jueves, 30 de agosto de 2018

SANTA ROSA DE LIMA, Terciaria Dominica, Patrona del Perú


"Probablemente no ha habido en América un misionero que con sus predicaciones
 haya logrado más conversiones que las que Rosa de Lima 
obtuvo con su oración y sus mortificaciones".

Papa Clemente IX




BREVE RESEÑA BIOGRÁFICA


             Santa Rosa de Lima nació en el Virreinato del Perú (Imperio Español) en 1586, siendo la cuarta hija de una prole de trece hermanos. Su padre era arcabucero de origen castellano y su esposa de origen peruano. En el bautizo le pusieron el nombre de Isabel Flores de Oliva, pero su madre, al ver que al paso de los años su rostro se volvía sonrosado y hermoso como una rosa, empezó a llamarla con el nombre de Rosa. El día de su confirmación en el pueblo de Quives, el Arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo, la llamó Rosa sin que alguien pudiese darle noticia al arzobispo de este nombre tan particular e íntimo...

                Desde pequeñita Rosa tuvo una gran inclinación a la oración y a la meditación. Un día rezando ante una imagen de la Virgen María le pareció que el niño Jesús le decía: "Rosa conságrame a mí todo tu amor". Y en adelante se propuso no vivir sino para amar a Jesucristo. Tomó en Santa Catalina de Siena, su ejemplo a imitar y así fue, pues no pudiendo ser monja dominica se conformó con profesar como Terciaria de la Orden de Santo Domingo.

                 Con los años, fue renunciando a los pretendientes y al matrimonio para entregarse por completa a Nuestro Señor y se retiró a la soledad de una pequeña habitación, en donde viviría dedicada a la oración y a la penitencia; tan sólo abandonaba la celda para algún trabajo manual y para asistir a la Santa Misa.

                 En múltiples ocasiones, los mismos familiares la consideraban equivocada en su modo de vivir. Alguna vez le protestó amorosamente a Nuestro Señor Jesucristo por todo esto, diciéndole: "Señor, ¿y a dónde te vas cuando me dejas sola en estas terribles tempestades?". Y oyó que Jesús le decía: "Yo no me he ido lejos. Estaba en tu espíritu dirigiendo todo para que la barquilla de tu alma no sucumbiera en medio de la tempestad".

                 Su ayuno era casi continuo. Y su abstinencia de carnes era perpetua. Comía lo mínimo necesario para no desfallecer de debilidad. Aún los días de mayores calores, no tomaba bebidas refrescantes de ninguna clase, y aunque a veces la sed la atormentaba, le bastaba mirar el crucifijo y recordar la sed de Jesús en la cruz, para tener valor y seguir aguantando su sed, por amor a Dios.

                Dormía sobre duras tablas, con un palo por almohada. Alguna vez que le empezaron a llegar deseos de cambiar sus tablas por un colchón y una almohada, miró al crucifijo y le pareció que Jesús le decía: "Mi cruz, era mucho más cruel que todo esto". Y desde ese día nunca más volvió a pensar en buscar un lecho más cómodo.

               Desde 1614 ya cada año al llegar la fiesta de San Bartolomé, el 24 de Agosto, demuestra su gran alegría. Y explica el porqué de este comportamiento: "Es que en una fiesta de San Bartolomé iré para siempre a estar cerca de mi Redentor Jesucristo". Y así sucedió. El 24 de agosto del año 1617, después de terrible y dolorosa agonía, expiró con la alegría de irse a estar para siempre junto al Amadísimo Salvador. Tenía 31 años.

               El 5 de Abril de 1668 fue beatificada por el Papa Clemente IX, y 11 de Agosto de 1670, su sucesor, Clemente X, declaraba a Santa Rosa, siendo la primera católica del nuevo mundo en llegar a la Gloria de los Altares. El mismo Papa la declaró Celestial Patrona no sólo del Perú, (pues ya lo era por decreto de Clemente IX) sino de toda la América, Indias y Filipinas. Un año más tarde, después de haberse aprobado por la Sagrada Congregación de Ritos cuatro milagros obrados por su intercesión y debidamente comprobados, resolvió proceder a su canonización. El día 12 de Abril, al lado de Rosa iban a ser elevados al honor máximo que la Iglesia concede a sus hijos, otros cuatro luminares de su Cielo: Cayetano de Tiene, Luis Beltrán, Felipe Benicio y Francisco de Borja.




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