domingo, 19 de marzo de 2023

SAN JOSÉ, NUESTRO PADRE Y SEÑOR

 
Siervo fiel y prudente, 
constituido por el Señor 
cabeza de Su Familia 
para que a su tiempo la sustentara




               Nuestro Padre y Señor San José, en su momento, fue el Custodio legítimo y natural, Cabeza y Defensor de la Sagrada Familia. Si está indisociablemente unido con su Hijo y Esposa virginales en la Redención objetiva desde los inicios de Nazaret hasta el Calvario, es lógico también que proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio en la aplicación de sus frutos salvíficos en el tiempo de la Iglesia nacida del costado abierto de los tres Corazones unidos de la trinidad de la tierra hasta la Parusía, tanto a los vivos como a los difuntos que se purifican en el Bendito Purgatorio.

               Parece evidente que la Providencia Divina quiere poner en primer plano al humilde artesano de Nazaret, al que la Iglesia invoca en las Letanías a él dedicadas como "terror de los demonios", siempre indisolublemente unido a la  Inmaculada, la  gran  antagonista de la antigua serpiente  que, como está decretado (Génesis, cap. 3, vers. 15  y Apocalipsis, cap. 12), le aplastará la cabeza en esta hora grave y resolutiva de la historia de la salvación.

               También San José, a semejanza de Nuestra Señora, prestó su libre consentimiento a los planes divinos. El Glorioso Patriarca entregó todo su ser en manos de Dios y aceptó los sufrimientos que le deben corresponder en el plan salvífico divino, ofreciéndolos en unión del Sacrificio de Cristo Redentor. Su sacrificio, aún sin presenciar en vida mortal el drama sangriento de la Pasión, fue perfecto. San José se inmoló a sí mismo silenciosamente, viviendo de forma anticipada en su corazón la Crucifixión dolorosísima de Cristo, las amarguras indecibles de su Santa Esposa. 

               Puede afirmarse con el Cardenal Lepicier que San José participó más que ningún otro, después de la Santísima Virgen, en la Pasión de Cristo, cuyos dolores, en conjunto, fueron los mayores que pudo padecer ninguna criatura por su inseparable e íntima unión con Jesús y María. El mar de amarguras de ambos se refleja en el corazón de San José. Y en proporción a la unión está, por otro lado, el mayor conocimiento de este tremendo Misterio del dolor que tuvo el Santo Patriarca ya por la revelación del Ángel y la profecía de Simeón, ya también por las confidencias íntimas de Jesús y por los presentimientos que en su alma ponía el Espíritu Santo; la cooperación dolorosa de San José es la mayor después de la de María e incomparablemente mayor que la que puede atribuirse a los otros Santos.

               La Santa Iglesia de Dios busca en el Patriarca San José el mismo apoyo, la fortaleza, la defensa y la paz que supo proporcionar a la Sagrada Familia de Nazaret, que fue como el germen en que ya se encontraba contenida toda la Santa Iglesia. 

               El Dios hecho hombre para nuestra salvación quiso ser acogido y educado por su misión sacerdotal salvífica, consumada en el Holocausto del Calvario, en el hogar familiar de San José, asociándolo, como Su padre virginal y mesiánico -con Su Madre, María, la Corredentora, de manera misteriosa- a su obra de restauración de la vida sobrenatural perdida por el pecado de los orígenes en el Huerto de las Delicias.

               El Patrocinio de San José se extiende a toda la Iglesia Universal, la Militante, la Purgante y la Celestial, en todos los tiempos y en todas y cada una de sus necesidades, sin excepción, pues es Corredentor Universal y Mediador paternal de la dispensación del tesoro redentivo que ha contribuido a adquirir para nosotros.


Para honrar hoy a San José 
toca en los siguientes enlaces





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