia en los trabajos, en los negocios, en el bienestar, en el descanso, en los bienes de fortuna, en el regalo, en la diversión, en la fama, en la honra, en los conocimientos de la ciencia, en los juegos y pasatiempos, en la amenidad de los paseos y conversaciones con los amigos, y cree ciertamente la encontrará en el amor correspondido. Espera llegar a vivirla en la posesión de todos esos bienes. 

               El incesante trabajo en la ciencia, en la industria, en el campo, lo mismo que el nervioso y constante movimiento y traslado de los productos, de las cosas y de las personas, y los sorprendentes inventos después de mucho estudio, esfuerzo y constancia, tiene por fin hacer la vida más cómoda, placentera y regalada. Se busca la felicidad. Como se busca en la lectura de las obras de fantasía de la grande literatura y en ver las proyecciones, proporcionándose un recreo imaginario, ya que no pueda tenerse en la realidad. Al menos, soñar felicidad ficticia. El tiempo y la experiencia muestran que tampoco está en eso ni la satisfacción ni la felicidad apetecida, soñada y buscada, pero no encontrada. Y el deseo de la felicidad no desaparece, antes se siente más fuerte y estimulante, renovándose el esfuerzo para realizar nuevas obras y empresas y conseguir, si no la felicidad, al menos el mayor bienestar posible. El hombre y la sociedad se mueven con estas aspiraciones. Ellas impulsan las empresas, las revoluciones sociales y las convulsiones de los pueblos. No tenemos felicidad, pero hablamos de ella, la deseamos vehementemente, la procuramos sin escatimar esfuerzo alguno y nos ponemos a los mayores peligros para obtener la que soñamos o juzgamos nos la proporcionará. Damos la enhorabuena deseando encuentren la prosperidad y la felicidad a los bien amados que empiezan un nuevo modo de vida. ¡Dios mío, que la paz y la concordia y la santa ilusión nunca dejen de alegrar mi mirada! ¿Cuándo me sonreirá el sol de la felicidad?

              2- En ningún estado ni en condición alguna se encuentra la felicidad en la tierra. Ya sé que almas muy veraces y muy santas dijeron alguna vez que eran felices y no faltaron a la verdad ni disminuyeron en santidad; y no solamente no eran felices, sino que expresaron en frases vehementes las incontenibles ansias que tenían de poseer la felicidad y lo terriblemente duro que se les hacía esta vida de destierro mientras llegaba la realidad de ver a Dios en el cielo. Ellos mismos explicaron que eran felices en esperanza solamente y por los atisbos del Cielo que Dios les comunicaba alguna vez en su oración y retiro. La tierra siempre es destierro, no es la Patria. En la tierra no puede sentirse la feliz dicha de la Patria. A lo más podrá percibirse el suave y amoroso eco de la felicidad, como murmullo apenas perceptible y lejano, y que pasó demasiado veloz. Vivir en el destierro es siempre angustioso.

               3- Esperan los hombres encontrar al menos las huellas de la felicidad en el bienestar que les proporcione la obra o empresa que con ilusión preparan. Pero la tierra es el lugar y tiempo de la siembra de la felicidad que se ha de recoger después de esta vida. En la tierra no se gusta fruto tan deseado y delicioso; no se gusta ni en el desenvolvimiento social, ni en el material y menos en el espiritual. Durante muchos años, desde su marcha sobre Roma, dirigió Mussolini su nación con aplauso general y aun con admiración. Su nación alcanzó durante su mandato grandes adelantos industriales, bienes sociales y económicos y largo período de paz y seguridad. Cuando fue derribado, recibió el desprecio de los mismos que le habían aplaudido y nadie pudo, ni se atrevió, a librarle de la muerte que le dieron. Decía después su viuda que nunca había habido tanta paz en su casa como cuando vivía privadamente de su empleo. No dan la felicidad ni los bienes materiales, ni los puestos distinguidos, ni los aplausos, ni la fama. San Juan Crisóstomo se deshace en gozo describiendo la paz que goza el monje en su pobreza y soledad y la zozobra en que vive el rey con su séquito y sus riquezas. Y era frase romana que cerca del Capitolio estaba la roca Tarpeya. De lejos, la grandeza fascina al hombre y la desea juzgándola como fuente de felicidad, y cuando la consigue, experimenta que es fuente de desazón. La felicidad está por encima de esos bienes y de cuantos se pueden soñar.

               4- Desear la felicidad —decía Santo Tomás— no es otra cosa que desear que la voluntad quede completamente saciada. Y nada puede saciar completamente el natural deseo del hombre más que el bien perfecto, y esto es la bienaventuranza o felicidad ( 1 ). Poseer la verdad y gozar la bondad. Mas para la felicidad de esta vida es necesario que también el cuerpo sea feliz ( 2 ). En esta vida de la tierra ni el alma es feliz ni lo es el cuerpo, y aun me atrevo a afirmar que ni pueden serlo. Se desea, se busca la felicidad, pero es imposible poder llegar a obtenerla, aun cuando en un momento de optimismo parezca está ya como al alcance y se perciba su aliento. Muy elegante y acertadamente dijo un poeta que en la tierra la felicidad es 


Sueño que al alma fatiga, 
luz que ante mí se derrama, 
voz que impaciente me llama, 
ansia que a vivir me obliga, 
felicidad que me hostiga, 
y en pos de mí siempre va, 
que a un mismo tiempo le da luz 
y sombra a mi deseo... 
Yo en todas partes la veo 
y no la encuentro en ninguna... 
Vagamente dibujada la encuentra 
el alma indecisa, 
en la luz de una mirada, 
en toda dicha esperada, 
en la que pasó importuna, 
en la gloria, en la fortuna, 
en lo cierto, en lo imposible... 
En todas partes visible 
y no se alcanza en ninguna.
Tras de la sombra mentida, 
que finge tu afán profundo, 
buscándola por el mundo 
vas consumiendo la vida; 
sombra alcanzada o perdida, 
en donde quiera que estés 
por todas partes la ves... 
Mas ¡ay, infeliz de ti! 
¡Si llegas ya no está allí! 
¡Si la alcanzas, ya no es! 
 ¡Felicidad! Suelo vano de un bien 
que no está en la tierra; 
ansia que impaciente encierra 
triste el corazón humano; 
luz de misterioso arcano, 
vaga sombra celestial, 
mezcla de bien y de mal; 
tú eres en mi corazón 
la eterna revelación 
de mi espíritu inmortal (3 )



NOTAS

1) Santo Tomás de Aquino: Suma Teológica, I, II, q. V., a. VII y VIII. 
2) Id., id., I, III, q. IV, a. 5.
3) José Selgas: Poesías: la Esperanza.



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