martes, 21 de enero de 2020

INTIMIDAD CON CRISTO: Los atascos en la Vida Espiritual. Parte III


               Hay una especie de sociedad entre nosotros y Dios, en todo lo que Él ha hecho de más augusto. Dios quiere ayudarnos y también acompañarnos.

               En la Creación, por ejemplo, para que las bellezas del Universo puedan tomar su aspecto definitivo, es preciso muchas veces que el hombre las complete con obras suyas.

               Al instituir el matrimonio, Dios dio a los hombres la capacidad de participar, de algún modo, en la Obra de la Creación, por medio de la procreación.





              Él redimió al género humano, pero entregó la tarea de salvar a las almas a una Iglesia constituida por hombres, dándoles la posibilidad de actuar.

             Nuestro Señor Jesucristo tuvo sufrimientos superabundantes para salvarnos en la Cruz; pero quiso dar al hombre la posibilidad de asociarse a esos padecimientos completando lo que era necesario por medio del sacrificio de cada uno. Este es el papel de la expiación, tesoro de la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo.

              Pero, por otro lado, si bien Dios quiso que fuéramos Sus cireneos, también quiere ser nuestro Divino Cireneo. Él no es, por tanto, un extraño en nuestra vida.

               Yo comprendería que alguien hiciera una imagen representando un hombre con la cruz a cuestas, ayudado por Nuestro Señor atrás, cargando con ella como un Cireneo. Esta imagen representaría la realidad.

              Nuestro Señor busca que Le consolemos, a pesar de ser fuente de toda consolación. Quiere entrar en nuestra vida particular, en nuestra vida personal, tomando parte en ella a petición nuestra, ayudándonos tanto en nuestra vida espiritual como en nuestra vida terrena.

              Son muy pocos los predicadores que muestran ese papel de Nuestro Señor ayudándonos a cada uno. Por eso, muchas veces, en las lagunas de nuestra vida espiritual, adoptamos en relación a Él esa actitud de desesperación.

              Se trata de pedir, a pesar de todos nuestros pecados; de rezar con confianza; de pedir gracias más abundantes, y más, y más. Casi estallar de tanto rezar. La Providencia acabará ayudándonos a comprender que aunque haya tinieblas a nuestro alrededor y parezcamos abandonados por Dios, Él es un Cireneo que nunca se aparta de nuestro lado. Si deja que la cruz pese en nuestros hombros, es para nuestro bien, para que dé fruto nuestro sufrimiento.

               En lugar de comprender eso, algunas personas convierten sus relaciones con la Providencia en una especie de contabilidad bancaria. Pero, como muy bien dice el Salmista, si Dios observa nuestras iniquidades nadie se sostendrá (1). Si el problema se pretende resolver así, lo único que consigue es agravarlo.

               La solución está en procurar comprender, aún más profundamente, ese papel de Cireneo que Nuestro Señor hace con cada uno y comprender que la actuación de la Providencia se consigue mediante la oración.

               No podemos ver nuestras relaciones con Dios como las de aquellas figuras de Wagner: hombres pequeños, lanza en mano, subidos a un enorme peñasco y en lucha con un dio que está por encima de ellos... ¡esa no es la realidad!

               Dios es nuestro Cireneo infinitamente afable, infinitamente Misericordioso, con el Cual nunca lucharemos; ni Él luchará con nosotros, aunque nosotros luchemos contra Él.



Doctor Plinio Corrêa de Oliveira 
Comentarios al Libro "El gran medio de la Oración"
de San Alfonso María de Ligorio


NOTAS ACLARATORIAS

   1 Salmo 129, cap. 3



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