viernes, 12 de septiembre de 2025

EL SANTO Y DULCE NOMBRE DE MARÍA


“Tu nombre y tu recuerdo son 
el deseo de mi alma; mi alma 
te ha deseado en la noche” 


Profeta Isaías cap. 26, vers. 8-9



                    Dios, habiendo decretado que se haría Hombre para la salvación del género humano, decidió al mismo tiempo que nacería de mujer, para que no sólo fuera semejante a nosotros por naturaleza, sino, además, fuera uno de nuestra raza.

                    Para el cumplimiento de sus designios, el Altísimo había elegido desde la Eternidad a una criatura a la que predestinó libremente a la sublime dignidad de Madre del Verbo, y también a ser la Receptora de todas las prerrogativas de la naturaleza y la gracia que tan alto oficio requiere. Por esta razón, Dios quiso elevar a esta criatura privilegiada, no solo por encima de todos los hombres, sino también por encima de todos los Coros Angélicos. No debe sorprendernos, entonces, que una mujer tan noble fuera, desde el principio, en razón del Gran Misterio que se cumpliría en Ella, objeto de la complacencia divina: «El Señor me poseyó en el principio de sus caminos, antes de hacer nada desde el principio» (Libro de los Proverbios, cap. 8, vers. 22).

                    Admira y adora, alma mía, con toda la humildad posible, la Justicia y la Misericordia de los caminos de Dios. Da gracias a este gran Señor por haberse dignado predestinar a una criatura sencilla, de naturaleza similar a la tuya, a tan alta dignidad. Al mismo tiempo, pídele la gracia de estar contenta y tranquila en el lugar que te ha asignado en esta tierra, y recuerda que las condiciones de la vida humana son todas por su disposición: así que querer alterarlas es desear la destrucción del orden social, que después de todo es Obra de Dios.

                    Era razonable esperar que el nombre de una mujer privilegiada como María comprendiera en su significado el oficio al que estaba llamada y los elevados privilegios que de ese oficio resultaban.

                    Este Bendito Nombre fue pronunciado por Dios en el mismo acto de predestinar a esta maravillosa criatura. Es más, podemos creer que Él mismo lo sugirió, por inspiración interior, a los padres de esta Niña predilecta, al llegar el momento de Su nacimiento. Este nombre es el Nombre de María. Puede significar tres cosas: soberanía, amargura y resistencia; tres ideas que representan las principales prerrogativas de Nuestra Gloriosa Reina.

                    En primer lugar, María, al convertirse en Madre del Verbo Encarnado, se convirtió también en soberana y señora del universo. Además, destinada por Dios a cooperar con Jesucristo en la redención de la humanidad, tuvo que sufrir los mayores tormentos que una criatura pura jamás haya padecido. Finalmente, en virtud de Su Inmaculada Concepción, fue la primera persona en liberarse del yugo impío del maligno y, así, en su propia persona, en ofrecer a Dios las primicias de la Redención. El Nombre de María, por lo tanto, es sinónimo de su grandeza incomparable, Sus insondables dolores y Sus espléndidas victorias.

                    ¡Bendito y Santo Nombre! Eres para mi alma una fuente de alegría inagotable: más dulce que la miel al paladar; más agradable al oído que la melodía más exquisita.

                    El Santísimo Nombre de María, unido al de Jesús, posee un poder oculto que ahuyenta al Demonio y llena de consuelo y esperanza el alma de quien lo pronuncia con fe amorosa. Es cierto que Dios ha concedido un poder benéfico de santificación y vida a la devota pronunciación de estos dos Nombres por parte de los Fieles, y esto precisamente porque Jesús y María son los objetos más queridos de Su Amor.




                    Es, pues, deber de todo Buen Cristiano pronunciar frecuentemente estos dos Santos Nombres con Fe, esperanza y reverencia. Debemos invocarlos en nuestras necesidades y hacer todo lo posible para evitar su uso indigno por parte de los profanos. ¡Ay! ¿Por qué Nombres tan grandes, tan Santos y a la vez tan queridos para nuestros corazones, se convierten a menudo en blanco de burla y burla?

                    ¡Oh Dios mío, que Tu gran y temible Nombre sea siempre santificado en los de Jesús, mi Salvador, y María, Su Santísima Madre! ¡En Ellos encontramos nuestra vida y nuestra salvación!


Extraído de "La más bella flor del Paraíso" 
escrito por el Cardenal Alexis-Henri-Marie Lépicier, 
de la Orden de los Siervos de María



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