miércoles, 15 de enero de 2020

NUESTRO PADRE Y SEÑOR SAN JOSÉ, Maestro de Santidad




Tu eris super domum meam...

Libro del Génesis, cap. 41, vers. 40


                     El Patriarca San José ha sido venerado en la Orden del Carmen desde siempre; en los inicios de la vida comunitaria, los religiosos carmelitas vieron en San José el modelo perfecto de todo contemplantivo, pues vivió en un discreto silencio, recogido en Dios, pendiente de Jesús, al que educaba y amaba, pero del que también recibía amor y cariño de hijo; también recibió San José, gracias espirituales muy especiales, gracias que desconocemos por los Evangelios, pero que sospechamos fueron únicas y mayores que las que pudo recibir cualquier otro Santo. 


               San José dividía su corazón entre los dos Amores que el mismo Dios le había confiado: Jesús y María. A ellos consagraría su vida, por ellos sufriría el exilio de Egipto, con Ellos moriría; entre las dulzuras de Nuestra Señora y las cálidas palabras de su hijo adoptivo: "Te lo aseguro, padre mío José... hoy, después de saborear el Paraíso en la tierra, entrarás de lleno en él..." 

               Ésa y no otra es la vocación del Carmelo: vivir con Dios a solas, con la misma sencillez y pobreza con que lo hizo la Sagrada Familia de Nazareth y a ejemplo suyo; haciendo de nuestra existencia una continua entrega, sin reservas, desde el Amor y para el Amor, como lo hicieron Jesús, María y José.

               Santa Teresita del Niño Jesús, como buena carmelita, fue muy devota de San José desde su infancia; su amor por el Santo Patriarca sólo era superado por el que sentía por la Virgen Santísima. Cuando siendo adolescente inicia con su padre la peregrinación a Roma, Teresita se encomienda a San José y le ruega que vele por ella; cuando visita la Santa Casa de Loreto siente una emoción profunda al pisar el mismo suelo que San José había regado con su sudor. Siendo ya carmelita, en el Convento de Liseux, dedica una poesía a San José, canta su vida humilde y al servicio de Jesús y María, le contempla en su vida sencilla y dura de trabajo, le ofrece los platos fuertes de la comida y exclama como síntesis de toda su devoción: ¡Oh el bueno de San José! ¡Oh cuánto le amo!, y en el Cielo verá y cantará su Gloria.




              "Pedí a San José que fuera mi custodio. Mi devoción hacia él, desde la infancia, era una misma cosa con mi amor  a la Santísima Virgen. Todos los días rezaba la oración: «¡Oh San José, Padre y Protector de las vírgenes...!». Parecíame ir más protegida y a cubierto de todo peligro." (Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, "Historia de un alma", cap. 6)



Padre Alfonso del Santísimo Sacramento




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